La burguesía nunca deja de expresar su odio de clase. A veces, encubierto; otras, desembozado. En este último caso, así se expresa cuando se trata de atacar revolucionarios que se distinguieron por representar proyectos que “osaron” cuestionar su dominación y que, como tales, son referencia ineludible de la clase obrera y los pueblos de Argentina y América.
Es el caso del editorial del diario La Nación del pasado lunes 27 de septiembre. Una nota que deja en evidencia su feroz anticomunismo acorde a las expresiones en boga que, podríamos decir, llevan adelante un “fascismo preventivo” atacando las ideas de la revolución y a los dirigentes revolucionarios que las encarnaron.
“El Che y Santucho, un pasado de sangre” es el rimbombante título del mencionado editorial realizado a partir de la aparición de organizaciones sociales que llevan en sus banderas las imágenes del Che Guevara y de Mario Roberto Santucho.
Como primera reflexión se podría decir que el propio título exalta un pasado de sangre que la burguesía en Argentina, y el mismo diario, se encargaron de escribir en la historia de nuestro país.
Que La Nación hable de sangre derramada atribuyéndola a los revolucionarios es cómo la clase dominante construye la historia. Es decir, hay sangres y sangres; las que provocaron ellos instigando y apoyando las masacres llevadas a cabo por su clase desde los inicios de nuestra historia como país hasta la actualidad, es sangre que se justifica. Es la sangre que la burguesía está dispuesta a hacer correr cuando ve cuestionada su dominación. A no olvidarse nunca de esto porque ese es el carácter intrínsecamente reaccionario de la burguesía monopolista, aun cuando se vista con ropajes democráticos.
Siguiendo adelante con el artículo, el mismo tiene 802 palabras. Al inicio, como a modo de introducción, le dedica 126 palabras al Che para luego dedicarle las 676 restantes a Santucho. No es motivo de esta nota responder ni comentar las mentiras que allí se vuelcan. Sí marcar algunas inexactitudes, como cuando se nombra al ERP como la organización que comandaba Santucho y se nombra a otras organizaciones armadas de la época, como Montoneros y las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), y a ésta última se las menciona como FARC, guerrilla con más de 50 años de historia, pero que actuó en Colombia. O cuando afirma que el ERP secuestró a Augusto Timoteo Vandor (cosa que nunca sucedió); Vandor, dirigente metalúrgico de la época de los llamados “colaboracionistas” con la dictadura de Onganía, en realidad fue asesinado en 1969 y tal acción fue reivindicada por el ENR (Ejército Nacional Revolucionario).
Señalamos estas “inexactitudes” porque bajo ningún punto de vista creemos que sea un error de tipeo o que quienes corrigen las notas del diario sean tan malos profesionales. Es una conducta de la burguesía mentir no sólo tergiversando la historia a su antojo sino, además, confundiendo y mezclando todo convirtiendo los hechos históricos en una mescolanza que apunta a confundir y a sostener sus mentiras a como dé lugar.
Para La Nación, como para el resto de la burguesía, la violencia política en la Argentina se inició en la década del 60 con la fundación de las organizaciones político militares. Para ellos no es violencia política la Semana Trágica de 1919; la masacre de la Patagonia en 1922 y la de La Forestal en 1921, donde fueron masacrados cientos de obreros en huelga por las fuerzas militares y paramilitares; los bombardeos de aviones de la Marina contra civiles indefensos en Plaza de Mayo en 1955; los fusilamientos de José León Suárez en 1956, donde asesinaron a civiles acusados falsamente de organizar un levantamiento contra la dictadura; los asesinatos de obreros y obreras de los ingenios tucumanos en 1967, las represiones abiertas a las manifestaciones antidictatoriales en las décadas del 60 y principios del 70; y una cantidad enormes de asesinatos estatales y paraestatales con los que la clase dominante intentaba domesticar a una clase obrera y un pueblo indomables.
El diario mencionado busca en su editorial poner en un mismo plano la violencia estatal con la violencia política desarrollada por la clase obrera y el pueblo; busca legitimar el uso de la violencia por parte de su clase y, por lo tanto, mentir y ocultar las verdaderas causas de la lucha revolucionaria. Si hay algo que la burguesía no olvida (y nosotros tampoco) es que Mario Roberto Santucho expresó el grado más alto de organización revolucionaria para la toma del poder en la Argentina.
Con la lucha armada pero también construyendo un partido en el que se nucleó a miles de obreros y obreras que tomaron en sus manos la tarea histórica de luchar por su emancipación definitiva del yugo del capital y de la clase que ejerce la dominación para sostener dicho yugo. Allí radica el “imperdonable” pecado de Santucho y de toda esa camada de revolucionarias y revolucionarios y de allí surge el ataque, ataque que debe usar la mentira y la falsedad como la artimaña preferida de la clase en el poder cuando de cuidar su dominación se trata.
Que La Nación editorialice sobre el Che y Santucho no es más que la confirmación que la guerra de clases sigue su curso. Que enfrentamos a la misma burguesía que fue capaz del genocidio más grande de la historia argentina y que hoy exuda moralina contra la violencia política cantando loas a la democracia de su clase, que en realidad es la dictadura del capital. Se visten de prendas santificadas cuando debajo llevan la ropa verdadera que viste la clase en el poder: la del carácter reaccionario y clasista que intentará por todos los medios que su dominación no sea puesta en peligro.
Ello nos reafirma en nuestro odio de clase, en nuestra determinación por seguir construyendo el partido revolucionario de la clase obrera, en la convicción que la violencia de los pueblos es legítima e indispensable para la lucha por derrocar a la burguesía, en seguir construyendo un proyecto revolucionario como el que encararon el Che, Santucho y miles de mujeres y hombres que entendieron la necesidad de la lucha por el poder y el socialismo.