Por estos días la cuestión del medio ambiente y los recursos naturales ha cobrado un nuevo relieve de la mano del derecho privado.
La propiedad privada capitalista de la mano del Estado a su servicio se ha visto beneficiada en la aprobación de una ley que le permite al capital monopolista el usufructo privado de los recursos naturales en detrimento de los derechos humanos más elementales, como es el acceso al agua del pueblo.
Para el capital y la banda de funcionarios a su servicio el agua de los ríos, en este caso en la zona de Chubut y Rio Negro, es concebida como un medio de producción en función de otra apropiación que es la propiedad de los suelos para la producción minera.
Este “derecho” de apropiación y el posterior usufructo de los recursos naturales en su beneficio es una condición intrínseca al régimen capitalista.
Imponer estas leyes es una violación de derechos humanos avalado por el Estado a su servicio.
Si la palabra derecho, con todo su sequito de leyes, normas, códigos, etc. se cambiara por la palabra “necesidad” se entendería inmediatamente que la necesidad de ganancias es el trasfondo de esta trama de despojo, saqueo y destrucción de la vida (naturaleza y ser humano) en el sentido más concreto del término. Por lo tanto, la violenta imposición de estas leyes es una necesidad del capital.
El capital monopolista no puede existir sin imponer sus necesidades de forma violenta y este derecho a la violencia que implica vulnerar todos los derechos sociales y privados de todos los trabajadores y el pueblo de sus condiciones de trabajo y de vida está regida por el Estado.
El mismo Estado que -entre otras cosas- se llena la boca hablando de Democracia y Paz Social; el mismo que avala la apropiación privada por un puñado de magnates en abierta contradicción con las necesidades sociales y sus derechos y en abierta contradicción con la democracia que tanto pregonan, es una muestra cabal de que la democracia y toda la palabrería hipócrita no es más que una frase.
Miles se han expresado en contra de esta usurpación de los derechos sociales más elementales. Sin embargo, el Estado, sus gobernantes de turno y un puñado de aventureros burócratas prendidos a las ganancias fraudulentas del capital monopólico, no atesoran en su verborragia esta verdad ineludible y -menos aún la noción- de democracia.
Para la clase trabajadora y el pueblo, sus derechos dentro del régimen burgués son una posibilidad y solo se hacen reales en la medida que se organizan y enfrentan al capital desde sus luchas haciendo realidad esos derechos.
Si bien un salario digno, un trabajo digno, una vivienda digna, e incluso los derechos políticos y sus derechos a un ambiente sano, etc. son derechos constitucionales, solo se hacen “realidad” cuando se enfrentan con la “necesidad” de conquistarlos por medio de la lucha.
Porque a la hora de la verdad ningún gobierno burgués (y mucho menos en las actuales condiciones de subordinación a los intereses de las corporaciones) está dispuesto a hacer realidad los derechos constitucionales en beneficio del pueblo.
Por lo tanto, cuando la clase obrera y el pueblo luchan por conquistas de derechos, en realidad luchan por sus necesidades.
Esto el capital monopolista lo entiende muy bien. De allí la premura de imponer sus condiciones de apropiación frente a un escenario adverso que expresa una abierta oposición al despojo y el saqueo de los ríos y el suelo, y que engloba una serie de contradicciones mucho más amplias que involucran a la clase obrera y sus demandas. E inclusive a las múltiples demandas populares que aparentemente estaban vedadas o por lo menos mantenidas en el ostracismo por el Estado y sus servidores.
Las palabras del gobernador Arcioni condenando la violencia en el marco de las masivas movilizaciones, lo exponen. Porque más allá de haber interpuesto con su régimen de maniobras y contubernios una ley a la medida de los monopolios, lo que han hecho es abrir aún más la caja de pandora.
Porque lo que aquí se ventila son las necesidades de los monopolios y el Estado a su servicio frente a las de trabajadoras y trabajadores y el pueblo, en una nueva espiral ascendente de la lucha de clases.
Este escenario no querido por la burguesía, lejos de propiciar las promesas de progreso que mentirosamente pregonan, no hace más que reafirmar que para transformar todo esto una revolución social no solo es un derecho sino una necesidad.