En momentos de crisis política como el actual es común ver cómo “renacen” en nuestro continente (y no sólo en él) ciertas visiones políticas muy dañinas para el campo revolucionario.
Nos referimos específicamente a posiciones que desde el “progresismo” promueven agendas políticas sobre “solidaridad internacional”, particularmente promoviendo el fortalecimiento la “unidad continental” a partir del ALBA, el UNASUR o el CELAC, instituciones nacidas (según estas visiones) para “combatir el imperialismo en nuestra América”.
Florecen estas ideas más aún luego de los procesos electorales en Venezuela, Bolivia y Nicaragua; o inclusive a partir de lo ocurrido en México, Perú, Chile; o de las posibilidades que Lula vuelva a gobernar en el Brasil.
La ideología burguesa, y con ella el populismo y el progresismo (variantes de la misma cosa) contribuyen a sostener y apuntalan la idea de que el capitalismo salvaje o neoliberalismo son expresiones del imperialismo pero que existe un capitalismo antimperialista.
Bajo este concepto, para que el capitalismo se convierta en un sistema beneficioso para toda la sociedad sólo se requeriría de un gobierno “popular” que ponga al Estado al servicio de los trabajadores y pueblo en general.
De tal forma, el imperialismo deja de ser un proceso económico de concentración del capital que no tiene reversión y marcha inevitablemente hacia mayor concentración.
Por ende, el imperialismo se reduciría a una política llevada adelante por ciertos sectores reaccionarios de la burguesía que no quieren el desarrollo del país y que sólo se sirven del él en forma inescrupulosa para obtener ventajas y ganancias excesivas.
Desde esta concepción burguesa, debido a que el imperialismo sería una política, es posible combatirla con otra política diferente sin necesidad de destruir el sistema.
En suma, lo que nos están diciendo es que desde el capitalismo se puede combatir el imperialismo.
EL CONCEPTO DE IMPERIALISMO
En primer lugar, se parte de un error teórico y conceptual imprescindible de abordar, ya que a partir de allí se edifica una política que, en definitiva, desvía a nuestros pueblos de los objetivos mencionados más arriba.
Nos referimos al concepto del imperialismo.
El mismo, desde la formulación hecha por Lenin a medidos de la década del 10 del siglo pasado, es permanentemente tergiversado. Y no es esta una excepción.
Lenin en su estudio sobre el tema, incluso yendo en contra de otros conceptos en boga de la época, define al imperialismo como una fase superior del capitalismo en su base material, es decir como un proceso económico objetivo del desarrollo del modo de producción capitalista.
Desde ya que esos cambios en la base económica tienen su reflejo en las políticas que la oligarquía financiera mundial adoptó y adopta a partir de la consolidación de ese proceso.
Pero el carácter esencial del imperialismo es económico, y no político.
Con esto afirmamos que los países con mayor grado de desarrollo capitalista que hoy son parte de una lucha feroz por los mercados y los recursos del planeta son todos imperialistas; no existe la posibilidad de adoptar o no ese carácter ya que, como lo definió Lenin, es un proceso objetivo propio del desarrollo del sistema.
Por lo tanto, cuando se habla del “imperialismo yanqui” o, peor aún, cuando se sostiene que “potencias como China o Rusia enfrentan las políticas imperialistas” son absolutamente incorrectas.
Son definiciones que atentan directamente contra el análisis científico que nos brinda la herramienta del marxismo leninismo.
Y decimos “error” para ser generosos, ya que en realidad es una tergiversación absoluta de la ciencia proletaria adornada de fraseología revolucionaria.
Identificar a EE.UU. como país imperialista y no así a China o los demás países, desemboca directamente en el objetivo de la búsqueda ilusoria y mentirosa de “capitalismos buenos” que condenan a nuestra clase obrera y nuestros pueblos a ir siempre detrás de alguna variante burguesa, en este caso a nivel planetario. O lleva a plantear, por ejemplo, que en Siria fue sólo el “imperialismo yanqui” el responsable del ahogamiento de la revolución en ese país, desconociendo arteramente el papel jugado por China, Rusia y por la propia “burguesía nacional” (concepto que abordaremos más adelante) encarnada en Bashar al-Asad.
El imperialismo es una característica intrínseca del capitalismo, profundizada en más de cien años de iniciado ese proceso, por lo que no es posible que nación alguna que alcance ciertos niveles de desarrollo capitalista pueda quedar exenta de tal proceso. No es una opción que se toma o se deja.
Por supuesto que no negamos las contradicciones entre los países imperialistas, ni la diferencias que existen en la aplicación de las políticas de tal o cual facción, pero siempre desde la afirmación de que son facciones imperialistas, sectores altamente entrelazados y concentrados, a tal punto que tal nivel de entrelazamiento y concentración hacen imposible identificar “nacionalidades” del capital.
La afirmación de Marx acerca de que “los capitales no tienen patria” no sólo tiene plena vigencia, sino que es una característica exacerbada que se presenta hoy con la conformación de los llamados “fondos de inversión” que manejan inmensos capitales, altamente concentrados, que superan en varias veces los PBI de la gran mayoría de los países.
Con esto queremos graficar que la voracidad y el poder del capital ha superado objetivamente, no sin contradicciones, no sólo las “nacionalidades” sino hasta el papel cumplido por los Estados-Nación tal como se los conocía a mediados del siglo pasado.
Reiteramos, es un proceso muy contradictorio y en marcha, con cambios que hay que seguir estudiando y develando. Pero lo que sí podemos afirmar es que esos cambios y transformaciones se están produciendo al ritmo del cada vez más agudo proceso de concentración y centralización de capitales a nivel planetario.
LAS “BURGUESÍAS NACIONALES”
Ligado a esa definición es que se sostiene todavía la existencia de “burguesías nacionales”.
Las burguesías de origen en cada país, para poder seguir existiendo como tales, están absolutamente entrelazadas con el capital financiero mundial.
De esa forma han perdido toda posibilidad de existencia con un carácter “nacional” y, por lo tanto, de jugar un papel transformador de nuestras sociedades, tal como ya lo afirmara el Che Guevara en los inicios de la década del 60.
Entonces allí se cierra el círculo: así como a nivel mundial se va tras la búsqueda de “capitalismos buenos o distintos”, a nivel de nuestros países se persigue lo mismo, la búsqueda de burguesías que no estén atadas al imperialismo mundial.
Y, nuevamente, nuestra clase obrera y nuestros pueblos a seguir siendo “furgón de cola” (como lo diría el Che) de la “burguesía menos mala”.
Concepción profundamente reformista que enarbolaron y enarbolan los Partidos Comunistas “oficiales” y en la que caen, lamentablemente, otras fuerzas políticas del supuesto campo de la revolución.
Entonces, desembocamos en la más grande de las mentiras. En caracterizar a los gobiernos “progresistas” de Venezuela, Nicaragua, Bolivia, México, Perú, Honduras, Argentina, ahora seguramente el de Chile con la asunción de Boric y pronto el de Brasil si Lula gana la presidencia, como enfrentados al imperialismo y no como parte del mismo en un proceso que, reiteramos, ninguna facción de la burguesía monopolista de ningún país puede eludir.
Creemos seriamente que la emergencia renovada de estos intentos por encauzar la lucha de nuestros pueblos es una estrategia de una facción del imperialismo mundial que apunta a desviar la lucha revolucionaria por la toma del poder, a sostener las concepciones de la colaboración de clases, a levantar la cínica falacia (que de tan cínica deja en segundo plano lo absurdo de la misma) de que es necesario participar de la gestión de gobierno como estrategia para una lucha por el poder que nunca llega.
Se nos propone la destrucción del Estado burgués “desde adentro” cuando la experiencia de la lucha revolucionaria mundial nos muestra que lo que ocurre, en definitiva, es que el Estado burgués seguirá vivito y coleando si no se lo destruye revolucionariamente, en una lucha antagónica e intransigente contra el mismo y contra la clase que lo sostiene.
LA CUESTIÓN DE LAS CLASES SOCIALES
Para terminar, es necesario detenernos, precisamente, en la cuestión de las clases.
No es casual que todas estas visiones “antimperialistas” no hagan la más mínima mención a las mismas y, mucho menos, al papel que éstas juegan en la sociedad y en la lucha revolucionaria.
En el intento de desviar los procesos de cambio radical de nuestras sociedades se les hace necesario e imprescindible ocultar la existencia y el papel de la clase obrera, de la clase que, en definitiva, es la que sostiene el modo de producción capitalista y, por lo tanto, la única capaz de enarbolar un proyecto emancipador para el resto del pueblo. Tanto en el plano de nuestros países, como en el plano regional y continental.
Porque no puede existir una verdadera integración de intereses y objetivos si los que gobiernan son los representantes del capital monopolista.
La única integración posible es la que encabece la clase obrera, aliada a los sectores populares, con el poder en sus manos.
Una integración que esté basada en la verdadera comunión de intereses que persigan la realización y la felicidad del ser humano y la conservación de nuestra naturaleza y, por lo tanto, de nuestro planeta.
La ausencia absoluta a mención alguna de la clase productora obra por sí misma para desenmascarar que estas iniciativas tienen otro carácter de clase que no es, precisamente, el de la clase revolucionaria.
En definitiva, todos estos llamados o “unidades latinoamericanas” no son otra cosa que la creación de mercados regionales y mecanismos de extracción de plusvalía de los monopolios transnacionales, implementados por Estados al servicio de los mismos.
En cambio, la unidad de los pueblos latinoamericanos se funda y se yergue sobre las luchas que los explotados y oprimidos realizamos a diario contra esos Estados nacionales y la lucha conjunta contra la dominación regional del imperialismo que no tiene banderas y es dueño de todos los Estados capitalistas en el mundo.
Querer separar la lucha anticapitalista de la lucha antimperialista, más aún en esta época de superconcentración y centralización de la oligarquía financiera, es esconder maliciosamente el contrabando de mantener indemne el poder de la burguesía monopolista.
Lo que se intenta es presentar a estos gobiernos como “independientes” del poder de clases, como si fuera posible que hombres y mujeres “honestos” con profundos sentimientos “nacionales y populares” pudieran ejercer la administración del poder de los monopolios transnacionales a favor de las mayorías explotadas y oprimidas.
Por lo tanto, corresponde a los comunistas consecuentes, a los marxistas leninistas que seguimos las enseñanzas de la ciencia proletaria y que tenemos un único interés y compromiso con nuestra clase obrera y nuestros pueblos, poner en evidencia estas intentonas que lo único que persiguen es retrasar el reloj de la Historia.
Vano intento será si sabemos cumplir con nuestras tareas revolucionarias y si les presentamos abierta batalla en todos los planos que se trate.