Una clásica definición del marxismo, acuñada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, señala que “la lucha de clases es el motor de la historia”.
El enfrentamiento entre las dos clases fundamentales, la burguesía y el proletariado, es una característica presente en toda la historia del capitalismo.
Mientras la burguesía pretende aumentar la plusvalía, el trabajo no remunerado al trabajador, incrementando su productividad, los trabajadores aspiran a conseguir mejores condiciones de trabajo y un salario mejor.
Estos dos intereses opuestos en el orden económico, también se expresan en el plano político: la burguesía intenta sostener un régimen que bajo el nombre de democracia encubre su dictadura de clase, un sistema político que legaliza y legitima su modo de producción y las relaciones sociales que surgen de él.
Esta intención de la burguesía confronta con los objetivos históricos de la clase obrera de obtener una democracia plena, donde sea realidad que todos somos iguales en todos los sentidos.
La igualdad que nos propone el capitalismo es sólo formal, como lo sufrimos a diario, bajo las relaciones sociales capitalistas. Esta desigualdad se ha profundizado con el imperio de los monopolios.: la explotación y el usufructo del trabajo social, la utilización del aparato estatal según sus conveniencias, el saqueo de nuestros recursos, la opresión a toda la población, son sólo algunas expresiones de la dominación monopolista.
Las relaciones sociales que impone el modo capitalista de producción son de sometimiento, de explotación y opresión, y no pueden ser disimuladas, por más maquillajes o frases de fantasía que pronuncien sus sirvientes políticos.
La injusticia es la piedra fundamental del capitalismo y no hay manera de remediarla. Por el contrario: se agrava y agudiza por la codicia monopolista.
El odio que despierta la injusticia social inherente al capitalismo va provocando el surgimiento permanente de fuerzas revolucionarias en el seno de la clase obrera.
Como muy bien lo expresa el Manifiesto Comunista, es el mismo modo de producción capitalista el que engendra a su propio sepulturero: la clase obrera.
La irrupción de un movimiento obrero revolucionario no es un capricho ni una ilusión, es resultado de la experiencia cotidiana que realiza el conjunto de la clase, cuando al levantarse por sus derechos y reivindicaciones enfrenta no sólo a las patronales, sino a todo el aparato institucional monopolista, con sus gobiernos y funcionarios, con sus fuerzas represivas, siempre listas para reestablecer el orden burgués, con su Justicia ciega, sorda y muda.
Es la misma lucha la que va moldeando la conciencia revolucionaria del proletariado, la que le permite comprender que no se trata de reformar a este sistema, sino que es necesario derribarlo, para poder construir una sociedad sin explotadores ni explotados.
El rol político de la clase obrera es conducir el enfrentamiento político de todo el pueblo contra la dictadura de los monopolios, unificando sus fuerzas, consolidando el poder y la organización del pueblo.
Esta tarea es indelegable, no hay otro sector social que pueda emprenderla, porque es la clase obrera la única que tiene sus intereses de clase objetivamente enfrentados con la burguesía, la que está en el corazón del enfrentamiento. Y, por lo tanto, la más interesada en romper las relaciones sociales capitalistas.
Esa tarea, romper las relaciones sociales capitalistas, implica liberar las cadenas de la explotación, liberar las fuerzas contenidas del proletariado, disponerlas como una fuerza unificada, que al liberarse libera todas las fuerzas populares.
La emancipación de los trabajadores es al mismo tiempo la liberación del pueblo entero, oprimido y sojuzgado por la dominación monopolista.
Las enseñanzas de los últimos tiempos han madurado en el surgimiento de un cúmulo de fuerzas obreras que desafían y carcomen la dominación monopolista, demostrando no estar dispuestas a aceptar su voluntad, no estar dispuestas a seguir sometidas a sus designios.
Esas fuerzas se van fogueando en cada lucha, van adquiriendo confianza en su poder, van avanzando en mayores objetivos, preparándose para los combates futuros.
Esas fuerzas van dándole un marco material al movimiento obrero revolucionario, cuando se organizan y van superando el corsé de los reclamos puramente económicos, imprimiéndole dirección política y objetivos políticos a la lucha económica cotidiana.
Históricas banderas, históricas demandas surcan hoy por diversos polos industriales, a lo ancho y a lo largo del país, y las fuerzas que las levantan recogen y sintetizan la experiencia y el protagonismo proletario cimentado en memorables jornadas de lucha.
Por eso sostenemos que la tarea de los destacamentos revolucionarios como nuestro Partido es vertebrar ese movimiento revolucionario de la clase obrera, afirmados en quebrar el chantaje y el engaño de los ajustes capitalistas.
Este es el terreno donde los trabajadores edificamos nuestra independencia de clase, en el enfrentamiento a los atropellos y a la impunidad de los monopolios.
El repudio que desde diversos sectores populares se manifiesta frente a las medidas e iniciativas que profundiza la dominación de los monopolios, requiere una intervención decidida y tenaz de la clase obrera para que ese repudio se transforme en un cuestionamiento activo y masivo.
En la medida que aumente la tensión de la lucha de clases se abrirá la puerta para que se exprese con mayor contundencia la acumulación de fuerzas y de experiencia recogida en años de lucha, donde el protagonismo colectivo y la acción desde las bases han sido las mejores armas para enfrentar y derrotar las maniobras de la santa alianza de gobiernos-empresas y sindicatos.
La trascendencia de la experiencia realizada, las enseñanzas que fuimos sintetizando en cada batalla, han fogueado fuerzas de clase que tienden a una calidad superior.
Indefectiblemente esas fuerzas se volverán en contra a la burguesía. El proyecto revolucionario que se va gestando desde abajo, en las fábricas, en las barriadas proletarias, se va expresando en varios conflictos, y al hacerlo marca un nuevo escenario de la lucha de clases, un nuevo escalón para afirmarnos en las luchas por venir.
Desde esas fuerzas comienza a aparecer una posibilidad histórica: profundizar las bases y los cimientos del poder revolucionario de la clase obrera y el pueblo, y encaminar esas experiencias de lucha hacia la revolución socialista.