Los y las economistas que vemos por la T.V., leemos en diarios y revistas o escuchamos por la radio se han recibido de tales en las facultades en donde, bajo la mentirosa denominación de ciencias económicas, confeccionan un plan de estudios basado en la mentira, deformación, y falsificación que sólo produce “profesionales” que no explican, ni pueden prever las tendencias del desarrollo económico que puede tener nuestro país.
Es por eso que escuchamos a diario comentarios tales como: “para salir de la crisis el Estado debe reducir el déficit fiscal reduciendo los empleos públicos, los subsidios al consumo, los planes sociales, hay que incentivar las exportaciones, la producción, bajar impuestos a la producción y la exportación, así vendrán los capitales y se incrementarán los puestos de trabajo…” y otras ideas por el estilo.
Los términos del párrafo anterior son contradictorios, pues si se incentiva la producción otorgando préstamos blandos, o incentivos económicos o exenciones impositivas se aumentan los beneficios estatales para los dueños del capital, lo cual aumenta el déficit fiscal; además los capitales que ingresan hacen negocios con la menor cantidad de masa salarial a la que tienden a bajar permanentemente; los recursos del Estado se destinan fundamentalmente a la “ayuda” a los capitalistas y la situación de las y los trabajadores no mejora, por el contrario empeora por esa misma razón. En muchos artículos de esta misma página nos hemos detenido en la sangría que significan los múltiples beneficios que el Estado otorga al capital. Uno de ellos fue la deuda contraída con el FMI.
Pero lo que en estos días surge en forma muy evidente, y grafica elocuentemente lo que decimos, es el tema de la energía eléctrica y las empresas que se benefician con los “aportes” que el Estado les proporciona.
Mientras gran cantidad de barrios en distintas ciudades del país se quedan sin luz padeciendo las altísimas temperaturas, sufriendo riesgos de vida en el caso de los electrodependientes, desechando víveres de las heladeras descongeladas, quedándose sin agua producto de que los tanques de edificios no se llenan, y otras penurias, las dos grandes empresas Edenor y Edesur y otras distribuidoras de la red eléctrica mantienen deudas mil millonarias (unos 300.000.000.000 de pesos) por facturas impagas y, a pesar de ello, pretenden aumentos de tarifas altísimos, aunque no invirtieron un solo peso en infraestructura.
Pero estas deudas son con CAMMESA que es la empresa generadora de la electricidad que les vende, a las anteriormente nombradas, la energía eléctrica para que la distribuyan. Y esta empresa está constituida por el Estado y las otras empresas. O sea que quien paga no es otro que el Estado.
Parece un retorcido cuento de terror, pero es así. Éstas son las leyes de la sociedad capitalista que se repiten en cada negociado de los sectores monopolistas quienes se han apoderado del Estado para sustraer las recaudaciones que éste embolsa del esfuerzo de los trabajadores. Y decimos de las y los trabajadores solamente porque los capitalistas lo que pagan de impuesto lo cargan en sus mercancías dado lo cual salen empatados. Es decir, no les significa gastos.
Alguien se preguntará. ¿Cómo es posible que le deban tanto dinero al Estado y éste no haga nada al respecto?
Precisamente de eso se trata: los recursos del Estado son apropiados por este sector para beneficio propio a costa del esfuerzo del pueblo trabajador. Y esto no es nada más que una muestra. Lo mismo ocurre con los beneficios estatales repartidos a las industrias de todo tipo (mineras, petroleras, automotrices, bancos a quienes se les pagó con el préstamo del FMI, farmacéuticas, metalúrgicas, aceiteras y cerealeras, etc.).
A esto condujo el sistema de producción capitalista basado en la propiedad privada capitalista que ha generado el monopolio y, con él, la apropiación del Estado por parte del sector más concentrado al que llamamos oligarquía financiera.
Ningún “economista” explica esto. Y mientras estos señores carentes de luces, mienten, hacen propaganda capitalista, defienden la propiedad privada y, con ella, al monopolio, la oligarquía financiera calla, profundiza y extiende sus negocios a costa de la clase obrera y sectores populares quienes ponemos nuestro trabajo y energía de vida en la elaboración de todo los existente. Calla en cuanto a estos enjuagues, pero habla con el gobierno y todas las instituciones estatales para imponer sus reglas que no son otras que las reglas del más fuerte.
Por eso cuando las y los profesionales de la mentira llamados economistas a quienes se igualan los políticos burgueses parlamentarios de todo signo (“izquierda”, “derecha” o “centro”) nos vienen con sus fórmulas especulativas para solucionar los problemas de la sociedad, no sólo no hay que creerles o abrir alguna ventanita de esperanza en lo que dicen, sino combatir firmemente sus falsedades con las que encubren a los dueños del capital. Entre todos conforman la clase burguesa.
Las protestas, concentraciones, cortes de calle y avenidas, asambleas y demostraciones de todo tipo que hace el pueblo ante la falta de “luz”, sumados a las luchas que ejerce el proletariado en distintas experiencias que se vienen haciendo de las cuales damos cuenta en diversos artículos de esta página, es por donde hay que avanzar, organizarse y generalizar por cada privación (no sólo de electricidad) a la que nos someten degradando nuestras vidas, hasta que se les haga una oleada insostenible nacionalmente.
A pesar de los llamados al diálogo al que nos invitan economistas, políticos parlamentaristas de todo signo, gobernantes de turno y sindicalistas pro empresariales, está visto y comprobado que con estos y estas delincuentes no se negocia porque no hay razones que estén dispuestos a entender fuera de una mayor acumulación de capital. Toda conquista se ha logrado y se logrará con luchas contra estas políticas y las mentiras de quienes las defienden.
La experiencia nos muestra que combatiéndolos es como resistimos, conquistamos y los hacemos retroceder acumulando fuerzas, uniéndonos y organizándonos para mayores batallas.