La escena política argentina nos sorprende casi de manera cotidiana.
Un espectáculo notable, e incluso interesante y hasta risueño, poblado por una variedad de personajes pintorescos, grotescos, portadores de un guión a veces atractivo y cautivante para ciertos oídos, pero a la vez falaz, engañoso y, por qué no decirlo, canallesco.
Uno de esos personajes es Javier Milei, de gran desempeño en las últimas elecciones burguesas, enorme obra de teatro a la que le ponen el título de Democracia, en donde los políticos son los protagonistas que representan los intereses de quienes financian la obra (la burguesía monopolista) y el pueblo ocupa su lugar de espectador.
En lugar de pagar entrada, se le pide que vaya a votar. Analicemos ahora las contradicciones de este personaje que se presenta ante la sociedad como el defensor número uno de las “libertades individuales”.
Comencemos por el hecho más evidente: despotricó contra la “casta política” durante toda la campaña, a sabiendas de que tenía serias chances de integrarla, y así fue: hoy es diputado nacional, tiene su banca, ha declarado sus simpatías por algunos elementos de Juntos por el Cambio.
Es decir, es parte de esa casta política a la que tanto criticaba. Ha repetido, delante de cuanta cámara y micrófono se le ofrecieron, que debe desaparecer el Estado.
Llama la atención la ingenuidad de su discurso, siendo que no puede haber capitalismo sin Estado, ya que el Estado es el organismo que la clase dominante ocupa para garantizar su dominación. Esta lógica, por supuesto, se aplica a toda sociedad dividida en clases.
Quizá porque advirtió en algún momento su flagrante e infantil contradicción, es que terminó diciendo que el Estado, en todo caso, debe ocuparse solamente de la seguridad y la justicia, recordándonos la ingenuidad del planteo de Adam Smith, uno de los padres de la economía clásica para quien, como sabemos, el egoísmo individual se transforma en motor del desarrollo social.
El propio autor advierte el sinsentido de su planteo y aclara, entonces, sin ruborizarse, que la “mano invisible del mercado” debe estar acompañada por una “correcta” administración de la justicia.
Esto es lo que hoy termina sosteniendo Milei, borrando con el codo, como hizo Smith, lo que escribe con la mano.
Claro que comparar a Milei con Adam Smith, para más de un lector, puede resultar escandaloso, y lo es. Lo que ocurre es que no se puede disimular, con un simple discurso, la flagrante contradicción del sistema capitalista: no existe ningún ejercicio de la libertad en un sistema opresivo que sostiene la explotación de las grandes mayorías por parte de una minoría privilegiada: la burguesía explotadora.
¿Qué libertad puede ejercitar un trabajador que gana un sueldo miserable, que vive por lo tanto en condiciones miserables, porque a la clase dominante lo único que le interesa es sostener su cuota de ganancia? ¿Por qué el 95 % de los hijos de familias pobres viven y mueren en la pobreza, y el 95 % de los hijos de familias ricas y poderosas van a tener una vida próspera?
Es evidente que no se trata del ejercicio de la “libertad” que tanto defiende el canalla de Milei, sino de un puro y simple privilegio de clase, resultante de la riqueza que produce el trabajo ajeno, del cual se apropia la burguesía.
Así, el anarco capitalista de Milei (así se autodefine) terminó un su vorágine de estupideces defendiendo a fascistas como Bolsonaro o Trump, en el contexto de su guerra personal contra el “socialismo”.
Es que, tal y como dijo Lenin, el fascismo es capitalismo en descomposición. Milei es un aspirante a fascista, un filonazi, representante de los intereses de ciertas facciones de la burguesía monopolista, como todos los políticos del régimen de la falsa democracia.
Su última presentación en escena, fue la pantomima del sorteo de su dieta como diputado, provocando la pregunta más o menos obvia que hasta Espert, otro libertario aspirante a fascista (¿es que habrá “libertarios” que no lo sean?) le lanzó a boca de jarro: si sortea su sueldo, ¿de qué vive usted, señor Milei?, y para colmo de males, y corroborando el grotesco del personaje, de la obra y del contexto, el sorteo lo ganó… ¡un declarado kirchnerista!
En fin, este personaje nefasto que ha captado el interés de ciertos sectores de una juventud desencantada, debe ponernos sobre aviso: los destacamentos revolucionarios debemos profundizar nuestra tarea para que el Partido Revolucionario se convierta en alternativa para las masas, ávidas de encontrar una salida ante una realidad que demuestra que este sistema ha fracasado y está en sus postrimerías: sólo el dato (de 2018 además, y cuya fuente es el Banco Mundial) que señala que casi el 50 % de la población mundial vive con menos de 5, 50 dólares diarios, habla de la pobreza en la que se encuentra sumergida la mayoría de los pueblos del mundo.
El capitalismo mata, sus contradicciones son ya insostenibles, y el mandato de la historia es inexorable: trabajemos para acelerar esos tiempos, luchemos por la Revolución y el socialismo, la mirada puesta en el horizonte de la futura sociedad comunista.