¿Qué es lo que se está disputando verdaderamente en Ucrania? ¿Acaso se trata de un problema de soberanía rusa, o de autodeterminación de Donetsk y Lugansk? ¿Es una guerra por intereses nacionales? ¿Es posible una escalada internacional del conflicto que desemboque en una guerra de magnitudes masivas?
EL PROBLEMA ENERGÉTICO
Hay que decir que la guerra no es por el territorio ucraniano en sí, sino por el negocio del gas en Europa. La matriz energética de la Unión Europea depende en un 60% de las importaciones. De las importaciones de gas, el 40% provienen de Rusia y el 30% en petróleo.
Por si esto no fuera suficiente, la Unión Europea se encuentra en una transición histórica de su matriz energética. Múltiples tratados han sido firmados en este sentido, apuntando a disminuir la generación en base a la energía nuclear y al carbón mineral para incrementar la dependencia al gas. De esta manera, en el corto plazo deben incrementar sustancialmente los suministros para abastecer sus generadores. El problema es que las reservas de hidrocarburos propias son escasas, y se encuentran en declino histórico, por lo tanto, a Europa central no le queda otra que aumentar las importaciones de gas. Para eso tienen dos caminos:
- Importar Gas Natural Licuado (GNL): Si bien la importación de GNL puede provenir de varios países, aquí es donde principalmente tiene centrados sus intereses comerciales Estados Unidos. El problema con el GNL es que su costo es mayor que el gas transportado por ductos, puesto que requiere un proceso previo de licuado.
- Incrementar las importaciones de gas ruso.
Las importaciones desde Rusia se realizan por una serie de gasoductos que, de manera resumida, atraviesan cuatro vías principales:
- A través de Turquía, un país políticamente enfrentado a Rusia –basta solo recordar las posiciones antagónicas que mantuvieron durante la guerra de Siria- con quien no obstante han firmado acuerdos comerciales de largo plazo para garantizar el abastecimiento. Esto no implica que la situación no deje de ser compleja.
- A través de Ucrania, con quien Rusia está en conflicto desde 2014.
- A través de Bielorrusia, aliado estratégico de Rusia, pero en epicentro de la zona de conflicto.
- A través de Nord Stream.
Figura 1: Mapa de gasoductos provenientes de Rusia.
En Nord Stream actualmente pasa un gasoducto que está saturado y se acaba de construir uno nuevo, Nord Stream 2, que incrementaría de manera muy importante la capacidad de suministro. Nord Stream tiene varias ventajas respecto a las otras vías de acceso. En primer lugar, el gas proviene de una reserva ubicada en el Mar de Barents denominada Campos de Stockmann. Esta reserva contiene importantes cantidades de gas que podrían garantizar energía a Alemania por más de 30 años, con un costo de producción relativamente bajo. Cabe aclarar que los yacimientos de Stockmann fueron descubiertos en 1981, y para 1988 ya se sabía de las importantes reservas que albergaba. Con el calentamiento global y el propio desarrollo de las fuerzas productivas que abaratan costos de producción, la explotación de esos recursos antes inviable pasa ahora a ser extremadamente rentable. Tan es así que hasta el año 2006 la empresa rusa Gazprom tomo la iniciativa de juntar un grupo de capitales trasnacionales para su explotación, dentro de los cuales se encontraban las empresas Statoil, Norsk (Noruega), Total (Francia), Chevron y ConocoPhilips (EEUU). El proyecto era producir GNL de manera conjunta para su comercio internacional, pero ese mismo año Gazprom decidió unilateralmente llevar la explotación de manera individual y evitar el envasado, para transportar el gas directamente por ductos. En definitiva, tomó la decisión de encarar la inversión de capital por cuenta propia, dando cuenta que el negocio que había entre manos era mucho más grande a cualquier explotación convencional.
En el esquema de negocio se planteó la construcción de un nuevo ducto con una capacidad dos veces superior al ya existente Nord Stream 1. El gas sería enviado directamente a Alemania, donde los capitales allí asentados se encargarían de su distribución por el resto de Europa, evitando así peajes de países de Europa del Este y confluyendo en un negocio redondo tanto para Gazprom como para Alemania. Si bien en los papeles el proyecto Nord Stream 2 corre por cuenta completa de Gazprom, en realidad aportaron por distintos mecanismos las empresas ENGIE (Italia), OMV (Austria), Shell (Reino Unido), Uniper y Wintershall (Alemania).
De esta manera podemos dividir dos grandes grupos de intereses en este conflicto económico: por un lado, hay ciertos capitales representados por Estados Unidos, que empujan por el negocio del GNL aliados con países de Europa del Este que verían disminuir su posición geopolítica, así como el cobro de impuestos por el transporte de gas. Por otro lado, están los capitales representados por el gobierno ruso, y algunos capitales con fuertes intereses en países como Alemania o Francia que se ven beneficiados por el bajo costo del gas oriental. Así se define, en última instancia, la división de intereses económicos.
¿Por qué es tan importante el problema energético como para desatar semejante conflicto internacional?
Desde el punto de vista militar la energía es un recurso estratégico, no cabe dudas. Pero desde el punto de vista económico el costo de la energía determina una parte muy importante de los costos generales de producción tanto para el sector industrial como para los sectores de servicios y transporte. La energía es la “materia prima” común de todos los procesos productivos, por lo que un encarecimiento en ésta implicaría perder competitividad en el mercado mundial, un aspecto no permitido para cualquier economía capitalista, pero que cobra mayor gravedad frente a la enconada competencia internacional que asistimos desde la crisis de superproducción que vivimos.
¿Qué tiene que ver Ucrania en todo esto?
Ucrania es un foco de conflicto con Rusia desde la guerra civil iniciada en 2014. A partir de entonces dejó de ser un enclave ruso para pasar a cooperar con la Unión Europea, esperando se apruebe su integración al bloque económico. Aquella contienda culminó con la anexión de Crimea por parte de Rusia y la declaración de independencia –no reconocida por la ONU, ni hasta hace tres días tampoco por la propia Rusia- de dos sectores ubicados al este del país, en frontera rusa: Donetsk y Lugansk. Allí el conflicto armado continuó, por lo que se trataba de un foco encendido de la guerra civil ucraniana.
Ucrania por un lado juega abiertamente para la OTAN, particularmente para el sector que se opone a la puesta en funcionamiento de Nord Stream 2; constituye además un territorio extenso en la frontera rusa y con un conflicto latente. Impulsar una escalada en Ucrania para estos sectores del capital es una forma de presión para obligar a frenar la puesta en marcha del nuevo gasoducto. El problema “diplomático”, en realidad, se reduce a ello.
La necesidad de una guerra
Ya Estados Unidos y sus enclaves en Europa habían luchado contra la construcción de Nord Stream 2 mediante sanciones económicas a diversas empresas que allí operaban. Pero estas sanciones no fueron suficientes, el negocio y los volúmenes de capital invertido son muy importantes. Cuando la guerra comercial no es suficiente para torcer el rumbo de los negocios, aparece la guerra real, las intervenciones armadas, como forma de solucionar las querellas del gran capital.
No obstante, es cierto que la guerra comercial podría haber devenido antes en guerra armada ¿Por qué se da ahora entonces esta escalada belicista? La respuesta es sencilla: por la agudización de la crisis de superproducción. La guerra comercial EEUU-China desatada entre 2018-2019 era el preludio del crack. Ese crack se llevó a cabo mediante la crisis de las materias primas y, particularmente, la guerra del petróleo en diciembre del 2019, a días de la aparición del COVID19. Con el advenimiento de la pandemia, la crisis tomó cursos extraordinarios. Se dio lugar a un proceso de concentración económica global muy importante, pero ¿ha sido suficiente como para superar la crisis? La guerra en Ucrania demuestra que no, que todavía no se ha superado plenamente la crisis del 2019 y que por lo tanto estamos ante un segundo pico, un segundo ckrack de la crisis mundial –que puede desenvolverse de manera más o menos aguda a los anteriores-. La lógica a aplicar para explicar la superproducción en este escenario es muy sencilla: hay empresas que pujan por colocar el GNL en Europa, porque no pueden hacerlo en otros mercados, al tiempo que otras empresas, radicadas en Rusia, pelean por copar el mercado europeo por el mismo motivo. Si bien Rusia ha concertado acuerdos comerciales para exportar importantes cantidades de hidrocarburos a China, en la cuenta de los negocios sigue habiendo un excedente que no logra ser colocado en otros mercados.
En períodos de crisis, la competencia capitalista se acentúa, llegando a manifestarse en sus formas más crudas por la necesidad de superar a los capitales rivales al tiempo que se destruyen fuerzas productivas. Desde este punto de vista, la guerra es una necesidad del capital para superar la crisis y avanzar en nuevos procesos de concentración económica. Sin embargo, la realidad es más compleja.
¿Puede darse una guerra masiva, a gran escala, con intervención de las principales potencias del mundo?
Responder esta pregunta de manera categórica sería caer en el aventurerismo. Lo que podemos hacer es señalar las contradicciones y dificultades que tiene hoy por hoy el sistema capitalista, motivo por el cual no se ha desatado ya una confrontación de esas características.
En primer lugar, debemos decir que la conformación actual del capitalismo dista mucho de la de hace 100 años atrás. Entonces, los capitales eran nacionales, tenían sus intereses económicos fuertemente arraigados con sus países de origen, y por lo tanto los Estados respondían a intereses igualmente nacionales. Si el Estado es una herramienta de dominación de una clase sobre otra, las características y el papel de éste dependen de la configuración de esa clase dominante.
Durante los últimos 100 años la burguesía no solo se ha diversificado –formando la oligarquía financiera- sino también trasnacionalizado. Esto quiere decir que los capitales ya no persiguen intereses comunes en los distintos países en que operan, al tiempo que han perdido toda raigambre “nacional”. Capitales de origen yanqui hacen negocios con capitales de origen chino, rusos, europeos y viceversa. No solo comparten negocios conjuntos, sino que también comparten negocios en la propia composición accionaria de los capitales. La “rusa” Rosneft tiene como accionista al fondo de inversión “yanqui” BlackRock; la “yanqui” ExxonMobile encara proyectos conjuntos con Rosneft, SODECO(“Japón”) y ONG (“India). La “rusa” Gazprom opera de manera conjunta con Shell, Mitsui y Mitsubishi. Y así podríamos seguir semanas describiendo las imbrincadas telarañas de intereses entrecruzados.
Como la configuración de la burguesía ha cambiado, el carácter de los Estados también. Hoy los Estados no responden a la burguesía general de un territorio determinado, sino a la facción del gran capital trasnacional que en determinado momento maneja los hilos gubernamentales. Esto permite explicar por qué en determinado momento Alemania presionó por continuar la construcción y habilitación de Nord Stream 2 enfrentándose a otros países de la Unión Europea, y cómo, producto de la propia disputa interburguesa en el seno del Estado alemán, y al interior de la Unión Europea, los últimos días modificó radicalmente su política inhabilitando la certificación que permita iniciar el transporte de gas por dicho ducto.
Esta característica actual del capitalismo torna más dificultoso que se desaten conflictos armados donde todo un Estado tome parte: en primer lugar, porque se perjudican los negocios que esos mismos capitales tienen del otro lado de la frontera, y segundo, porque a su vez existe una enconada lucha intermonopolista al interno de cada Estado entre diversas facciones del capital trasnacional.
Desde ya, esto no es contradictorio con el concepto de imperialismo elaborado por Lenin ¡Al contrario! El imperialismo, fase superior del capitalismo, implica la existencia de altos niveles de concentración económica, del control del Estado por determinadas facciones del capital monopolista y de una fase del capital en donde el desarrollo global del sistema capitalista determina que la naturaleza autoexpansiva del capital solo pueda ser solucionada mediante el control y la utilización de los Estados para obtener ganancias extraordinarias y vencer a la competencia. Obviamente esta utilización del Estado incluye, desde ya, el uso de la fuerza en todas sus manifestaciones.
Desde el punto de vista del capital, entonces, no es inviable una guerra de características masivas, pero para ello primero deben darse una serie de condiciones especiales, muy diferentes a las existentes en otras contiendas mundiales como la Primera o la Segunda Guerra Mundial.
Por último, y más importante aún –puesto que es lo determinante- está el problema de los pueblos. Y es que los pueblos del mundo no quieren guerra, no quieren ser arrastrados por intereses chauvinistas y nacionalistas porque entienden que en el fondo esto es una disputa por los negocios de un puñado de grupos económicos. Ello determina una dificultad muy grande para el capital en el desarrollo de guerras masivas, que trasciendan a varios países: la conciencia política histórica de los pueblos que no están dispuestos a dejarse arrastrar. Todos los gobiernos tienen miedo de entrar en una confrontación de esas características no por un problema militar, no porque tengan miedo de llevar a la muerte a millones de seres humanos, ni porque sus cálculos militares “no cierren”, ni porque le teman al poderío militar de tal o cual país, sino porque le temen a la crisis política interna que podría desatar el hecho de intervenir en una guerra que le es ajena al pueblo trabajador. Lo que la burguesía tiene, en última instancia, es pánico a que se agudice la lucha de clases en cada país. Si hoy no hay guerra mundial es gracias la lucha de clases del proletariado internacional.
Por eso, como revolucionarios es nuestro deber denunciar que esta es una guerra imperialista, por sucios intereses económicos de un puñado de burgueses a nivel mundial; como revolucionarios tenemos que denunciar que éste es el futuro que el capitalismo le propone a la humanidad; y como revolucionarios, la mejor forma que tenemos de luchar por la paz es agudizando la lucha de clases en cada uno de nuestros países y redoblando los esfuerzos para destruir al capitalismo como sistema de producción, hacer la revolución y liberar por fin a la humanidad de la explotación capitalista.