La actual crisis capitalista de súper producción ha agudizado las contradicciones en el seno de la burguesía monopolista y, a la vez, provocado la destrucción masiva de fuerzas productivas, arrojando a millones de personas a las condiciones más bajas de existencia.
Hemos contemplado cómo, en los dos años de pandemia de Covid-19, el proceso de acumulación de capitales ha sido brutal, y han aumentado en todo el planeta los niveles de explotación y opresión para la clase obrera y los pueblos.
Una de cada dos personas vive con menos de 5,50 dólares por día, más de 1.100 millones de personas con menos de un dólar por jornada.
Pero nos dicen algunos economistas que el capitalismo es el sistema de producción que ha sacado a más población de la pobreza… Con estas cifras solamente, creemos que nadie puede discutir el hecho patente de que el capitalismo, por su propia naturaleza, ha arrojado a la pobreza y a la indigencia a millones de seres humanos, dado que, debido a la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, y siendo por supuesto la burguesía una clase parasitaria en su esencia (ya que vive del trabajo ajeno), aumentan de manera progresiva los niveles de explotación, se aceleran los ritmos de producción, se achatan los salarios, se exprime cada vez más a las y los trabajadores.
En Argentina, 7 de cada diez chicas y chicos menores de 17 años son pobres, y posiblemente estas cifras sean mayores, ya que nos manejamos con las estadísticas oficiales. Todo dicho.
Un pueblo empujado a la pobreza, sin futuro de mantenerse las condiciones actuales, que incluyen, para beneplácito del gobierno y el fervor de los aplaudidores de turno, el pago riguroso de una deuda externa ruin, que no es otra cosa que extracción de grandes masas de plusvalía por parte de la rapiña de los grupos económicos concentrados.
Pero el gobierno peronista, “nacional y popular”, ve, o más bien quiere mostrar, en la negociación con el Fondo Monetario Internacional, una suerte de cruzada para «sacar las papas del fuego» dejado por el gobierno anterior, como si se tratara de que «ellos» son los malos, los entreguistas, los endeudadores, los «neoliberales», y estos los «liberadores» del progresismo que piensan en el bienestar de su pueblo.
La realidad es que, gobierne quien gobierne, bajo este sistema los ganadores siempre pertenecen a la clase dominante (y los políticos de turno, representan a un u otra facción de esa clase en el poder), y los perdedores, al pueblo trabajador, que todo lo produce, generando la riqueza que se llevan ellos.
Este orden de cosas no se puede cambiar apostando a las elecciones, porque las elecciones son una herramienta de dominación de esta «democracia» burguesa, a la que no le ha temblado la mano cuando tuvo que recurrir a los golpes militares para garantizar esa dominación.
Entonces, queda cada vez más en evidencia que si el camino no es por ahí, habrá que recorrer otras sendas: algo que la clase obrera y el pueblo están manifestando, desde hace algún tiempo en estos últimos años.
Lo hace a través de interesantes experiencias de autoconvocatoria que elevan los niveles de enfrentamiento en el marco de una lucha de clases que tiene una rica historia en nuestro país, y que sin dudas conducirá a la creación de instancias de poder local que disputen el poder de la burguesía explotadora.
Esto con la perspectiva de un proceso revolucionario liberador, que conduzca a la construcción de una sociedad sin explotadores ni explotados, en la que la producción esté ordenada en función de las necesidades y no de la ganancia individual, con los medios de producción en manos de nuestra clase y no de esta banda de usurpadores (monopolios, políticos del régimen, sindicalistas cómplices) que son los verdaderos enemigos, que son los responsables de las condiciones oprobiosas de vida que llevamos.