Por estos días en el ambiente fabril de nuestro país la guerra Ucrania-Rusia viene siendo motivo de charla y preocupación. Los revolucionarios pudimos verter nuestras ideas y la receptividad hacia ellas es notable.
Pero en la mesa de los relevos, en los comedores los problemas que se manifiestan son las dificultades cotidianas para vivir.
Y es allí en donde una guerra tan lejana se la ve tan cercana. Claro que aquí no hay bombas, misiles, ni muertes desgarradoras pero los escenarios y primeros actores de una u otra manera están presentes.
El desprecio por la vida está vigente con la guerra y sin ella también.
Así es el sistema capitalista y vemos la violencia cotidiana que genera.
En ciertas industrias de nuestro país hay faltantes de componentes, aparecen debates obligados e incertidumbre. Por experiencia propia de nuestro pueblo, las consecuencias de suspensiones, despidos o mecanismos impuestos por una flexibilización laboral se ponen en marcha a pesar que “nuestro” presidente haya dicho que la misma no está en los planes del acuerdo con el FMI y los aplaudidores se pusieron de pie para homenajear semejante mentira.
Las charlas retoman con fuerza la cuestión salarial y la inflación. Pero a decir verdad son tantos los problemas cotidianos que podemos afirmar que lo abarcan todo.
La cuestión social y la complejidad de la vida, en ese terreno no nos da descanso. El trabajo es una carga infernal difícil de soportar, muy lejos quedó la idea que la empresa es una gran “familia”. Se va viendo que las empresas cambiaron esa falsedad por una idea directa: hay que producir más con menos gente.
Esta situación provoca que cada vez más el obrero u obrera se sienta más ajeno a su trabajo. El ausentismo ha crecido notablemente en los diversos niveles de la organización para la producción, rangos más altos como ingenieros, son parte de esa problemática también. Frente a toda esta situación, la opresión laboral mueve a “no querer laburar” como una forma más de resistencia.
Se entra al establecimiento con una carga de muchas preocupaciones sociales, transcurren las horas de explotación y se sale del establecimiento con más de angustia.
Hay una resistencia individual al mandato patronal y ello se expresa cada vez con más rigor.
Claro que se charla de Ucrania-Rusia, los medios juegan también su papel. Pero qué lejos se está de tomar partido por uno u otro “imperio” que disputan sus negocios. Los imperios están aquí y se los ve actuar explotando y oprimiendo.
No hay claridad política del qué hacer, pero se intuye que esta guerra la pagan los pueblos y que nos es ajena. Salvo para los oportunistas de siempre, para la mayoría silenciosa (y por infinitas razones de la propia historia de nuestra clase) los intereses de esos “imperios” también están aquí cuando el desprecio por la vida al que nos empuja el sistema capitalista es algo cotidiano y cada vez más virulento.
Por ello, cuando exponemos las ideas revolucionarias en este contexto nacional e internacional, las mismas son bien recibidas. Aparecen en primer plano los debates necesarios para esta época. A saber:
¿Por qué la clase obrera tiene que ser furgón de cola de uno u otro imperio?
¿Por qué guerras interimperialistas como estas (más de 60 activas en todo el planeta) hacen recaer sus consecuencias sobre los pueblos del mundo?
El poder adquisitivo de los salarios se ha pulverizado y la guerra lo seguirá aplastando.
La guerra lejos pero cerca.
Y de nuevo “la burra al trigo”. También nuestra clase obrera está pagando los platos rotos de un sistema capitalista que hace agua por los cuatro costados.
Y es allí en donde la debilidad política de la clase obrera se hace sentir. Aún es extrema la debilidad del proyecto revolucionario con una marcada independencia de clase, capaz de pesar en las grandes mayorías proletarias y populares.
En esencia ese es el debate “de la vida cotidiana” que los revolucionarios tenemos la obligación de llevar adelante con acciones y organizaciones de ese carácter. Es decir: independiente de la clase burguesa que nos arroja al vacío.
Por eso debemos introducir en este estado deliberativo la necesidad de una revolución social y el papel de la clase en ello.
Decíamos más arriba que hay una resistencia individual. Pero también está tomando cuerpo la idea de una resistencia más colectiva y en ello la clase obrera le ha impreso cierto dinamismo
Y es en esa envión en el que hay que elevar constantemente el carácter revolucionario. La lucha está viniendo, la bronca está instalada, los revolucionarios tenemos que dirigir toda esa acumulación a la lucha por el poder. Muy lejos de optar por uno u otro “imperialismo”.