Desde el anuncio que hizo el presidente Fernández del comienzo de “la guerra contra la inflación”, han transcurrido poco más de dos semanas y no sólo no hay tal guerra, sino que la inflación campea como el más saludable petiso en la llanura.
Discursos sobre el déficit fiscal, los gastos del Estado, le emisión de moneda sin respaldo, la falta de ingresos de dólares, la deuda externa, ahora la guerra en Ucrania, etc. son los argumentos esgrimidos por los economistas, políticos, profesores, periodistas especializados y de los otros, etc. que a diario vemos en la T.V., escuchamos por las radios, captamos en las redes digitales, y en general en los medios masivos. Sus argumentaciones son inentendibles para la clase obrera, trabajadores en general y pueblo oprimido, que sufrimos la degradación diaria de nuestros ingresos. A tal punto que nadie se atreve a opinar al respecto ya que pareciera que hay que saber mucho de economía y que, salvo esos señores, nadie más tiene los elementos para poder dar una opinión.
Una vez más recordaremos que la inflación es el aumento generalizado de los precios.
Y precio no es lo mismo que valor. Pues valor se mide en tiempo de trabajo. Por eso, el valor de cualquier mercancía sea ésta de consumo personal como vestimenta, alimento, etc., o maquinarias y herramientas o materias primas que se usan para producir, está dado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla.
Decimos “socialmente necesario” porque se refiere a la producción de las mercancías de acuerdo al nivel de desarrollo industrial alcanzado en un determinado país. Si dada una base de desarrollo industrial que permite que en las fábricas del país un pantalón o un auto se produzca en un tiempo promedio determinado, quien produzca en menor tiempo se va a ver beneficiado y quien produzca en mayor cantidad de tiempo se va a ver perjudicado.
Si no cambian las circunstancias y condiciones de la producción social, los valores que se intercambian entre sí guardan una relación inamovible. Supongamos, una camisa tiene un precio de $ 9.000 y puede cambiarse por 7 kgs. de carne que también tienen un precio de $ 9.000. Aunque cambie el precio de ambos a $ 12.000, el valor no cambia y entonces la camisa va a seguir cambiándose por 7 kgs. de carne, aunque ahora cuesten $ 12.000, y así sucesivamente.
Para que se produzca una diferenciación en los valores debe cambiar la condición de producción (nuevas máquinas, incorporación de tecnología, nuevos procedimientos de trabajo, mayor explotación del trabajo, etc.). En tal caso, los capitales que han incorporado nuevas tecnologías y procedimientos han disminuido el tiempo de producción de sus mercancías y han aumentado la cantidad de las mismas, lo cual hace disminuir el valor de cada una viéndose beneficiados al venderlas por el mismo precio hasta que los otros capitales renueven también sus procedimientos, sus máquinas y tecnología, exploten más intensivamente el trabajo del obrero y todos terminen equilibrando sus ganancias. Pero esa es una situación permanente en la producción y no implica un aumento generalizado de precios como es la inflación, por el contrario, es una disminución de valores. Los avances de la producción disminuyen los valores de las mercancías.
Pero… ¿Qué es lo que produce la inflación?
En su transcurrir, el sistema de producción capitalista va generando una concentración de la riqueza en menor cantidad de manos y un agigantamiento de capitales en pocas manos. Este agigantamiento de capitales hace que lo que se invierte en máquinas, procedimientos y materias primas es una pelota cada vez más grande que requiere una intensificación en el trabajo de los obreros cada vez más ardua.
De tal manera, se producen mayor cantidad de mercancías en el mismo tiempo. Con ello, la masa de ganancias es cada vez más grande pero los valores individuales de las mercancías disminuyen, entonces los porcentajes de ganancia por cada peso invertido se achican. Para que estos porcentajes no disminuyan, los grandes capitales concentrados aprietan las clavijas a los obreros aumentando las jornadas de trabajo y los ritmos de producción, pero los salarios no se mueven a la par y por lo tanto disminuyen en proporción. A la vez, los capitalistas exigen al Estado mayores recursos disponibles (subsidios, préstamos blandos, mayor masa de dinero destinadas a la reproducción del capital, etc.). Y estos recursos se restan de las jubilaciones, las pensiones, la educación, viviendas, salud y todo lo que se destina a lo social.
Entonces sobre este mecanismo perverso que se reproduce diariamente, actúa la disputa por la “distribución” de la riqueza. Los que producen, es decir, los obreros y trabajadores en general, pelean por sus salarios contra los empresarios y los beneficios sociales que les disminuye el Estado para dárselos a los capitales más concentrados.
Cuando esa disputa entre obreros, trabajadores y pueblo oprimido contra la burguesía monopolista y el Estado a su servicio, se calienta, pone en peligro la paz social que los capitalistas necesitan para seguir haciendo sus negocios. Por esa razón, tienen dos opciones:
1- Plantarse violentamente y realizar lo que ellos llaman el “ajuste” salvaje para lo cual tienen que estar dispuestos a una represión masiva.
2- Ir campeando el temporal haciendo un “ajuste” pausado para ir manejando el humor social. De paso decimos que ésta es la discusión entre gobierno y oposición.
En nuestro país, los últimos gobiernos de todo signo han optado por lo segundo porque la experiencia les ha mostrado que la lucha de clases es muy masiva y los ha hecho tambalear en varias oportunidades con salidas prematuras de gobiernos, movimientos insurreccionales, enfrentamientos masivos, rebeldías de todo tipo, etc.
Al ver imposibilitada la realización del “ajuste” violento que requieren y que el Estado no hace, los grandes capitales (a pesar de que han generado una masa mayor de ganancias) pretenden sostener o aumentar sus porcentajes de ganancia en una carrera voraz contra otros capitales (sean o no de la misma rama) con quienes compiten a muerte.
Entonces aumentan los precios de sus mercancías, aunque los valores de cada una, haya disminuido. De tal forma que la camisa que antes tenía un precio de $ 9.000, ahora vale $ 12.000. La herramienta que antes se cambiaba por cuatro camisas y que, por lo tanto, valía $ 36.000 ahora tiene un precio de $ 48.000 y la máquina que antes tenía un precio de $ 900.000 ahora tiene un precio de $ 1.200.000. La proporción entre dichas mercancías no ha variado.
Pero esta inflación ha provocado una disminución en la mercancía principal: la fuerza de trabajo que se expresa en el salario y que permite a todos los capitales emparejar sus porcentajes de ganancia, aunque les provoque otros problemas administrativos y financieros. Por esto último es que protestan y le repiten al gobierno de turno que debe resolver la inflación con el ajuste a fondo.
El aumento de los precios y la disminución relativa de los salarios y los ingresos de la población oprimida, provoca que los obreros, trabajadores en general y sectores populares exijan aumentos de salario e ingresos y se manifieste en descontento, resistencia a los “ajustes” y lucha.
En apretada síntesis hemos expuesto el problema de la inflación. Con ello queda claro que la inflación es un problema político especulativo y no técnico económico.
Se trata del “remedio” que los capitales aplican para el sostenimiento de sus ganancias dada la lucha de clases provocada por el funcionamiento del mismo sistema capitalista y la imposibilidad, de parte de la gran burguesía, de aplicar el “ajuste” de la manera que desearían hacerlo debido a la resistencia de la clase obrera, de los trabajadores en general y los sectores populares oprimidos.