En un reportaje publicado por la extinta revista Siete Días del mes de febrero de 1973, le preguntaban a Agustín Tosco: ¿Qué es el bien y qué es el mal?, a lo que él respondía:
“Hay que ir a terrenos morales, filosóficos. El bien es todo aquello que satisface las necesidades vitales del hombre en tanto llena sus requerimientos de alimentación, indumentaria, educación, esparcimiento. Es lo que hace que una personalidad sea íntegra. Y el mal es lo que se le opone. El bien está en salir de la enajenación de esta sociedad, en construir un mundo donde el hombre sea hermano del hombre.”
Este domingo 29 de mayo se cumplirán 53 años de uno de los acontecimientos más determinantes de la historia de la clase obrera argentina: el Cordobazo. Muchos compañeros y compañeras habrán leído “ríos de tinta” sobre aquellos sucesos, pero nunca está de más “acercarlos” nuevamente (aunque más no sea sintéticamente) pensando en las jóvenes camadas obreras.
El Cordobazo fue una bisagra en aquel momento histórico, que dejaba atrás un período de resistencia a las iniciativas y abusos patronales para inaugurar una etapa de francas luchas por conquistas económicas y por una salida política que expresara y sintetizara los intereses estratégicos de la clase obrera en su búsqueda de emancipación.
Gobernaba el país el dictador Onganía, que exponía sin disimulos su obediencia a los mandatos monopolistas. Las más importantes empresas transnacionales, favorecidas por un congelamiento salarial, una política estatal de prebendas y subsidios, y la libertad de saquear y superexplotar, conseguían una fenomenal transferencia de recursos abultando sus fabulosas ganancias a costa del hambre, la miseria y el sufrimiento de los trabajadores y el pueblo argentino.
Los récords de producción industrial y exportaciones contrastaban con la situación que padecía la población, jaqueada por la inflación y la permanente carestía de la vida.
Los trabajadores, que resistían desde su propia organización la brutal dictadura monopolista, con miles de tomas de fábricas, paros y huelgas, en especial por su trascendencia los petroleros de Ensenada, eran empujados por la fuerza de un nuevo proletariado, una camada de jóvenes que se habían incorporado al mundo laboral con la llegada de las empresas transnacionales.
El mismo fenómeno se expresaba en todos los sectores del pueblo; los profesionales, las amas de casa, los barrios, las comunidades indígenas, peleaban por sus reivindicaciones, mientras los estudiantes indignados desde la brutal noche de Los bastones largos, (la irrupción de la policía en la Universidad de Buenos Aires, con detenciones masivas de estudiantes y la posterior expulsión de centenares de profesores) que iniciaban una alianza con las luchas obreras para fortalecer sus propias demandas.
El mes de mayo de 1969 se inicia con una serie de conflictos en todo el territorio nacional, hasta que los asesinatos de los estudiantes Cabral en Corrientes, Luis Blanco (obrero metalúrgico) y Bello en Rosario, y la represión a una asamblea metalúrgica en Córdoba, desembocan en el llamado a un paro nacional de las dos CGT, la de los Argentinos que aglutinaba a los sectores combativos del movimiento obrero, y la de Azopardo, del tradicional sindicalismo empresario, colaborador y entreguista.
La medida en Córdoba, unificada por las dos centrales, llamaba a una concentración en el pleno centro de la ciudad, que es atacada por la policía provincial. El asesinato de Máximo Menna, obrero metalúrgico, genera una insurrección popular de tanta dimensión que desborda a la policía, y el gobierno debe movilizar al ejército para, luego de días de enfrentamientos, fusilamientos y detenciones, “recuperar” el orden.
Uno de los protagonistas fundamentales de aquellos episodios es el entrañable Agustín Tosco, secretario general de la seccional de Luz y Fuerza de Córdoba.
Aún sorprende la anécdota de cuando en una de las tantas detenciones que padeció, la policía lo buscaba por todos lados y no lo podía encontrar: estaba trabajando en su puesto de mecánico de EPEC (Empresa Provincial de Electricidad de Córdoba).
El Cordobazo marca el fin de la “revolución nacional” de Onganía; una alianza entre Fuerzas Armadas, monopolios y cúpulas sindicales que pretendía gobernarnos por varios años, y desata las fuerzas de la clase obrera y el pueblo en una ofensiva de masas ininterrumpida prácticamente hasta el 24 de marzo de 1976.
El rasgo más saliente de aquel Cordobazo es la irrupción política de un nuevo proletariado, que unifica su fuerza con el conjunto del pueblo, que rompe los marcos de la lucha estrictamente sindical, para instalar el combate en el terreno político, cuestionando y desafiando al orden institucional monopolista, al capitalismo como sistema explotador y opresor.
De allí en más, las consignas y las banderas de la Revolución y el Socialismo serán levantadas en cada enfrentamiento obrero, fortaleciendo a una vanguardia revolucionaria que coloca en el centro del debate el tema del poder.
El ejemplo y la decisión de esa vanguardia permitirá la formación de cientos de organizaciones obreras, estudiantiles, barriales y populares de toda índole, como práctica y ejercicio del poder del pueblo.
A 53 años, muchos de sus protagonistas no están hoy entre nosotros, pero su ejemplo y las razones de su lucha, continúan hoy más vivos que nunca.