Las expresiones de la crisis de súper producción capitalista no paran de manifestarse.
Un recorrido en el que se verifica que la oligarquía financiera mundial adolece una profunda crisis política que no permite la centralización de sus decisiones y, por ende, la toma de medidas unificadas que faciliten una superación de la crisis. Como sí ocurrió en otras etapas del capitalismo.
En los días que corren, los efectos de la guerra en Ucrania revelan que la contienda interimperialista que allí se libra (entra tantas otras que se libran en otras partes del planeta) provoca un fenomenal desconcierto en las filas de la burguesía monopolista, con efectos políticos que suman más y más inestabilidad.
Las alianzas son efímeras, los realineamientos son permanentes. Tanto a nivel internacional como al interior de los países.
Más allá de las causas que difunden los medios del sistema (siempre superficiales y que intentan esconder las causas verdaderas) hechos como la renuncia del primer ministro británico o el asesinato de un ex primer ministro japonés en medio de un acto de campaña, no pueden ser analizados por fuera de los efectos que se producen porque la burguesía mundial está inmersa en un mar de contradicciones, en medio de una lucha sin cuartel en la competencia intercapitalsita por el dominio de los mercados a escala planetaria.
En definitiva, la política es reflejo (aun siendo imperfecto y contradictorio) de la base material que es la economía.
En ese orden de cosas, esta semana se conocieron también noticias que revelan cómo la burguesía monopolista opera sobre la economía en el contexto de la crisis, dejando de manifiesto que cada medida que se toma apunta a atenuar la misma en función de preservar los intereses imperialistas de cada facción del capital.
Los gobiernos de Francia y Alemania han tomado la decisión de rescatar de la quiebra inminente a las empresas EDF (Francia) y Uniper (Alemania), conglomerados que son las principales empresas de energía de esos países.
A contramano de los que quieren leer que estas medidas de rescate estatal significan una imposible manifestación de “soberanía” energética, los propios representantes de dichos gobiernos afirman que esos rescates se producen en medio de los efectos que ha traído la guerra, en este caso, en el plano energético.
EDF tiene una deuda de 43.000 millones de euros y Uniper ya mostraba problemas incluso antes del inicio de la guerra, lo que la obligó a salir a pedir préstamos al mercado por 11.000 millones de dólares.
Es decir que, como ya sucediera durante la pandemia, los rescates apuntan a “socializar” las pérdidas cuando las empresas monopolistas atraviesan situaciones de insolvencia.
Estas medidas se dan en medio de un contexto de una monumental suba de las deudas de los Estados y, es de prever, que los mencionados rescates signifiquen que esas deudas se sigan incrementado lo que resulta, en definitiva, en un agravamiento de la crisis y no en allanar caminos de soluciones.
Estados y monopolios, monopolios y Estados, ratifican así que el funcionamiento del modo de producción capitalista está atravesado por esa característica singular que determina a favor y en contra de quiénes se toman las medidas de gobierno en el mundo.
Precisamente, si algo no se debe dejar de mencionar para completar el cuadro es que los efectos de la crisis, con la subida de precios y un proceso inflacionario mundial en marcha sin pronóstico de final inmediato, provocan que los pueblos reaccionen con virulencia ante esta situación, poniendo de manifiesto qué lejos está la burguesía monopolista de encontrar allanado el camino para imponer las medidas que necesitaría con el fin de atenuar esta realidad.
La lucha de clases hace su parte para aumentar más aun la inestabilidad política y condicionar las medidas de los gobiernos.
En medio de la disputa mundial de los capitales las aspiraciones de la burguesía monopolista y sus gobiernos son las de contar con calma social al interior de sus países; consenso para afrontar medidas de más ajuste, intervenciones abiertas en la guerra, apelaciones al nacionalismo y al chovinismo patriotero que le permitiera “cerrar filas”.
Lejos se está de esas aspiraciones. Las manifestaciones de la lucha de clases ponen palos en la rueda a las necesidades del capital monopolista.
Y corresponde a los revolucionarios tensar o agudizar esas contradicciones en cada país, ponerlas de manifiesto, promover que los pueblos (y la clase obrera en particular) emprendan caminos de lucha política antagónica contra el enemigo de la humanidad.
Allí deben estar puesta nuestra inteligencia y nuestros esfuerzos en esta etapa tan compleja y tan dramática de la lucha de clases, con la convicción y la confianza plenas en la potencialidad de lucha y organización de las masas obreras junto al resto de las capas explotadas y oprimidas.