El objetivo de un partido como el nuestro es la lucha por poder.
Miramos los acontecimientos políticos, sociales y económicos que suceden en la clase obrera y en todo el pueblo de manera muy diferente a aquellas fuerzas políticas que hoy están pensando en las futuras elecciones para “consumar” un nuevo engaño.
Un aspecto radica en la experiencia de lucha y de organización que se viene amasando en el abajo, cuando la resistencia sube escalones (“paso a paso”) ante la cruel realidad que es la vida cotidiana.
En primer término, se afirma un ascenso de luchas que provienen de la clase obrera industrial y un alentador reverdecer en otros sectores de asalariados. Son luchas que tienden a acentuarse.
En esas experiencias (en donde todo aparece como un mosaico “gris”) se están amasando y comienzan a engendrarse las bases fundamentales para el objetivo político de la lucha por el poder.
Hay expresiones del enfrentamiento durante los últimos tiempos en donde las ideas revolucionarias comenzaron a circular. Ya sea en el conflicto directo, ya sea en el debate realizado en las bases.
No es menor (aunque aún insuficiente a nivel nacional) el papel de la propaganda revolucionaria, con pintadas, volantes o boletines que buscan meterse en las cuestiones puntuales, así como la presencia en las redes sociales donde se difunden puntos de vista sobre la lucha de clases concreta en cada momento concreto.
Decimos que es un “todo” que se va amasando, ya que hoy esa lucha (en el más amplio sentido de la palabra) comienza a estar acompañada de la lucha política y de la independencia de clase. Aspectos tan bastardeados por más de cuatro décadas, en donde la clase dominante supo llevar a buen puerto la idea de la conciliación de clases.
En ese proceso embrionario en el que nos encontramos (pero embrionario al fin) la materia y la idea “han achicado distancias”.
Es decir: hay avanzadas del proletariado que hoy comienzan a balbucear las ideas socialistas, el significado actual del sistema capitalista y el papel del Estado en manos de la oligarquía financiera, entre otras cosas.
No se presenta aún como un fenómeno masivo ni mucho menos, pero los revolucionarios le damos un gran valor hacia adelante de todo lo que se viene en la lucha de clases, cuando ha pisado firme y para quedarse el “virus” revolucionario.
La clase burguesa sostiene el engaño de la democracia representativa a pesar de la estructural desconfianza que viene de nuestro pueblo a toda la superestructura del Estado y de todas sus instituciones.
Lo vivimos en el plano eminentemente político -como lo son los partidos del sistema-; y lo vivimos en el ámbito gremial – en donde los sindicatos empresariales son repudiados a escala alarmante-.
Sin embargo, en ambos casos la burguesía la supo apechugar desde lo ideológico y de vuelta más de lo mismo: “nada sirve, es verdad, pero es lo que hay”. Concepto que intenta esconder el verdadero carácter de esta democracia que es la dictadura del Capital.
Pero en ese “amasar” revolucionario que se está gestando por abajo debe haber una sabia combinación entre la “paciencia y la impaciencia”.
Por un lado, que la idea revolucionaria “respete” la experiencia ya adquirida de la autoconvocatoria, que es un fenómeno masivo y lleva décadas. Es parte de una resistencia y en ello la paciencia de los revolucionarios debe tener un contenido amplio y generoso.
Sin embrago (y el tiempo nos ha dado la razón) la autoconvocatoria es una práctica intuitiva de la democracia directa. Y a pesar que no esté del todo imbuida por la idea de la utilización de la asamblea gestada en cada sector como herramienta practica de decisión y de resolución (sea de producción, servicios, el barrio, etc.), esto no debe impacientar a los revolucionarios.
Hay que seguir llevando un lenguaje claro y directo que deje a un lado toda subestimación a nuestra clase y a nuestro pueblo. Las fuerzas políticas del sistema tienen ese sello de la subestimación y las fuerzas electorales de la izquierda han sido muy buenas discípulas de esas prácticas políticas.
Por eso hoy, que han comenzado a caminar las ideas del proyecto revolucionario, se hace imprescindible fortalecer las organizaciones revolucionarias y la de nuestro partido en particular.
Hay que impacientarse en ello, en el sentido de trabajar en profundidad el proyecto.
No dejar para mañana lo que hay que hacer hoy. Sabiendo que es un hoy en donde en el abajo “hay pocas pulgas”.
Es una tarea compleja, muy difícil y a veces pesa que los resultados se hagan esperar. Muchas veces subestimamos que lo embrionario ya esté caminando y nos cuesta leer “debajo del agua”. Pero es mucho lo que se está caminando, lo que se está amasando. Y esa es la mirada que debe primar para facilitar los cambios cualitativos del proceso revolucionario en la lucha por el poder.