Desde hace algunas semanas los festejos por los resultados de la selección nacional de fútbol en el mundial de Qatar expresan la necesidad que existe en nuestra sociedad de una alegría.
Y no es para menos.
En esa alegría y algarabía se mezclan un montón de sentimientos acumulados en una “mezcla rara” de rabia, dolor y desahogo.
Pocos se confunden y la mayoría ya no mezcla la “Biblia con el Calefón”. No hay cabida para la frase “pan y circo”.
Hasta en el festejo, las clases disputan los sentimientos: las calles se han ganado, las plazas del país se han vestido de celeste y blanco. Pero pocos olvidan de la dureza de la vida cotidiana.
¿Por qué deberíamos subestimar un acto de alegría del pueblo? “Un rato” de festejos por el deporte más popular ¿puede acaso esconder la dramaticidad de una época que no da respiro en el día a día?
Hay necesidad de una alegría y eso alivia el dolor, que no es poco. Pero asociar la alegría al “pan y circo” con que la burguesía moldeó su dominación para profundizar su idea esencial de que vayamos “del trabajo a la casa y de la casa al trabajo” para garantizar sus ganancias sería un error. Sería subestimar una acumulación de experiencia vivida que incluye décadas de la lucha por la vida. Eso es propio de un pensamiento desclasado.
El fútbol no confunde. La alegría de un pueblo no confunde. Lo que confunde es el papel que cumple la clase dominante con su ideología. Por eso, la clase obrera, el proletariado, están dando esa lucha ideológica en nuevos contextos que implican la resistencia a los planes que vienen del poder.
La lucha que por estos días llevan adelante los obreros de Acindar Villa Constitución (silenciada por los grandes medios) corroe esa dominación, corroe el “pan y circo”, no lo deja hacer pie.
Miles y miles de obreras y obreros que debían presentarse a sus labores luego del partido de ayer no se presentaron con “justificaciones” injustificadas. A las grandes empresas, el mundial les dio sobradas muestras que las y los trabajadores no tienen esa camiseta puesta que quieren imponer los monopolios.
La situación que vive nuestro pueblo no es ajena a otros pueblos del mundo en estos eventos.
Para el encuentro de hoy por el otro finalista las principales arterias de París ya están cortadas previendo incidentes en un país en donde la lucha de clases no da respiro. Muy cerca están los chalecos amarillos y mucho más cerca la oleada de huelgas que azotan a la oligarquía financiera.
Ni que hablar de pueblos africanos y del sudeste asiático simpatizando en las calles, en forma masiva contra toda forma de colonialismo por parte de Inglaterra y Francia.
Los tiempos están cambiando desde la lucha de clases. La resistencia de la clase obrera a nivel planetario no deja dudas que las alegrías de los pueblos hoy en día van a favor de la historia.
Las huelgas en Corea del Sur (la cuna de la inteligencia mundial de chips necesarios para la industria mundial) no confundieron a sus proletarios para asestar un duro golpe a la clase dominante del planeta.
Así podríamos recorrer varios países en donde el fútbol del “mundial”, trajo tristeza. Equipos que fueron eliminados de la competencia. Pero cómo olvidar que en esas semanas la clase obrera inglesa (o la clase obrera alemana) pararon puertos, vías férreas, rutas, los procesos de distribución se paralizaron o -en todo caso- se ralentizaron universalmente.
Con sus alegrías o tristezas, en cada país se denunciaron las atrocidades de construir estadios a costa de la sangre, sudor y lágrimas de inmigrantes de muchos países pobres de África y de la propia India. Poco y nada se sabía del derroche de fuerzas productivas (sobre todo humanas) para construir “la nada”.
Las clases comienzan a verse cara a cara y allí radica lo central de esta época histórica. Lo que ayer era válido como engaño, como instrumento de dominación, hoy está en pleno debate, aunque el mismo se encuentre en estado embrionario.
Pero ya no es lo mismo. Ninguna alegría o tristeza esconderá la crisis del sistema capitalista y su incapacidad para dar solución a los problemas de los pueblos del mundo.
Es notable como toda la superestructura del Estado burgués en nuestro país no puede montarse en la alegría popular. Saben del repudio que han cosechado por abajo y por eso no podrán robarnos la alegría de un triunfo futbolero.