Es muy habitual que desde las usinas de la burguesía (a través del populismo, el reformismo, el oportunismo y todos los “ismos” habidos y por haber) se esparzan ideas falsas sobre qué son las clases sociales y mucho menos si hay una clase capaz de ponerse al frente de un proceso revolucionario.
Nada de todo esto debe ser subestimado por las y los revolucionarios, quienes tenemos que enfrentar una batalla ideológica y política contra esas nefastas posiciones que pululan a través de los medios de desinformación, o los círculos de intelectuales a los que les encanta presentar “nuevas” formas de analizar la historia y los procesos sociales y políticos.
Esa batalla sólo podemos darla si nos paramos desde la ciencia proletaria, el materialismo, que analiza estas cosas a partir de la actividad que los seres humanos realizamos para producir y reproducir nuestras vidas.
Y ahí aparece el proletariado. La fuerza de su presencia está dada porque es la clase productora de todos los bienes y medios de vida de los que depende toda la humanidad. Ésa y no otra es la razón por la cual todo el pueblo laborioso, en forma consciente o intuitiva, se siente vinculado por lazos indisolubles hacia dicha clase y, en cada hecho social protagonizado por ella, la empatía ante sus demandas es inmediata.
Esa fuerza atrae al pueblo oprimido, que percibe en ella la potencia que se necesita para poder transitar hacia otra cosa, hacia un futuro social.
Pero esa fuerza sin rumbo no tiene norte y (por lo tanto) es incapaz de transitar un camino que libere a las mayorías del peso de la expropiación a la que es sometida por el capital, que se adueña de todo su producto social y le impone condiciones degradantes de vida, sometiendo a millones a igual destino.
La lucha del proletariado (para sobrevivir en este sistema) es necesaria pero no suficiente para cambiar su situación, ni para correr el velo sobre el papel que puede y debe cumplir como liberadora de toda la sociedad. Es necesario romper esos círculos repetitivos transitando el camino de la liberación de esta especie de “nuevo” esclavismo capitalista.
Por eso nuestro Partido y las y los revolucionarios debemos ejercer en la práctica de cada fábrica y centro laboral las acciones que permitan desentrañar ese camino hacia la verdadera emancipación de nuestra clase.
Hay que dar pasos concretos, políticos y organizativos que busquen cambiar la situación en el espacio en donde producimos diariamente los bienes que la burguesía se apropia.
Hay que romper las ataduras impuestas por las leyes y reglamentos que apresan la conciencia obrera. Hay que hacer pesar que la producción es producto de nuestro trabajo y que el destino de la fábrica o esa industria depende mucho más del proletariado que de los dueños de la misma.
Hay que derribar el velo del poder burgués y destapar el poder proletario real ante los ojos de nuestra propia clase y del pueblo oprimido. Hay que debatir el carácter de nuestra representación, la necesidad o no de ser “reconocidos” por el sindicato. Foguearnos en el ejercicio de imponer la voluntad de clase, preparar asambleas en donde se decidan las acciones para lograr nuestras reivindicaciones y demandas. Hay que denunciar las trampas y traiciones del sindicato o la empresa.
Buscando consolidar una organización fabril capaz de unificar a la propia clase y encarar las tareas de unidad con las y los trabajadores de las fábricas vecinas sin importar la rama de producción. Y desde allí en la medida que vayamos consolidando las fuerzas, a los barrios y zonas en donde influirá inevitablemente sobre las masas populares.
En una palabra: organizar y dirigir como clase, con su Partido revolucionario, la lucha de clases contra el poder burgués.
Los bienes materiales que producimos son portadores de la ganancia de la burguesía, pero además, el proletariado produce su propio salario que recibe de manos del burgués quien se lo retacea impunemente luego de apropiárselo en el proceso productivo.
Ese poder de la clase obrera está deliberadamente oculto. Hay que destaparlo y utilizarlo en beneficio propio y del pueblo oprimido, en medio de esta monumental crisis que campea como puede la burguesía y sus gobiernos de turno.
Hacerse dueño de la situación en los espacios fabriles siendo capaz de imponer condiciones a la burguesía (débil en lo político) que muestra sus dientes como recurso desesperado pero inútil, identificarse con la producción como dueño de ella, aunque el derecho burgués no lo reconozca y aunque todavía no pueda ejercerse la propiedad de la misma que sigue siendo de los monopolios, es un paso necesario para avanzar y plantar las estacas del poder de clase que permitirá al proletariado erigirse como dirigente social y político de los destinos de todo el pueblo contra los expropiadores de nuestras vidas.