Los últimos años se han caracterizado por una debacle total de la autodenominada izquierda. La crisis recorre toda la línea, empezando por el descrédito mayúsculo de la izquierda parlamentaria, cuya descomposición ideológica ha tocado ya los límites de la aberración.
Dirigentes como Myriam Bregman que propagandizan libros de astrología; punteros como Belliboni que firman pactos sociales con los gobiernos de turno; organizaciones que toman partido por la OTAN en la guerra de Ucrania, y organizaciones que inventan artilugios para embellecer la política imperialista de Putin, son algunos de los ejemplos. ¡La degradación de esta “izquierda” va al mismo ritmo que la degradación misma del sistema capitalista!
Y lo decimos no porque nos interese analizar “hacia adentro” lo que ocurre en esas organizaciones sino parados desde los intereses de la clase obrera, partiendo del daño que han hecho y hacen en ella estas prácticas reformistas y oportunistas.
Por fuera de los aparatos de la “izquierda hegemónica” surgen distintas organizaciones de menor tamaño, muchas de las cuales, críticas a la izquierda tradicional, terminan repitiendo sus mismos errores, ya sean caer en el circo electoral o bien, parados por fuera del mismo, repetir las mismas prácticas de la izquierda tradicional. La crisis se extiende también sobre estas organizaciones.
Hacer de cuenta que esta realidad no existe, no solo llevaría a la continuidad de las eternas apariciones y fracturas de nuevas organizaciones, frustración de centenares de militantes honestos de por medio, sino que adquiere peso propio en el desarrollo de la lucha de clases.
No podemos negar que, ante la terrible política de disminución de ingresos y derechos que viene sufriendo el pueblo trabajador durante los últimos 10 años, la debilidad –o ausencia en algunos casos- de organizaciones de masas, así como de un partido revolucionario con capacidad de movilización a la altura de las circunstancias, desemboca en esta suerte de paz social inaguantable en la que nos han sumergido.
Para el campo revolucionario, para la militancia de base que sinceramente está preocupada por salir del atolladero en que nos encontramos, esta realidad resulta inocultable.
¿DÓNDE ESTÁ EL NUDO DE LA ACTUAL DEBACLE DE LA “IZQUIERDA”?
De la misma manera en que el problema de la revolución no consiste en cambiar gobernantes malos, por gobernantes buenos “de izquierda”, sino en que la clase obrera ocupe el poder y construya su propio Estado; de la misma manera, la crisis de la “izquierda” tiene una raíz de clase.
Más precisamente, el problema es que estas organizaciones se paran por fuera de la clase obrera. Y cuando hablamos de clase obrera, no nos referimos al proletariado en general, es decir, a la masa de desposeídos que no tienen otra opción más que salir a vender su fuerza de trabajo –después, el mercado laboral dirá-. Sino a la porción del proletariado que efectivamente se desempeña en el proceso productivo.
Hasta el año 2019, la lucha de clases era dinamizada principalmente por sectores proletarios no ligados a la producción directa, sobre todo, estatales y sectores de desocupados (aunque ya para este período, regenteados por los grandes aparatos de los movimientos sociales). A partir del 2020, hubo un retraimiento muy grande de todos estos sectores del pueblo trabajador, a la par que se produjo un ascenso de la clase obrera. Un ascenso que, además, no constituye una particularidad del proceso argentino, sino que se trata de un fenómeno global.
La debacle de la “izquierda” es consecuencia necesaria de este doble proceso; es la debacle de “programas” políticos que han dejado históricamente de lado a la clase obrera (amén de su reformismo), concentrándose en otros sectores del proletariado, o del pueblo trabajador; a la vez esto se conjuga con un pequeño ascenso de la clase obrera, que le da la espalda a este tipo de expresiones ya que no representa sus intereses de clase.
El problema con esta situación, es la extrema debilidad que todavía existe en la clase obrera. Debilidad que se da, por un lado, por la falta de conciencia de clase, sello de todo un período histórico que atravesamos y debemos superar.
Pero, por otro lado, esa situación persiste por la debilidad de las y los revolucionarios que efectivamente nos proponemos un proyecto revolucionario para la clase obrera. Y aquí hay que decirlo claramente: la inmensa mayoría de las organizaciones carecen de una propuesta política revolucionaria para la clase obrera –porque propuestas reformistas existen a toneladas-. La crisis de la “izquierda” es reflejo de la crisis que atraviesan diversos sectores del proletariado, centralmente estatales y desocupados, y de la pequeña burguesía urbana; expresa, en definitiva, el carácter de clase de esas propuestas.
EL PROBLEMA ELECTORAL
Si bien estamos en año electoral, y como tal todas las facciones de la burguesía ya se encuentran en campaña, la crisis política y económica nos trae a un concierto parlamentario donde todavía no hay nada claro respecto a las candidaturas. Es una campaña sin candidatos. Una verdadera campaña del sistema, por cierto.
Desde el campo de la revolución, es decir, excluyendo a la izquierda parlamentaria, el problema del boicot a las elecciones se presenta cada dos años, ya como parte del calendario de luchas.
Llamar a votar en blanco, no votar, anular, etc., se va tornando una tarea gris y cotidiana tanto para el militante revolucionario, como para el reformista, ya cansado de buscar votos para candidatos que traicionan los más elementales principios comunistas. Es decir, la lucha política va quedando desdibujada producto de la extensión de este período oscuro.
Claro que esto también forma parte de la propia falta de expectativas que existen en general en el pueblo trabajador respecto a las elecciones. Aparecen ante sí como un trámite que hay que hacer, y punto, con la excepción quizás de las presidenciales 2019, donde la burguesía logró momentáneamente generar expectativa electoral. Pero el pronóstico a todas luces es que este año el desinterés electoral será realmente muy grande, el mayor que hayamos tenido, quizás, desde el 2004.
En ese sentido es que nos preguntamos ¿En qué consiste el boicot en este período? ¿Se trata de llamar a votar en blanco o abstenerse, sin dar una perspectiva de salida al proletariado?
Pensamos que no, que agitar la consigna por la consigna misma no sirve. Por ese motivo nos hemos negado en el pasado a integrar campañas por el voto en blanco como un fin en sí mismo, porque el número de votos en blanco, si bien golpea porque expresa un rechazo de las masas al circo electoral, no construye en sí una alternativa de cambio.
Claro que hay que utilizar el problema electoral, pero hay que hacerlo para poner de relieve el tema de la clase obrera y las tareas de las y los revolucionarios; hay que utilizar el clima electoral pero no para enfrascarnos en la discusión voto sí, voto no, sino para plantear el problema de la revolución, y en ello, las tareas inmediatas de la clase.
Utilizar las elecciones sí, pero no en los marcos de la discusión sobre el parlamento, y que “ninguno nos representa”, sino sobre las tareas y necesidades concretas.
Y ahí entra el problema del programa político, de con qué programa las y los revolucionamos encaramos nuestra actividad política para un momento histórico determinado. Porque, de hecho, siguiendo la misma línea, desde el punto de vista de la democracia obrera el problema no es la “representatividad del pueblo”, sino el sistema mismo de democracia representativa.
Ese es el otro punto sobre el que nos queremos detener: el significado del momento histórico. Estamos en una época de resistencia, donde la clase obrera debe adquirir conciencia de sí misma. Si no superamos esa etapa, el resto son consignas vacías.
Entonces, cualquier campaña –y no nos referimos a campañas electorales precisamente- debe procurar consignas para superar esta situación: marcar la diferencia entre la democracia burguesa (representativa) y la democracia obrera (directa); señalar que la organización en el puesto de laburo vale más que mil votos; denunciar la ausencia de libertades políticas dentro de las empresas, y cómo nos pintan el circo electoral y “la democracia”.
En fin, existe una multiplicidad de necesidades agitativas hacia la clase obrera, que superan la consigna ideológica del voto en blanco. Por eso hoy llamamos a las organizaciones populares a iniciar una campaña en ese sentido: toda la propaganda a la clase obrera, toda la propaganda a las fábricas, a los centros de trasbordo industriales, etc. Si verdaderamente queremos superar esta situación, hay que ir hacia la clase obrera, no para olvidar al resto del proletariado, sino para catalizar su proceso irruptivo.
Hoy, no pensar en cómo hacer para que la clase obrera, el proletariado industrial, irrumpa en la lucha de clases, es condenar a la miseria y el reformismo a las masas de desocupados, jóvenes precarizados y estatales.
No estamos hablando de formar un frente, una unidad superestructural, estamos hablando de la práctica concreta. No es necesario “sellar alianzas” ni reuniones por arriba para salir a luchar, mucho menos para abrazar un programa político y hacerlo propio. Al contrario, la historia de nuestra clase demuestra que la unidad de las y los revolucionarios se ha forjado firmemente en la actividad práctica, en la unidad por abajo de los destacamentos y de la propia clase.
ROMPER CON VIEJAS PRÁCTICAS
Las prácticas que gravitan el campo de “la izquierda” tienen una raíz de clase, limitadas a su vez por una clase obrera que todavía no reconstruyó su conciencia, y agravada por objetivos políticos que gravitan por fuera de ella.
La situación económica de nuestro pueblo, la falta de horizontes revolucionarios claros; la perversión ideológica de la izquierda parlamentaria; y el momento histórico que atravesamos, obliga a las y los revolucionarios a discutir seriamente las tareas de la revolución.
Como hemos expuesto, cualquier campaña agitativa, ya sea por las condiciones de vida, por campañas electorales, etc., no se puede desarrollar sin un programa que mínimamente ordene los objetivos políticos elementales de la etapa.
En otro escalón, la crisis actual de “la izquierda”, tampoco puede ser superada sin la construcción de un partido revolucionario de la clase obrera. Nuestro Partido no solo se propone esa tarea, sino que propone un programa político que, lejos de ser declamativo, constituye un plan de acción. (1)
Llamamos a la militancia revolucionaria a abandonar prejuicios, sincerar diferencias y discutir el programa propuesto. Quienes quieran colaborar directamente con el Partido, que así lo hagan, y quienes quieran aportar al proyecto revolucionario con la acción hacia el desarrollo concreto del programa, también.
Es importante aclarar que no planteamos esto parados desde la soberbia de “nuestro programa”, sino desde la simple conclusión política que extraemos de los acontecimientos: la izquierda no parlamentarista hasta ahora se ha limitado a juntarse para una movilización, un conflicto, o una campaña por consignas puntuales (FMI, voto en blanco, etc.), y en esas convocatorias, siempre, sistemáticamente, se ha empezado por el final, negándose como norma la discusión política sincera.
Esa experiencia se ha agotado. Es necesario volver a “las viejas prácticas”, volver a la clase obrera, volver al marxismo, volver a discutir proyectos de revolución, y abandonar aquellos que solo se limitan a repartir la miseria. No empezamos desde cero, lo hacemos desde una propuesta concreta, que lejos de cerrar puertas, las abre.