Venimos a la universidad en busca de respuestas. Desde la educación inicial nos transmiten la idea de que hay un conocimiento de validez incuestionable. Pero la realidad es muy diferente. Hay intereses, que condicionan lo que se enseña, cómo se enseña, y lo que se oculta. Por eso, tenemos que hablar del Estado.
El Estado no es un ente por encima de la sociedad, sino que constituye una herramienta de las clases dominantes. Así, el Estado esclavista generó instituciones acorde a las necesidades de los esclavistas; el Estado feudal acorde a los señores feudales; y el actual Estado capitalista responde a los intereses de la burguesía, es decir, de los grandes empresarios.
La universidad entonces no deja de ser una institución al servicio de las clases dominantes que cumple múltiples facetas: aquí se genera conocimiento para ser transferido al gran capital (sean ciencias básicas o aplicadas) y se reproduce la ideología de la clase dominante, funcionando muchas veces como semillero para formar cuadros políticos al servicio de las grandes empresas. La universidad –así como el sistema científico- no es neutral, como nos la presentan, sino que expresa un contenido de clase.
Esto no significa que todo conocimiento o investigación que de allí emerja no contenga avances científicos concretos. Para nada. El conocimiento científico es patrimonio de la humanidad, independientemente que éste surja en un régimen esclavista, feudal o capitalista. El problema es que al ser un instrumento del Estado encorseta y mutila a las ciencias duras, orientándolas sólo hacia los fines que le son útiles al capital, y tergiversa las ciencias blandas para orientarlas ideológicamente.
Ahí está el desafío del estudiantado universitario, en cuestionar este estado de cosas e introducir en el ámbito académico otra posición de clase: la de la clase obrera.