¿Vivir para trabajar?
Desde hace varias semanas trabajadoras y trabajadores de Corea del Sur se opusieron en la calle contra la exigencia del gobierno de implantar un régimen laboral que iba a pasar de 52 horas semanales a 69 horas.
Se entraría a trabajar a las 9 horas y se saldría a media noche, de lunes a viernes.
Mientras este hecho sucedía las primeras planas de los diarios de ese país daban vuelta la cara a tamaña expresión de protesta. Revisamos más de 10 medios y como «curiosidad» se promocionaba la preventa de un coche eléctrico.
El mal humor reinante en la clase obrera es lucha de clases.
No se trató de “jóvenes millennials», como mencionan voceros de la burguesía para amortiguar o intentar darle un aire «moderno» a ese proceso que se disparó en el mes de marzo, donde ahora el gobierno retira el proyecto “para un posterior debate”.
En la jornada de esta semana se llevó adelante una huelga general de obreros de la construcción que se desató ante la inmolación de un obrero del gremio.
Las movilizaciones obreras del primero de mayo contra la iniciativa gubernamental curiosamente intentaron ser tapadas por las disputas en esa región, en donde Corea es una de las piezas fundamentales en la producción mundial de chips, entre otras cosas.
La situación política en esa parte del continente requiere de una Corea lo suficientemente consolidada para ser punta de lanza de las disputas regionales.
Sin embargo, las nuevas generaciones de trabajadores y trabajadoras no están dispuestas a entregar sus vidas a las grandes empresas. La ola de suicidios no ha descendido, por el contrario, se ha transformado en un problema social estructural.
Las nuevas camadas quieren vivir otra vida. Pero las exigencias de producir han provocado que en ese país los fallecimientos superen a los nacimientos, ya que las nuevas parejas no están dispuestas a tener hijos y formar familia por no poder garantizar su atención.
Además, hay guerras y amenaza de ella en varios puntos de la región. Corea no deja de ser un punto a prestar atención. Pero la vida real del coreano, su mal humor, su disposición a luchar y combatir la consigna de “vivir para trabajar” se ha transformado en una piedra en el zapato en la disputa entre las grandes concentraciones económicas que intervienen en esa explotación inhumana de un pueblo dedicado al trabajo.
Esto es lucha de clases. Y cuando un producto coreano no llega al puerto de Buenos Aires es parte de esa guerra de clases que aún no se expresa en esos términos, poco es lo que se ve, pero se hace sentir afirmando que esa clase lo produce todo y no tiene nada. Y ha comenzado un camino de rebeldía que difícilmente se detendrá.