En Corea de Sur unas 340.000 personas entre los 19 y 39 años se consideran solitarias o aisladas, según el Instituto Coreano de Salud y Asuntos Sociales. Existe una creciente proporción de hogares unipersonales en Corea del Sur, que representaron aproximadamente un tercio de todas las unidades familiares en 2022. Al mismo tiempo, la cifra de personas que tuvieron «muertes solitarias» se ha elevado. El encierro de jóvenes en sus cuartos por más de cinco años (muchos de ellos no salen ni para ir al baño) van en aumento.
En Marruecos, en la ciudad de Tanger (a solo 12km de la frontera con España y entrada de productos hacia Europa) se encuentra la fabricación textil que compite con Turquía y Etiopía, con talleres de abastecimiento de prendas de vestir para grandes marcas de Europa y el mundo «occidental».
Con salarios menores a 200 Euros estos talleres clandestinos o semi clandestinos, con condiciones de trabajo esclavo, son contratados por las marcas de moda. Jornadas de más de 12 horas, con accidentes laborales que causan muertes anuales de forma alarmante. Talleres instalados subterráneamente, inundables, mientras los capitalistas, «señoras y señores » burgueses, se pasean por las grandes capitales utilizando esa indumentaria de alto costo que está manchada de sangre proletaria.
Dos países, dos continentes.
Detrás de esta breve y escueta caracterización se concentra una buena parte de la explicación del fracaso del sistema capitalista para la solución de los problemas de la humanidad.
Cuando hablamos del fracaso del sistema capitalista lo hacemos desde una concepción de clase. La ideología burguesa -en cambio- apunta a explicar que el fracaso no es del sistema y trabajan arduamente para consolidar sus ganancias mostrando números, estadísticas a su favor, campañas «ideológicas». En definitiva: lo más concentrado del capital se despega cada vez más de los intereses de las grandes mayorías. Para ellos, para sus intereses de clase, no fracasan.
Pero («siempre hay un pero») que no fracasen no indica que no atraviesen una crisis política extrema.
Y entonces aparecen los países como Corea y Marruecos, en donde la lucha de clases va en aumento y con un potencial político de cambio en ascenso. En las Coreas y los Marruecos (por no decir los EEUU y las Chinas) sus clases obreras puertas adentro van golpeando los cimientos del sistema capitalista.
Solo en el primer trimestre de este año transcurren olas de huelgas y paros en esas potencias capitalistas y han ido en aumento exponencial. EEUU es “líder” en protestas proletarias en todo el mundo; y en China se registró un aumento de diez veces en las protestas del sector manufacturero, en comparación con el último trimestre de 2022.
Estas protestas se concentran en la industria electrónica orientada a la exportación, seguida por prendas de vestir, juguetes y el sector automotriz. Los trabajadores y trabajadoras protestan por salarios y beneficios no pagados, en contra de los despidos y reubicaciones, solicitando una compensación económica por estos cambios de empleo. Lo más importante de esas expresiones es que son “hijas” de toda una movida iniciada en el 2008 y que se fue consolidando hacia el 2012.
Hay experiencia que se acumula.
Existe un ascenso persistente, la clase obrera va gestando sus primeras bases de apoyo con proyectos revolucionarios cuando leemos que en muchas embestidas populares que recorren el mundo aparecen organizaciones que expresan la Democracia Directa más explícita (como en Sudán y Rojava / Kurdistán); y miles de experiencias aún no tan explícitas con mucho peso específico que reafirman una independencia de las instituciones de la burguesía y van experimentado y probando con sus propias fuerzas.
Es un momento de muchas sombras, pero no sombrío. Se camina con experiencias cercanas en el tiempo, pero también con otras que conmovieron al mundo en épocas de revoluciones socialistas.
El pasado no atormenta cuando el presente recoge el guante y desafía lo establecido por el sistema hoy impuesto. Y es en este ascenso sostenido que la clase obrera industrial está teniendo un protagonismo inédito no solo en países con cierto desarrollo industrial sino y –fundamentalmente- en las grandes potencias industriales.
Una lucha de clases que se presenta de múltiples formas y metodologías, pero en todas ellas se manifiesta el fracaso del sistema y aparece la aspiración a una vida digna que no puede realizarse cuando la humanidad se encuentra frenada para desplegar su verdadero potencial.
El propio sistema capitalista ha tirado por la borda su frase arrogante que «el trabajo dignifica».
Centenares de millones no quieren ir a trabajar; la alienación y la enajenación de hoy sobre los proletarios y proletarias pesan a la hora de sentirse dignos frente a la «máquina», frente al puesto de trabajo.
Miremos a Corea y a Marruecos para reflexionar sobre esta situación.