La crisis política en Israel es gravísima. No se registran antecedentes de protestas y masivas movilizaciones, que ya llevan treinta semanas consecutivas, desde la creación del Estado en 1948. El gobierno autoritario y de extrema derecha conformado por el Partido Likud (del primer ministro Netanyahu) y sus socios (fanáticos religiosos ultra ortodoxos, colonos, extremistas del nacionalismo, racistas que pugnan por la destrucción total del pueblo palestino) se anotó una victoria el pasado lunes, al aprobar el Parlamento (Kneset) una cláusula que restringe las facultades de la Corte Suprema para intervenir en las decisiones del Gobierno, aprobada con el voto positivo de los 64 diputados de la coalición gobernante, siendo que los diputados de la oposición, se retiraron del recinto. Se trata de la llamada cláusula o doctrina de la Razonabilidad, ahora anulada, que justamente permitía a los jueces limitar decisiones del Gobierno que pudieran considerarse como “irrazonables”. Aclaremos: no es que el Partido Likud y el Ejecutivo sean los malos, y el Poder Judicial esté integrado por los buenos. El Tribunal Supremo, históricamente, ha ordenado el avance sistemático sobre los territorios ocupados, especialmente en Cisjordania, habilitando la demolición de casas y el desalojo de las familias palestinas. Pero en relación a esta cuestión, determinante para los intereses de la clase dominante y los dueños del poder político y económico en Israel, la reforma judicial es una necesidad, una herramienta para avanzar con más rapidez en este proceso de expansión territorial, que satisface los deseos de los religiosos ultra ortodoxos, racistas que promueven una política de apartheid contra los palestinos, (también en Jerusalén Oriental), del Gobierno colonialista, y de muchas empresas, en especial vinculadas a la construcción y muy interesadas en avanzar sobre territorio palestino para expandir sus negocios inmobiliarios. Ahora bien, las protestas son un hecho material que aparece con intensidad en Israel desde finales del año pasado. Es que la enorme mayoría del pueblo israelí intuye el peligro que esta reforma conlleva, dado que tiende a agravar drásticamente la situación en Cisjordania, lo cual conduce inevitablemente a que se profundice el conflicto y, con ello, las acciones de guerra. Son muchos los israelíes que quieren que se cumpla con la doctrina de los dos Estados para vivir en paz. Es más, cientos de manifestantes que apoyan de manera directa la integración con el pueblo palestino, que portaban banderas de ambas naciones, fueron especialmente blanco de la represión de las fuerzas policiales. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que ese sea el motivo central de las acciones de protesta. Los israelíes temen que su democracia liberal se vea restringida (como hoy lo está siendo) por los designios autoritarios de Netanyahu quien, de paso, busca eludir la cárcel, ya que pesan sobre él varios cargos vinculados a la corrupción. Temen que el pueblo árabe se levante y se produzcan nuevas intifadas. Temen que se deteriore aún más la imagen de Israel en el exterior y, con ello, que se vea reducido el apoyo de las potencias imperialistas, principalmente de los Estados Unidos, dado que son muchas las empresas que poseen fuertes intereses en la región (petróleo, minerales). Israel es la punta de lanza, el enclave occidental para sostener esos negocios de la oligarquía financiera internacional, pero países árabes como Egipto, Jordania y Arabia Saudita son también parte del armado político que sostiene esos intereses.
La crisis política es total, y por ellos está en jaque la continuidad del Gobierno. Es más que interesante, desde el punto de vista de la gravísima situación que atraviesa el capitalismo a nivel mundial, que en un país como Israel se manifiesten en la calle cientos de miles de personas, y que hasta varios sectores de las Fuerzas Armadas, especialmente reservistas y experimentados integrantes de la Fuerza Aérea, expresen su fuerte descontento y amenacen con retirarse de las listas para ser convocados y con no presentarse a los ejercicios de entrenamiento militar. Las masivas movilizaciones en las calles de Jerusalén y otras ciudades importantes como Tel Aviv y Haifa, son protagonizadas por sectores de ingresos medios y trabajadores de diferentes ramas de la industria, todos caracterizados por el denominador común de ser en su enorme mayoría israelíes seculares. En todo este embrollo, el factor religioso juega un papel importante a nivel político. La alienación religiosa de los ultra ortodoxos que apoyan las medidas fascistas, segregacionistas y autoritarias del Likud alimenta el odio hacia el pueblo palestino y sostiene el expansionismo del Estado de Israel en los territorios ilegalmente ocupados. No debemos olvidar que la democracia liberal y burguesa del Estado de Israel se sostiene en el sometimiento del pueblo palestino. Paralelamente a estos acontecimientos insólitos en la historia del Estado de Israel, los bombardeos sobre Cisjordania ocupada se llevaron la vida de cientos de palestinos. Ahora bien, la violencia del Estado contra sus ciudadanos es algo más que inaudito para los israelíes. Represión, carros hidrantes, cientos de detenidos, varios heridos, algunos de gravedad, y la resistencia en las calles, constituyen en su conjunto un fenómeno que, más allá de los intereses inmediatos que están en juego, revelan la descomposición de un sistema económico que expresa sus efluvios en diferentes partes del mundo. Vaya como ejemplo, que se multiplica en diferentes regiones, lo que ocurre en las calles de París y otras ciudades francesas, contra el gobierno autoritario de Macrón. Pero, en un país como Israel, este nivel de crisis política llama profundamente la atención, y refleja en los hechos cómo la democracia burguesa no es más que una fachada, dado que, cuando hay que reprimir para defender los intereses económicos que se sostienen de la explotación de la clase obrera y el pueblo, no duda ni un segundo. Israel es la prueba cabal de ello, pues, y más allá de las consideraciones señaladas acerca de la naturaleza de una democracia construida a los tiros y los bombardeos, su pueblo se jactaba de vivir justamente en una democracia liberal que no osaba avanzar sobre sus derechos y sus libertades políticas. Parece que eso se terminó.
La crisis nacional sin precedentes en el Estado de Israel, provocada por el gobierno fascista y sus aliados religiosos, tiene consecuencias inciertas. Como señalamos, el avance del Gobierno y sus fuerzas represivas sobre las libertades políticas no tiene antecedentes. Remarcamos una vez más: hablamos de los ciudadanos israelíes, ya que sabemos muy bien cuál es la política de su Estado terrorista con respecto al pueblo palestino. Al eliminarse un elemento clave en relación al poder de control por parte del Tribunal Supremo de las acciones de Gobierno, se abre una ruta que conduce, además de todo lo ya expresado, a nombramientos a discreción de jueces adictos al Primer Ministro y sus aliados, lo cual facilitaría los negocios de la clase dominante y la corrupción que le es inherente. Legisladores demócratas de los Estados Unidos han planteado directamente, ante los acontecimientos que derivan en una inestabilidad geopolítica en toda la región, la reducción del millonario presupuesto anual que la potencia del norte destina al Ministerio de Defensa de Israel. Es que los Estados Unidos atraviesan su propia crisis, que no es otra cosa en definitiva que la crisis terminal que afecta al sistema capitalista de producción en todo el planeta, y han sido muchos los millones de dólares afectados por la guerra en Ucrania. Como fuere, todo apunta a un agravamiento de la situación y, quizá, a nuevos levantamientos del pueblo palestino, que han incluido huelgas masivas en diferentes ciudades. El sábado 29 de julio, continuando la andanada de movilizaciones callejeras, fueron 200.000 las personas que salieron para sostener la protesta contra la reforma judicial, el jefe de Estado y sus aliados. Los manifestantes llevaban pancartas con los nombres de los represores, y el Ministro de Seguridad Nacional habló de “campaña de anarquistas” contra los “heroicos policías de Tel Aviv”, pero la masividad de los hechos es inocultable. Una crisis de consecuencias impredecibles, que le genera un fuerte dolor de cabeza a la burguesía monopolista y a sus administradores en el Gobierno.