La lucha de clases se manifiesta en todos los terrenos de la contienda clasista, por lo que las elecciones no son la excepción.
Luego de los resultados del domingo pasado se ha producido un agravamiento de la crisis política de la burguesía. A pesar de las afirmaciones en contra, ningún ganador claro ha surgido; como ya lo dijimos, las distintas formas de abstencionismo determinaron que el candidato que quedó en primer lugar cuente con apenas el 20% de los votos reales del padrón habilitado a votar. De aquí a octubre (y a noviembre, si hay balotaje) la inestabilidad política, y mucho más la económica, serán la característica de esta coyuntura.
La clase dominante ha visto agravado el problema del consenso político. Si lo que viene por delante en cuanto a seguir aplicando políticas que apuntan a deteriorar las condiciones de vida y de trabajo, cuestión en la que todos los candidatos del sistema acuerdan, cuenta con semejante debilidad, las condiciones políticas para la ejecución de dichas medidas son extremadamente difíciles. El punto no está en qué hacer con la economía sino qué hacer con la política.
La democracia burguesa tiene como característica fundamental el engaño, el hacer creer que es la vía por la que se resolverán los problemas del país y de sus habitantes. Eso es precisamente lo que no está funcionando. De allí las amenazas, más abiertas o más solapadas, de utilizar la represión para resolver la falta de consenso, cuestión que no debe ser subestimada.
Podría decirse que amplias masas de la población le han “picado el boleto” a la clase dominante en ese sentido. En la falta de expectativas, de esperanzas fundadas, de convencimiento para ir detrás de alguna de sus fuerzas políticas y sus programas. Ello da como resultado un objetivo cuestionamiento a la democracia burguesa, fenómeno que se replica en distintas partes del mundo, y, por lo tanto, exacerba las contradicciones por arriba acerca de los caminos a emprender.
¿Esto significa que afirmamos que la democracia burguesa está superada? La respuesta es no. Sí afirmamos que el régimen de dominación “preferido” por la clase dominante en los últimos cuarenta años sufre profundas grietas, producto de la experiencia y de las conclusiones políticas que han realizado y a las que han llegado importantes sectores del pueblo explotado y oprimido. Si un régimen necesita de consenso para gobernar y ese consenso no se logra sino que se licúa cada vez más, objetivamente, ese régimen atraviesa una crisis que, también afirmamos, no es pasajera sino estructural.
La democracia representativa y las elecciones son el terreno de lucha de la burguesía.
Allí es donde más cómoda se encuentra porque allí es donde mantiene su engaño, su ilusión de hacer creer al pueblo que elige en libertad. En ese mecanismo se manifiesta su dominación de clase expresada a través de las sus ideas, que son las ideas dominantes.
Por eso es absolutamente idealista esperar que de allí surjan grandes cambios o que las masas opten por políticas revolucionarias (las que, valga la aclaración, no han sido expresadas por ninguna de las fuerzas políticas participantes). Es determinante tener en cuenta esto para no alimentar sueños irrealizables. Las elecciones son el momento en el que se conjugan, se sintetizan, las formas de dominación que la burguesía ejecuta a la hora de la contienda política. Desde esa perspectiva, que dicha forma no esté dando los resultados que expresen consensos mayoritarios, es un problema grave para el régimen y la clase que lo sustenta, es la forma en la que la lucha de clases se mete y pone piedras en el camino. Nada más y nada menos que eso.
De allí surge que participar o no de la lucha electoral tiene que definirse desde el análisis del proceso de la lucha de clases en su conjunto. Nuestro Partido llama a la abstención, poniendo el énfasis en no ir a votar, para de esa manera aportar a la experiencia de ruptura con la democracia burguesa que viene realizando una parte importante del movimiento de masas; para que avance la conciencia política del proletariado en general y de la clase obrera en particular; para que el ejercicio de la democracia directa que viene creciendo en la lucha reivindicativa y política sea entendido como la metodología a implementar en la lucha revolucionaria contra el régimen burgués y así socavar sus cimientos institucionales, su basamento jurídico y su concepción de clase de la política para ponerle enfrente la concepción de su clase antagónica, la clase obrera.
Otro interrogante que surge es: ¿Qué debemos hacer las fuerzas revolucionarias, ante el agravamiento de la crisis política de la burguesía, para profundizarla al mismo tiempo que avanzamos en la materialización de un programa revolucionario en manos de la clase obrera?
En primer lugar, precisamente, es sostener y profundizar la penetración y el enraizamiento de las ideas revolucionarias y la construcción del Partido en el seno de la clase de vanguardia. Toda táctica debe estar supeditada a esta tarea imprescindible.
No existe posibilidad de avanzar en un camino de cuestionamiento al poder de los monopolios si la clase de vanguardia no tiene su propio programa, su propio Partido, sus propias organizaciones que materialicen la unidad política con el resto de las capas explotadas y oprimidas de la sociedad.
La clase obrera se ratifica como el sector más dinámico de la lucha de clases en los últimos tres años. Al mismo tiempo alguna de las últimas experiencias de lucha va mostrando un cambio en la disposición a la organización independiente. Ello aporta objetivamente a profundizar la crisis política pues, si bien no existe una manifestación masiva de este fenómeno, el mismo comienza a ser el hilo conductor, comienza a convertirse en una conducta de clase.
En ese derrotero cobra aun mayor importancia dotar a ese movimiento de conciencia política, de ayudar a entender que la lucha de fondo es contra la clase burguesa en su conjunto. Cada coyuntura política debe ser aprovechada para acrecentar una visión estratégica en las vanguardias obreras que redunde en avances en la organización. Sin la realización de estas tareas indelegables la lucha de clases seguirá bajo la hegemonía de las concepciones y políticas de la burguesía.
Volviendo al principio de este artículo, la clase obrera y su Partido deben afrontar el futuro inmediato de la lucha de clases con más enfrentamiento, más organización independiente, más ruptura con la institucionalidad del sistema.
Ahondar la grieta abierta por la lucha de las clases con más lucha de clases.
En la medida en que se profundice ese enfrentamiento los planes políticos y económicos de las grandes empresas monopolistas se verán perjudicados: con las huelgas, la negación a hacer horas extras, la resistencia a la exigencia de mayor productividad, movilizaciones y presiones de todo tipo, se acrecienta el tembladeral por abajo que sacude a los de arriba.
En ese enfrentamiento, por un lado, ganamos en experiencia y organización y elevamos la conciencia política y, al mismo tiempo, la burguesía se ve obligada a retroceder en sus iniciativas de ajuste porque ve peligrar la continuidad de sus negocios; máxime cuando no tiene garantizado un horizonte de gobernabilidad estable. Debe pagar un costo político, pero también económico.
Por ese camino, ya transitado por la experiencia de lucha en otras etapas históricas, es por donde será posible hacer que la clase dominante no logre estabilizarse. Salir del terreno de lucha que mejor aprovecha transitando el terreno que más conviene a la acumulación de fuerzas a favor de la clase obrera y el pueblo.