La huelga de los trabajadores de la industria automotriz de Estados Unidos lleva 43 días y en el día de ayer se conoció un principio de acuerdo con una de las denominadas “tres grandes”, Ford, mientras resta conocerse si habrá avances respecto de las demandas obreras con las otras dos corporaciones, GM y Stellantis.
La UAW (Union Auto Workers) nuclea a 145.000 trabajadores en esas tres empresas. La huelga que comenzó a mediados de septiembre fue votada por un 97% de los afiliados al sindicato, en el medio de una ola huelguística en EEUU que no se manifestaba desde los años 70.
A pesar de la abrumadora mayoría que votó por ir a la huelga la dirección del sindicato utilizó una estrategia denominada “progresiva”. Los paros de actividades se realizaron en determinadas plantas de las tres empresas mientras el resto de los trabajadores eran llamados a seguir cumpliendo sus tareas. Luego se fueron sumando nuevas plantas, siguiendo esa estrategia de “golpear para negociar”, tan conocida de los sindicatos que deben ponerse al frente de las demandas por la presión incontenible de las bases pero desde una concepción de conciliación de clases y de profundos compromisos con el Estado.
Sin embargo, la trascendencia del conflicto va más allá de esos inconvenientes que aun atraviesan las bases obreras y que, sin lugar a dudas, exigirán de una resolución a partir de formas de organización que la propia clase adopte en su experiencia de lucha.
El acuerdo mencionado determina una suba del 25% en el pago por hora, de aquí a 2028, un aumento del salario inicial de 68% y otras conquistas que se refieren a condiciones de trabajo. Cuando hablamos de un 25% de aumento en cuatro años puede sonar a poco, teniendo en cuenta que eso es lo que aumenta la inflación de dos meses en nuestro país. Para la economía de EEUU y, sobre todo, para la lucha de clases en ese país, esa conquista significa el derrumbe de una política llevada adelante por la burguesía y sus gobiernos durante los últimos cuarenta años respecto de postergar el precio del salario respecto del resto de los precios de la economía y, por supuesto, de la rentabilidad empresarial.
Lo que ocurre en EEUU y en otros países de las economías llamadas desarrolladas debe enmarcarse en la revitalización de las luchas de la clase obrera en los últimos diez años. Luchas que pasaron por un profundo reflujo producto del triunfo ideológico y político de la burguesía en la década del 80, incluso con derrotas políticas de la clase obrera que determinaron ese proceso. Valga recordar que en 1981 el recientemente elegido presidente de EEUU, Ronald Reagan, ante una huelga de los controladores aéreos, despidió a 11.000 trabajadores y los reemplazó por efectivos militares. Esa fortaleza política de la burguesía monopolista que, como decíamos, tiñó las décadas posteriores, hoy se ve avasallada por una revitalización y un resurgimiento de la clase obrera como protagonista no secundaria ni excluida en el escenario de la lucha de clases mundial.
En ese contexto la huelga automotriz en EEUU y las conquistas conseguidas tienen una trascendencia significativa en lo que refiere al papel de la clase de vanguardia, en el medio de una crisis capitalista mundial de magnitudes inéditas. Crisis que no encuentra resolución porque, precisamente, el dinamismo de la lucha de clases le imprime un condicionamiento importantísimo a las decisiones políticas que la oligarquía financiera mundial necesita llevar a cabo para atenuar tal crisis del capital.
La huelga automotriz en EEUU es un eslabón más de esa cadena de luchas que va interponiéndose a las políticas de la clase dominante, aumenta sus contradicciones, no la deja decidir con la comodidad con la que decidía hasta hace unos años. Fundamentalmente allí está su importancia; la clase obrera se ha despertado después de un largo letargo y las fuerzas revolucionarias debemos verlo como un elemento auspicioso para nuestros objetivos estratégicos en cada país en el camino de aportar a la lucha de clases en el mundo.