Estos últimos días la campaña electoral se ha vuelto realmente insoportable. El progresismo desplegó todas sus herramientas, repitiendo los mismos amañados argumentos de las últimas dos elecciones presidenciales (2015 y 2019). «La democracia somos nosotros, el resto es la derecha». Al formular el discurso electoral de esa manera plantean dos cuestiones: primero, la falsa idea de que el voto es un voto ideológico, cuando en realidad, con suerte expresa una aspiración política, más no ideológica. Y decimos con suerte porque la democracia burguesa jamás expone las verdaderas aspiraciones políticas de masas. El votante de Milei es por oposición a Massa, e inclusive muchas veces, es un voto para que “reviente todo”.
Esto no es, desde ya, una defensa al votante de Milei, sino una caracterización. Por eso, tanto el progresismo como el supuesto marxismo ilustrado, universitario, electoralero, se equivocan muy feo cuando pretenden igualar el voto político, a las concepciones ideológicas, y terminan haciendo una campaña no en contra de Milei, sino a favor de Massa.
Y sí, por más que lo digan en sus consignas, que el voto es contra Milei, y después vamos a pelear contra Massa, y que se yo qué, la campaña del progresismo se basa en elevar su figura, cual pastor parroquial, al cielo de la política burguesa, y todo lo que no sea campaña pro Massa es sinónimo de fascismo, de “hacerle el juego a la derecha”, etc.
La realidad es que no hay un después, sin un ahora, y el momento de combatir los dos proyectos de la burguesía es este. El famoso “hacerle el juego a la derecha” es justamente llamar a fortalecer alguno de los candidatos, cuando de lo que se trata es de debilitar al sistema en su conjunto, y no decantarse por alguna de sus variantes. Por eso el abstencionismo electoral tiene un sentido concreto, que la campaña progresista pretende combatir igualándolo –mediante mecanismos como el miedo y la culpa- a la fórmula Milei.
Lo que no entiende nuestro progre ilustrado, es que ese discurso en lugar de sumar en términos electorales, termina restando. Así, la política del miedo, la política “del odio” es una navaja con doble filo –decimos navaja porque para cuchillo no le da a estos candidatos-, porque el miedo que dicen combatir, es el que ellos mismos promulga, con su política de segregación discursiva.
Así, el peronismo se reinventa como el verdadero partido del orden para la burguesía. No importa que Sergio Massa reivindique a las FFAA, que se vete el derecho a huelga de la mano del progre de Kicillof, o que los sindicatos y las empresas implementen verdaderas prácticas fascistas en las empresas. Si no estás a favor de ese orden burgués, sos un facho. Y así, mágicamente, en una campaña electoral, pretenden colocar en la misma bolsa a quienes votan por una Villarruel que reivindica la dictadura militar, y a las fuerzas políticas que llamamos a no votar, justamente, porque nos oponemos tanto a los Milei como a los Massa. El victimario, se vistió de víctima, para garantizar su continuidad en la administración del Estado. Una jugada repetida, que solo tendrá salida cuando las y los trabajadores enarbolemos un proyecto político propio, sin excusas electorales.