La burguesía se pasa la vida mintiendo, creando mitos y fantasías para esconder sus verdaderas intenciones de ganancia a costa del sacrificio de los trabajadores y del pueblo en general. Así construye su Estado y su ideología, sobre la base del engaño con las herramientas de opresión, que utiliza para perpetuarse en el poder.
Una de las más importantes mentiras es que el Estado es la expresión organizada del pueblo que se utiliza para el buen funcionamiento social, el cual sirve de árbitro imparcial para resolver los conflictos sociales y el desarrollo del país. El gobierno actual ha llegado al colmo de autodenominarse como portador de las “fuerzas del cielo”.
Bajo este concepto, todos los pobladores debemos respetar al Estado y regirnos por sus leyes y mandatos. Los gobiernos vienen a cumplir el papel de administradores del Estado y, por lo tanto, una vez elegidos los mandatarios, los legisladores y los jueces, todos estarán avocados a tomar las decisiones que favorezcan al supuesto bien común.
Sin embargo, no hay tal bien común. En todas nuestras notas, ya sea las que tocan específicamente este nudo y las que lo hacen en forma indirecta, venimos dando una lucha frontal contra este concepto fundacional del sistema de explotación capitalista.
Ello se debe a que todo lo que existe se debe a la obra de masas de mujeres y hombres trabajadores que todo lo producen y distribuyen. Toda ganancia sale del trabajo. No existe capital que obtenga ganancia sin el trabajo y es por esa razón que ganancia y salario son hijos del trabajo de grandes masas de seres humanos que sudan diariamente y, a cambio, obtiene salarios, mientras que un porcentaje ínfimo se apropia del fruto de ese esfuerzo sin dar nada a cambio y, por el contrario, acumula ganancias que convierte en capital.
Lo hemos dicho y lo repetimos sin cansancio que el capital necesita trabajo de grandes masas para sobrevivir, mientras que el trabajo no necesita de capitales, pues el trabajo es el que los crea.
Los intereses del capital, o más precisamente, de los capitalistas, son opuestos a los intereses del trabajo, o más precisamente, de los trabajadores. Así está determinado el enfrentamiento de las clases sociales principales y antagónicas de nuestro país. La burguesía está más comprometida y vela por sus bienes terrenales haciendo caso omiso a supuestas gracias celestiales que, dicho sea de paso, ni el cielo existe ya que, como sabemos, el “techo” celeste del planeta es una ilusión óptica del reflejo de la luz sobre las capas de la atmósfera, dado lo cual, ese ámbito ideal en donde moran las divinidades ha quedado reducido a una especie de fábula o simbología religiosa, a pesar de la insistencia de las ideas más retrógradas impulsadas por la burguesía y sus acólitos para el sometimiento del pueblo.
En esta serie de notas que publicaremos iremos desgranando, a través de un análisis crítico de las medidas que toman los gobiernos de turno y que profundizan, cuando la crisis propia del funcionamiento del sistema recrudece y aumenta, la disputa de intereses entre ambas clases antagónicas haciéndose evidente e insalvable. En medio de la misma, los capitalistas hacen lo posible para cargarla sobre las espaldas de la clase productora (la clase obrera), los trabajadores en general y sectores populares.
Hoy aludiremos a la madre de esas mentiras: “el gobierno representa y defiende los intereses de las mayorías que lo votaron y, por lo tanto, de toda la sociedad”.
En estos cuarenta años de democracia, no ha habido gobierno en los que la clase obrera y pueblo laborioso no haya perdido poder adquisitivo del salario, de sus ingresos, derechos políticos y sociales, salvo en el caso que su energía de combate por la distribución del producto social y por las aspiraciones políticas y democráticas hubiere generado lo contrario.
Todos los gobiernos, sea cual fuere el signo político con el que se encaramaron en la administración del Estado, hicieron lo posible por optimizar las ganancias de la clase parásita (la burguesía) en desmedro de la clase obrera y sectores populares. Algunos, blandiendo discursos de defensa de la democracia, otros a caballo de una supuesta justicia social y otros más en defensa de la libertad y la transparencia.
Por su parte, con anterioridad a estos últimos cuarenta años, las dictaduras militares también recurrieron al engaño diciendo que venían a poner orden y a combatir a enemigos internos que hacían peligrar las vidas del pueblo, para lo cual mataban, encarcelaban, torturaban cercenaban libertades y derechos conquistados por los trabajadores. El engaño, en esos casos, era tan burdo que no duraba mucho como antídoto contra la confrontación de clases. Así, las dictaduras más sangrientas no duraron más de siete años, siendo volteadas por la clase obrera y sectores populares en lucha franca contra las mismas.
Pero aclaremos algo: las armas no fueron las que doblegaron al sistema democrático de la clase burguesa, sino que la clase burguesa, a través de las armas, fue la que doblegó por algunos años a proletarios y pueblo oprimido hasta que estos derrotaron esa forma de gobierno violenta y sanguinaria.
Seguidamente, algunas de las mentiras que iremos desgranando:
- Para salir de la pobreza es necesario generar trabajo.
- Para generar trabajo es necesario que ingresen dólares.
- Para acabar con la inflación hay que dejar de emitir.
- Los impuestos son los que encarecen los productos y no permiten el desarrollo de la producción.
- La libertad se logra sin la regulación estatal (mi libertad termina cuando comienza la libertad de otro).
- El capitalismo es el mejor sistema que haya creado la humanidad.
- La democracia (burguesa) es la mejor forma de gobierno para cualquier sociedad.
Claro es que podríamos seguir con el listado, pero, por ahora, nos concentraremos en los puntos mencionados.