El presidente Milei no pierde oportunidad de hacer notar en público su ferviente y acérrimo anticomuismo, tal como ocurrió el miércoles pasado en el inicio de clases del colegio en dónde había cursado sus estudios.
No nos vamos a detener en los diversos detalles de su presentación, en donde no sólo se burló de un estudiante que se desmayó a su lado, hizo “chistes” de connotación sexual frente a un auditorio en donde estaba lleno de menores o bajó línea sobre las “asesinas abortistas de pañuelos verdes” (cuestiones verdaderamente impresentables que sólo pueden salir de una mente desquiciada) sino particularmente de su inquina (¿casual?) sobre lo que él define como comunismo.
Todo lo que el presidente ve a su alrededor está teñido de “sucios trapos rojos” que impregnan de su ideología al conjunto de la sociedad y por eso estamos como estamos. Es claro que cualquiera que lea estas líneas podría hasta mediatizar esas expresiones, más todavía viniendo de una persona para la cual son “comunistas” tanto Larreta como el Papa Francisco, los CEOS reunidos en Davos y todo aquel que no defienda las ideas que él promueve sobre “la libertad”. Más allá de todos esos discursos, basados en posiciones “disruptivas” que tienen aún cierta llegada a sectores de la población hartos y cansados de la destrucción de nuestro país y nuestras vidas (cosa que –con justa razón- se le achaca a los que gobernaron hasta acá) hay algo que nunca aparece sobre la mesa y para nuestra concepción es un aspecto central: la cuestión de clase.
No existe la clase burguesa (los empresarios son héroes a los que hay que agradecer); no existe la clase obrera (quienes trabajamos tenemos que aguantar sobre el lomo que ellos arreglen las cosas y el país florezca). Una versión edulcorada con tintes autoritarios y violentos –si se quiere- de la tan promocionada “teoría del derrame”: si a las empresas les va bien (si las ayudamos a producir, obtener más ganancias y quedarnos calladitos la boca) ya va a llegar el momento en que eso “derrame” al resto de la sociedad y seamos todos felices.
La historia de la humanidad (no sólo de nuestro país) demuestra (muy claramente) que eso no ocurre nunca y si con algo podría compararse es con los espejitos de colores que trajeron a las comunidades originarias de América los invasores europeos.
Si los buscan, encontrarán muchos textos en esta misma página en donde se hace referencia a todos estos ocultamientos y mentiras burguesas, por lo que no nos detendremos en ello en este artículo.
Pero lo que sí queremos abordar -en momentos tan graves como los que estamos viviendo- es un concepto fundamental del verdadero pensamiento comunista y revolucionario: el papel que está llamado a jugar la clase obrera, si de cambios de fondo se trata.
En toda la experiencia de lucha reivindicativa de los últimos tiempos, de lucha por nuestros derechos, ha habido conquistas y derrotas (es cierto). Pero -de alguna manera- todo este proceso viene siendo una verdadera “cantera” que va ayudando a comprender la explotación y la injusticia a la que estamos sometidos trabajadores y trabajadoras, a comprender la impunidad reinante en las fábricas (verdaderos enclaves autoritarios del sistema capitalista).
Y cuando en el centro de algunas experiencias comienza a despuntar la dignidad de clase (lo que somos, lo que generamos con nuestro trabajo y esfuerzo, “la nuestra”) esos enfrentamientos con sus incipientes vanguardias, comienzan a acumular nueva fuerza y darles una proyección y una salida política a los esfuerzos de la lucha diaria.
El único y verdadero enemigo del gobierno burgués (hoy administrado por Milei y sus secuaces, representantes de la facción monopolista que intenta tomar las riendas y alinear al resto), la única lucha que llevan adelante y de la cual no hablan nunca en público es contra su enemigo de clase: la clase obrera.
Reaparece entonces el intento de “un pacto” (en la búsqueda de esa tan ansiada gobernabilidad que necesitan para los negocios). La “santa alianza” que conforman burguesía, gobiernos y sindicatos se va sacando la careta “libertaria anticasta” en busca de un plan conjunto dirigido fundamentalmente a contener cualquier intento de organización y lucha política y reivindicativa que esté fuera de su control. El objetivo no sólo es intentar disciplinarnos como clase sino hacernos escarmentar para garantizar la continuidad de sus planes, basados en salarios cada vez más miserables. (Lo que está ocurriendo en ACINDAR / Arcelor Mittal es un claro ejemplo de ello).
Tanto que le gusta hablar de “comunistas” al presidente Milei, le contamos que una verdadera concepción leninista de la revolución se basa en la búsqueda permanente de atajos que acerquen, al proletariado y el pueblo, lo más rápidamente a la toma del poder, hoy en manos de una pequeña minoría responsable de las calamidades que vivimos “gracias” al capitalismo que usted tanto pondera.
Por eso, trabajar en una táctica que unifique y golpee como un solo puño para quebrar el plan del gobierno, nos permitirá englobar todos los esfuerzos que se vienen haciendo desde las bases obreras.
El “primer acto” del enfrentamiento de clases es la propaganda revolucionaria en los centros de producción, en los parques industriales y las fábricas, independientemente del estado de ánimo, la disponibilidad de las y los trabajadores del lugar o la penetración del proyecto revolucionario.
Allí es donde la iniciativa del ser humano consciente se agiganta.
Como militantes revolucionarios debemos redoblar los esfuerzos, y recurrir a la creatividad propia y de las masas para garantizar las tareas urgentes en momentos como este.
Esa decisión es trascendental para lograr que la clase obrera ocupe su lugar en la lucha política y así desequilibrar esta balanza a favor del pueblo oprimido, para que cuente con un proyecto liberador clasista que sea soporte y futuro para la solución de sus demandas y una verdadera construcción de una nueva sociedad.
Nuestra tarea es «hacer la revolución todos los días”, ganarnos el corazón de esas nuevas e incipientes vanguardias; desde la acción política, impulsar las fuerzas y las herramientas políticas organizativas en la clase y del pueblo oprimido, construyendo organización revolucionaria desde esas bases materiales.
Desde ese acto de enfrentamiento clasista, con la presencia del Partido revolucionario fortaleciendo todas las herramientas de organización de nuestra clase, tendremos el mejor antídoto para combatir a cualquiera que proponga la conciliación de clases y –por ende- una nueva frustración para la clase obrera y el pueblo.