La muerte de una persona como Norita, siempre ocasiona tristeza y sensación de vacío en los corazones y pensamientos de los oprimidos que hemos conocido su recorrido.
Nora Irma Morales de Cortiñas, tal era su nombre, se transformó en madre de detenido desaparecido cuando su hijo Gustavo fue secuestrado por la dictadura militar en el año 1977.
A partir de ese hecho, su vida cambió radicalmente. Su dolor individual y familiar se unió a otros dolores similares de madres y familias iguales a ella, transformándose en lucha implacable por todos los desaparecidos, presos y exiliados.
Así se hizo fundadora de Madres de Plaza de Mayo, organización que se convirtió en el emblema más notable de la lucha por los “derechos humanos” en nuestro país, trascendiendo fronteras y llegando al mundo.
Norita siempre estuvo del lado de los oprimidos porque los Derechos Humanos van mucho más allá de los crímenes de la Dictadura, son la explotacion del hombre por el hombre, condenar a los pueblos al hambre, la miseria y explotación y todos los pesares que la burguesia y este sistema trae con su afán de obtener cada vez más ganancia . Esa violación de los Derechos Humanos es la que levantaba Norita. Es que “derechos humanos” sin diferenciación de clases, sin distinción de campos opuestos entre opresores y oprimidos, entre explotadores y explotados, encubre una intención de conciliación que más tarde o más temprano termina lavando, desnaturalizando y traicionando los motivos de la lucha emprendida inicialmente.
Su práctica incansable con su grupo de madres “Línea fundadora”, se diferenció por su consecuencia en la defensa de los intereses populares y combate a los sobornos del poder, los gobiernos y sus aduladores. En ese camino fue incorporando a más y más actores hasta convertirse en referentes de cada ser o sector agredido por el sistema que vive de la violencia cotidiana en contra del pueblo, fue afirmándola en sus convicciones.
En ese batallar fue abrazando la lucha de los trabajadores por sus reivindicaciones y derechos, denunciando los crímenes laborales, la represión, el hostigamiento a jóvenes (y no tanto) en las barriadas, el narcotráfico y la devastación de la droga, acudiendo a las marchas por el derecho al aborto legal, el movimiento “ni una menos” en contra de la violencia contra las mujeres, y todo acto del poder y de los gobiernos de turno en contra del pueblo.
No sólo luchó por los derechos avasallados sino también por el derecho a tener una vida digna y con perspectivas de desarrollo y proyectos de crecimiento para quienes construimos, con nuestro trabajo y vida, todo lo existente.
Su inclaudicable lucha, su trajinar firme en la labor colectiva aferrada siempre a los principios e intereses del pueblo oprimido, la convierten en un ejemplo de vida que supera a su muerte y hace que esa sensación de vacío que se percibe al instante de conocer la luctuosa noticia, sublime en cientos y miles de manos presurosas que acuden a tomar su bandera para hacerla flamear con los nuevos vientos que se insinúan en cada lucha de la resistencia de nuestro pueblo contra las políticas regresivas del poder y sus gobiernos de turno que, claramente, destruyen los derechos humanos de los trabajadores y sectores populares.