En el día de ayer, una vez más, la clase dominante reitera una iniciativa política que viene fracasando desde hace décadas. El nuevo llamado a la unidad nacional lo único que tiene de diferente es que se lo nombra como Pacto de Julio (luego de haber fracasado el de mayo), y que quien lo anuncia, el presidente Milei, primero insulta a la casta para luego convocarla.
La nueva época lo único que trae de novedoso es la bipolaridad política.
Luego de la sanción de la Ley Bases en el Senado, todo el arco mediático habló de un gobierno fortalecido políticamente. La nueva convocatoria a un acuerdo de características “fundacionales” echa por tierra esa caracterización.
La búsqueda de unificación política de todo el arco burgués detrás del gobierno de Milei persigue un pacto de gobernabilidad, de unificación de las instituciones burguesas, de deponer intereses, cuando los mismos están abiertamente enfrentados en el seno de la burguesía.
Mientras se anuncian nuevos cambios a la mencionada ley en su tratamiento en Diputados, derribando los “acuerdos” producidos en el Senado; con los tironeos entre las distintas facciones por el rumbo de la economía (llámese presiones devaluatorias, levantamiento del cepo cambiario); con las advertencias y exigencias del FMI como condición para los nuevos desembolsos de capital que el gobierno necesita como el agua en el desierto; con las disputas en el seno del gabinete (Caputo vs. Sturzenegger, designaciones y renuncias que desnudan la puja por los negocios); las mismas disputas en el seno de los partidos “opositores” en los que se han desdibujado completamente los liderazgos; con la Iglesia, definiendo una línea abierta de confrontación contra el gobierno; con el desprestigio confirmado de toda la institucionalidad del sistema (justicia, parlamento, medios de comunicación, fuerzas represivas), sería un verdadero milagro de la política argentina que el nuevo llamado a la unidad puede hacerse efectivo.
Y en política, los milagros no existen.
El nuevo canto de sirena que la burguesía interpreta sólo se entiende y explica a partir de una debilidad política manifiesta. La propia insistencia mediática de mostrar un gobierno fuerte es prueba de dicha debilidad estructural.
Habrá quienes afirmen: están fuertes, votan sus leyes, reprimen y encarcelan (a partir de la represión y el encarcelamiento de una treintena de personas). Donde un fiscal acusa sin ton ni son y una jueza que se ve obligada a la anulación de las detenciones con argumentos que parecen decirle a ese fiscal: esto es un mamarracho. Donde se expresan divisiones que también están determinadas por la respuesta y la denuncia contra las arbitrariedades cometidas, tanto en el país como ante organismos internacionales, expresando una voluntad y determinación por defender las libertades políticas conquistadas.
Al momento de escribir este artículo quedan detenidas cinco compañeras y compañeros, para los cuales seguiremos exigiendo por su libertad.
La crisis política de la burguesía monopolista, su gobierno, sus partidos, sus instituciones, no fue ni será resuelta ni con represión ni con llamados a pactar entre sectores que se enfrentan a muerte en la mesa en la que se disputan los negocios.
Sin embargo, debemos afirmar que lo único que los unifica políticamente es su ataque a las condiciones de vida y de trabajo del pueblo trabajador. Allí sí que no hay diferencias. Toda la burguesía coincide en ese ataque para, a través del mismo, poder atemperar la crisis capitalista.
Sigue siendo su objetivo principal el disciplinamiento político de la clase obrera y demás sectores explotados y oprimidos como condición para la estabilidad económica y política. Y allí reside el desafío más importante, tanto para la clase en el poder como para la clase obrera.
En ese plano la burguesía aprovecha muy bien el momento y la realidad que impone un programa económico que apunta a legalizar una nueva vuelta de tuerca en el proceso de concentración y centralización del capital. La ola de despidos y suspensiones, el discurso de la crisis, son el ariete con el que la clase dominante intenta recorrer el camino de mayor productividad, mayor baja en la masa salarial, mayor ataque contra las conquistas y los derechos para ejercer la protesta, avanzar en la organización, etc. no dejan de condicionar la lucha y la organización, aun cuando la resistencia (con sus alzas y bajas) no ceja.
En este escenario esas medidas pueden actuar sobre las conductas individuales y colectivas de la clase. Pero lograr esa disciplina social, laboral, política implica que las masas trabajadoras se convenzan de que por ese rumbo hay una expectativa de cambio. Y lo que se está percibiendo es que ese convencimiento, esa expectativa que fue muy importante al inicio del actual gobierno, se va diluyendo (lenta, pero sostenidamente) al compás de un deterioro creciente de las condiciones de existencia, de un desprestigio mayúsculo de las instituciones llamadas a ejercer un control y un rol activo para lograr convencer (como los sindicatos, los partidos políticos).
Este proceso, aun sin avances significativos en la posibilidad de que emerja una alternativa de clase en lo inmediato, resulta ser la causa principal de la “viabilidad política del ajuste” como gusta utilizar eufemísticamente el FMI y algunos sectores de la burguesía (los menos) que ven un poco más allá de sus narices.
Sin dudas es una realidad altamente compleja también para las fuerzas revolucionarias. La tendencia hacia un alza de la conflictividad social y laboral debe ser reafirmada. Incluso, las posibilidades de explosiones sociales espontáneas.
Pero el gran problema a enfrentar es cómo la clase de vanguardia, la clase obrera, produce avances en su conciencia política acerca del papel que le toca protagonizar para presentar una genuina y verdadera alternativa a las políticas actuales y futuras de la burguesía. Tener como objetivo ser un actor político preponderante en el marco de la lucha de clases en nuestro país, actor que ya lleva varias décadas de ausencia y que explica, en gran parte, porqué el enemigo sigue pareciendo fuerte a pesar de su crisis política estructural.
Sigue siendo imprescindible llevar a la clase obrera y otros sectores proletarios las ideas y la política de la revolución. Contribuir a romper el techo de la lucha económica; ayudar a identificar que las reivindicaciones, del tenor que sean, tienen origen en las políticas del gobierno y de la clase en el poder; orientar a que se forje la unidad en la lucha y en la acción desde abajo con los demás sectores del pueblo trabajador, a partir de comprender que todas las demandas del pueblo deben ser unificadas políticamente junto a las demandas de la clase; impulsar que se haga efectiva la ruptura política y orgánica con los sindicatos y los partidos del sistema (incluyendo a la izquierda reformista) promoviendo organizaciones de base que actúen con independencia de dichas estructuras y ejerzan el poder de la clase organizada desde abajo; bregar por la incorporación a las filas del partido a las obreras y obreros que se destacan por su conducta y su comprensión de la necesidad de la revolución y del partido de la clase obrera.
La complejidad de la situación y los obstáculos a superar podrán ser enfrentados desde esa convicción respecto del papel que la clase obrera todavía no ejerce y que debe ejercer para lograr avances hacia otra calidad de la lucha de clases.