Es claro que, a finales del año pasado, las grandes masas de trabajadores y pueblo oprimido de nuestro país, tenían un hartazgo que acompañaba el desgastado “cuero” de las instituciones del Estado burgués y, en consecuencia, pretendían para sí un gobierno que resolviera los problemas de toda índole que seguía un camino de empeoramiento de todas las condiciones de vida.
Para la burguesía, la situación se presentaba como un paralelo a las aspiraciones de las clases oprimidas, claro que desde otros intereses que son antagónicos a las mismas, pues si bien pretendían una solución al desmanejo del Estado, la misma estaba orientada a lograr una estabilidad que les permitiera previsibilidad para sus negocios y la garantía del sostenimiento de ganancias para transitar, en mejor forma, la crisis internacional de superproducción.
La burguesía veía claramente que el populismo peronista con su cuidadosa política de no atizar la lucha de clases más de “lo necesario”, prolongaba en demasía una situación de inestabilidad económica y política que, lejos de prometer un final feliz para sus intereses, presagiaba un futuro incierto que no les servía para la urgencia de sus negocios. Veían con desconfianza creciente el malestar progresivo de la resistencia de masas.
Toda la clase, fundamentalmente los monopolios y la mayoría de los medios masivos de comunicación, abonaban la idea de poner coto a la situación y apretar las clavijas. Envalentonados por la historia de más de cuarenta años de prevalencia ideológica, tiempo en que su poder se mantuvo firme, dada la carencia de una alternativa revolucionaria visible a las grandes masas obreras y populares, y de sus correspondientes organizaciones independientes que la hicieran posible, preferían apostar al riesgo de decisiones tajantes acompañadas de un disciplinamiento férreo sobre las masas, que al pequeño oleaje de una supuesta estabilidad política que declinara de toda solución abrupta a sus voracidades de ganancias urgentes.
El propio gobierno peronista en su ocaso, intentó tomar medidas al respecto, dando un mensaje de que estaba dispuesto a dar un viraje en su timón, pero ya fue tarde. La burguesía aprovechó la caída abrupta de los ingresos populares de la devaluación decretada y los respectivos aumentos de precios, pero no quedó convencida. Por su parte, las grandes masas, asimilaron el violento golpe, lo que abonó la idea de pujar por un cambio.
Fuera de toda construcción política anterior, emergió la figura del actual presidente al que ambos sectores antagónicos le colgaron el emblema de reparador de la gran crisis política y económica.
Habiendo ganado las elecciones, Milei y sus mercenarios crearon la fantasía del ataque a “los políticos” eligiendo como blanco elocuente al parlamento, lugar en el que están representadas todas las fuerzas políticas burguesas, reformistas y populistas que disputan los cargos del gobierno y del Estado, lo cual significa apuntar con un arma de dos miras. Con una se apunta a una institución que complica las decisiones autocráticas y, con la otra, a sostener la falsa idea de que la inventada “casta” es la culpable de todos los males del país… Los pasados, los actuales y los futuros.
Con el transcurso de las semanas y los meses los discursos sobre el castigo a la inventada “casta” fueron remplazados por un ataque furibundo a los ingresos de jubilados y pensionados, trabajadores en general, clase obrera en particular y sectores populares que viven de su trabajo[1]. Lo destacable (no podía ser de otra manera) es que dicho ataque es perpetrado por miembros notables de esa famosa “casta” que han permanecido al servicio de cualquier sector burgués brincando de partido en partido y de gobierno en gobierno durante decenas de años quienes, además, se auto promueven para próximos cargos estatales y gubernamentales.
La embestida en contra de los políticos corruptos es llevada a cabo por otros políticos corruptos contratados y apañados por el actual gobierno que insiste en las decisiones autocráticas de gobierno. Con ello, el Congreso, la institución del capitalismo más representativa de la democracia burguesa republicana, contradictoriamente, es el costo a pagar para el sostenimiento del sistema.
El mediocre personaje histriónico y payasesco intenta resolver la falta de unidad política burguesa imponiendo la autocracia mediante decisiones apuntadas a equilibrar las desvencijadas columnas y vigas de los negocios del sistema en general apoyándose no sólo en la fábula repetida del mayoritario y duradero apoyo popular sino, fundamentalmente, en los intereses de un sector de la burguesía monopolista (oligarquía financiera) que venía a imponer su liderazgo al resto de su clase y a la sociedad toda.
Sin embargo, recordemos que la fase imperialista del capitalismo tiende a la reacción en política y a la autocracia del poder, por un lado, mientras que, contradictoriamente, tiende a la confrontación y agudizamiento de las contradicciones inter burguesas, tal como lo demuestra la inestabilidad mundial, y a la profundización de los enfrentamientos con la clase obrera y los sectores populares.
Este grotesco personaje presidencial, no comprende que, en la fase imperialista del capitalismo, el mando de un sector burgués no se logra con actos políticos solamente ni con clases explicativas de teoría económica alejada de la realidad de los negocios reales. Pues, desde el nacimiento del marxismo, única teoría científica que explica las contradicciones antagónicas del sistema, e igualmente irresolubles en el marco del mismo, ha quedado demostrado que la economía política no sirve para dar solución a nada.
La unidad política de la burguesía en el mundo imperialista es un espejismo irrealizable, pues la competencia entre capitales es excluyente. Lo único que tiene cabida, es el mando político que sólo se logra por medio de la fuerza en donde mayor capital se impone al menor, utilizando todos los medios legales e ilegales, no armados y armados. En una palabra, poder y negocios burgueses se realizan de la misma manera.
Nos hemos detenido en las contradicciones del gobierno con el propio sistema y de los avatares de los distintos sectores burgueses en crisis con tendencia a deslizarse a las profundidades, porque de esta manera estamos analizando y destacando que el gobierno de Milei no sólo se desgasta frente al pueblo con sus medidas políticas y represivas, sino que también la propia burguesía profundiza su desconfianza en él.
No obstante, recordamos al lector que el viejo topo de la historia, la lucha de clases, es el que orada la tierra del capitalismo provocando todos estos movimientos en la superficie. Hoy, la clase obrera y sectores populares nos encontramos en resistencia bajo una condición de vida totalmente desmejorada y pauperizada, en la que el pus del sistema hace eclosión por todas sus aristas infectando a todo el país.
La debilidad de ellos es nuestra fortaleza, y la fortaleza de ellos que mantiene en pie sus gobiernos y su sistema, es la ausencia clara y difundida mayoritariamente de una salida revolucionaria, la cual vendrá de la mano de la clase obrera y de las ideas socialistas que la vanguardia y, principalmente, nuestro partido, puedan insertar en la conciencia y voluntad de acción de dicha clase.
[1] Ver nota anterior sobre las demoledoras cifras que acusa el actual gobierno.