El gobierno golpea al pueblo trabajador y la resistencia golpea como puede.
En ciertos acontecimientos se expresa como en la provincia de Corrientes y en otros prepara el golpe con un grado de espontaneísmo acompañado de cierta organización independiente, aunque ella sea de mínima expresión.
Nada le es fácil a la burguesía, nada le es fácil al proletariado, pero las clases se van “sincerando”.
Este fenómeno se da fundamentalmente en las avanzadas que desde sus puestos de trabajo están asqueadas de lo viejo y nauseabundo del presente institucional.
Caracterizamos que hay una resistencia activa que “no se ve”.
No han sido en vano las importantes movilizaciones de masas del primer semestre, pero tampoco es de subestimar el estado deliberativo que se está produciendo en los lugares de trabajo.
El proletariado está golpeado, pero está vivo y es ello lo que la burguesía intenta ocultar. En ello, las fuerzas políticas reformistas, las “protestonas” del juego electoral juegan un papel nefasto.
No menos importante es el papel de los medios con sus popes “editorialistas”, los serios del amarillismo de saco y corbata que niegan una y otra vez con sus indescifrables datos estadísticos este antagonismo de clases que se palpa en cada hogar sufriente.
En la clase obrera la relativa caída de la inflación ha puesto blanco sobre negro el debate del miserable salario, la plata no alcanza y preocupa. A ello se agrega el debate por la permanente amenaza de despido o la real efectivización de ello, y ni que hablar entonces de las condiciones de trabajo y de vida a la que hemos llegado.
Esta resistencia aún no se expresa con la virulencia o con el grado de violencia que aplica la clase dominante. Es una resistencia que -lejos de autoproclamarse “pacífica”- va acumulando en un sentido odio de clase, que incorpora, además -por primera vez en décadas- los primeros esbozos de los ideales revolucionarios cuando la propaganda revolucionaria llega a sus manos.
Muchos embriones en esa dirección que se expresan en ciertos casos conscientemente y en otros por su conducta política de hecho. La resistencia acumula fuerzas y ello se ve reflejado cuando la burguesía monopolista atraviesa una crisis política estructural. “Por necesidad” la resistencia es un golpe por golpe, pero en ello la labor de las y los revolucionarios no es de subestimar: no es casual la posición que adopta el gobierno en su feroz anticomunismo.
Sin embargo, una resistencia que no vaya atando cabos desde abajo complica el salto cualitativo del momento histórico que vivimos. Es allí en donde nuevamente aparecen las clases enfrentadas y sus papeles a desplegar.
La clase obrera de la gran industria está sometida a un intenso fuego por parte del poder. Pero es allí en donde también se debate el qué hacer y se lo hace en muchos sectores de la producción.
Solo con mirar el mapa de nuestro país y recorrer sus corredores industriales veremos que de intensificarse esa resistencia -que pasa por variadas formas- se le irá dando solidez a un enfrentamiento clasista que de hecho se lleva en el odio de clase ya alcanzado.
El proletariado sufriente está vivo y seguirá en una resistencia donde deberá profundizar conscientemente y de forma cada vez más organizada la práctica autoconvocada, la Democracia Directa.
Han sido semanas en donde el papel de los sindicatos ha mostrado que no sirven ni si quiera como “paraguas” ante la soberbia del poder; ellos son parte del mismo, instrumentos enquistados que supuran de lo putrefacto que son.
Hay que caminar la independencia política, la unidad política que viene de abajo, la que es creíble y la que conlleva una idea de profundos cambios en la sociedad.
Frente a las avanzadas, a las que le están “poniendo el pecho a las balas”, las y los revolucionarios deberemos asimilar que la derrota ideológica sobre el papel de las clases, el Estado, la inviabilidad de una revolución, etc. han hecho mucho daño. Asimilar ello exige de nosotros no subestimar el debate en la base en esos términos, elevando el grado de conciencia del papel a jugar en cada acto de resistencia.
Las y los revolucionarios no podemos estar un paso atrás de lo que hoy se vive en los sectores de trabajo porque “la gente no entiende”. Hay confusión y es cierto, sino no hablaríamos del daño que provocó la derrota ideológica en el proletariado, pero el eslabón débil de la clase dominante es la política y es por allí en donde deberemos fortalecer nuestra idea de lucha de clases para elevar la conciencia de clase.
Esta resistencia, se dé como se dé, acumulará fuerzas para quebrar el plan de gobierno en las variantes que proponga. Pero a la vez deberemos insertar cada vez con más fuerzas la idea que la resistencia deberá dirigir todos sus esfuerzos para consolidar las herramientas políticas independientes del actual poder burgués. Tareas impostergables mientras la lucha de clases sigue viva y su clase fundamental despliegue sus valores que puedan contagiar a toda la sociedad, a todos los explotados y oprimidos.