¿Lucha por las reformas o reformismo?


No debe caber duda alguna que las y los comunistas admitimos e impulsamos las luchas por reformas que signifiquen conquistas económicas y políticas de la clase obrera y el pueblo, en el marco del dominio de la burguesía en el poder.

Esas conquistas, producto de la lucha, ayudan al proletariado a la elevación de su conciencia de clase en la medida que estén orientadas por una estrategia revolucionaria de lucha por el poder.

El reformismo, por el contrario, aboga por convencer a las masas trabajadoras que el objetivo debe ser conseguir reformas renunciando a la lucha de clases contra el sistema; se las convence que se puede lograr la conciliación de lo inconciliable, asumir que el poder es de la burguesía y que siempre será así. En nuestro país podemos identificar esta política en el autodenominado “campo nacional y popular”, con el peronismo a la cabeza.

La versión más “combativa” de esta corriente político-ideológica enardece su discurso en favor de los explotados, de las y los trabajadores, pero en la práctica actúa con la misma concepción y métodos de la política burguesa convirtiéndose así en la opción “por izquierda» del sistema capitalista. Allí identificamos a las distintas variantes del trotskismo con el FIT-U como mascarón de proa.

En una u otra versión el reformismo subordina los intereses de las masas explotadas a los de sus explotadores.

Reformar el sistema, embellecerlo, humanizarlo, decir que se lucha contra el mismo cuando en realidad se reproducen sus prácticas y concepciones, encierran en el fondo no sólo la renuncia u oposición a la lucha revolucionaria, sino también una profunda subestimación de las masas como actoras irreemplazables de la lucha por el poder.

Con la llegada de Javier Milei a la presidencia la reacción primaria de estas tendencias fue el reproche a las masas que votaron por él.

La obtusa mirada de su propio ombligo no les permitía ver que esas masas eran las mismas que, en otras ocasiones, habían puesto el voto por sus candidatos; las que ahora votaban por el candidato disruptivo, nuevo, sin trayectoria política lo hacían, precisamente, contra la mugre acumulada de la política del sistema. Por supuesto, una variante dentro del propio sistema que expresaba la aguda crisis política que atraviesan las instituciones del mismo en todas sus variantes.

Este sector que hoy gobierna lo hace ante la amenaza de la vuelta de todo lo malo que representa lo que pasó anteriormente. Allí se asienta su caudal de apoyo; un apoyo que tiene muchísimo de frustración y muy poco de convicción.

Es así que el movimiento de masas es víctima de otra encerrona: ya no sólo es el mal menor o el cambio para no cambiar nada, ahora se agrega aguantar lo que hay para evitar el regreso de lo “viejo”. Gran similitud con los argumentos que esgrimía el peronismo en el gobierno cuyas expresiones (sobre todo las más críticas) anulaban cualquier tipo de manifestación de lucha ante la política empobrecedora de las amplias masas para “no hacerle el juego a la derecha” y evitar su triunfo electoral. Del mal menor al mal mayor, podríamos decir. En definitiva, conformarse con lo malo.

La falta de una verdadera alternativa de poder contra la burguesía y sus variantes termina de explicar el momento histórico que atravesamos. De ello se deduce que las fuerzas consecuentes de la revolución no debemos dejarnos enredar en las madejas de la propaganda burguesa. La burguesía sigue en crisis.

Y esa crisis se hará cada vez más evidente en la medida de dos cosas. La imposición de la realidad material ante los discursos o relatos que se inventan desde arriba; el persistente e irrenunciable trabajo por dotar a las masas de una táctica política independiente, particularmente a la clase obrera, para que desde la misma sea posible que el resto del movimiento de masas bajo una dirección clasista irreconciliable con la clase enemiga.

Ello implica que las labores en el seno de la clase y del pueblo no se desvíen de los verdaderos padecimientos económicos, sociales y políticos de nuestro pueblo por más pronósticos esperanzadores e ilusorios que el poder dominante invente.

Lo decíamos más arriba, una diferencia sustancial entre el reformismo y la revolución es la confianza en las masas. Una confianza que no es moral ni religiosa, que no es un cliché, sino que está fundamentada en la convicción de que la lucha de clases, con la intervención del partido revolucionario, es el motor de la historia.

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