Los mentirosos dilemas de la burguesía.
Si algo faltara para reafirmar la crisis del capitalismo en la Argentina y, como su consecuencia inevitable, la crisis de la clase dominante, la vuelta a la palestra de la aparente contradicción campo-industria es la expresión tal vez más concluyente y, a la vez, más decadente, del nivel del “debate” entre las facciones del capital monopolista.
Al mismo tiempo, el contrabando ideológico que se inocula a través de esas discusiones se orientan a un objetivo muy preciso: enmarañar los intereses de las clases principales, la burguesía y el proletariado, a los fines de proponer una política de conciliación de clases que, en definitiva, subordina y niega los intereses históricos de la segunda en beneficio de la primera.
En el acto en la UIA (Unión Industrial Argentina) el presidente Milei “retó” a los presentes por vivir a costa del campo. Los industriales no necesitaron defenderse; para ello lo tienen al secretario general de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica), Abel Furlán, quien de pronto adoptó un encendido discurso en contra del “industricidio” que se estaría llevando adelante para terminar proponiendo que empresarios, gobierno y sindicatos (por supuesto) se sienten en una mesa para proyectar el desarrollo del país en los próximos treinta años.
Ahora bien, ¿es verdad que la industria vive del campo?; ¿se está produciendo, como afirma Furlán y el resto del peronismo, la desindustrialización del país?; ¿existe una división tajante en la estructura productiva argentina que separe la actividad económica del campo y de la industria?
Es necesario empezar respondiendo la última pregunta para, desde allí, abordar las restantes.
Sin querer entrar en un pormenorizado desarrollo del capitalismo en nuestro país, debe decirse que ya desde los inicios de ese proceso de desarrollo de la producción capitalista los capitales que, en un inicio, se asentaron y acrecentaron en la producción agropecuaria se diversificaron hacia la producción industrial. El cuento de la oligarquía terrateniente que vivía de exportar vacas y cereales a Inglaterra es una rémora discursiva que esconde que dicha oligarquía debió sumarse al proceso de expansión del modo de producción capitalista que arranca en el 20 (ya Bunge -por ejemplo- comienza a liderar ese proceso durante la primera guerra mundial), y que tuvo un impulso muy grande (producto de la crisis del 29) hacia finales de la década del 30 y principios de la del 40 del siglo pasado. Los que no lo hicieron quedaron en el camino de la competencia inter burguesa, mucho más acentuada con el proceso de sustitución de importaciones promovida por el primer peronismo.
Pasado un siglo de ese curso histórico, las fronteras económicas entre el campo y la industria son inexistentes. La industrialización del campo es una realidad incontrastable (e irreversible); sobre todo con las políticas implementadas en la década del 90, el agronegocio es uno de los principales actores de la economía argentina. Allí no sólo se operó una concentración de la tenencia de la tierra sino también (y sobre todo) una formidable concentración de la comercialización y de la renta agropecuaria por parte de las trasnacionales que dominan la exportación del sector (ADM, Bunge, Cargill, Louis Dreyfus, Glencore, COFCO, Aceitera General Deheza, ACA y Molinos Agro) que no sólo exportan granos a granel sino productos elaborados.
La transferencia de recursos a las que alude Milei cuando acusa a la industria de vivir del campo es, en realidad, un discurso que viene a argumentar a favor de su política actual. Y allí entra la cuestión de la “desindustrialización” aludida por Furlán.
Lo que promueve o, mejor dicho, facilita el gobierno de Milei es un proceso de concentración y centralización propio del modo de producción que afecta a todas las ramas productivas. En el caso particular de la actividad industrial el cierre de miles de Pymes de la industria y el comercio van de la mano de ese proceso objetivo de concentración y centralización de capitales, que se vuelve necesidad imperiosa ante la agudización y profundización de la crisis de súper producción que atraviesa el capitalismo a nivel mundial.
Esa eliminación de fuerzas productivas, propia de una crisis como la aludida, se acelera y se acentúa mucho más ante las características y singularidades propias de la crisis capitalista en nuestro país. De allí que el embate político e ideológico contra la industria es, en realidad, un furibundo ataque a la clase obrera industrial, intentando que la misma acepte las condiciones de súper explotación que requiere el capital para salir airoso de la crisis y de la lucha con sus competidores. Cuestión, la de la súper explotación y la baja salarial, que Furlán parece haber descubierto hace cinco minutos, cuando su sindicato ha sido y es un ejemplo a la hora de garantizar esas condiciones contrarias a las conquistas e intereses de la clase obrera.
Lo que hace Milei, aun con falsedades, es ponerle nombre y apellido a esa disputa. Que es lo mismo que decir que es el vocero de la facción monopolista que, momentáneamente, hegemoniza el proceso en marcha intentando disciplinar a sus pares de clase, a riesgo de que si no aceptan las reglas se queden en el camino.
La defensa de la industria nacional, las denuncias de desindustrialización que cacarea el dirigente sindical, es un posicionamiento que toma partido no por los trabajadores sino por alguna de las facciones de la burguesía monopolista. Replica el mismo discurso mileísta: si la va bien a las empresas, le irá bien a la clase obrera. Queda chico definirla como conciliación de clases. Sólo falta que afirme que la clase productora existe gracias a la burguesía.
En todo este supuesto debate los intereses históricos y materiales de la clase obrera, la verdadera productora de la riqueza que es apropiada por la burguesía, y las dirigencias sindicales como parte de la misma, están absolutamente ausentes. No sólo porque no están considerados sino porque las instituciones nombradas, y todas las demás que conforman la institucionalidad del sistema, no están para llevar adelante ni defender los intereses de la clase productora. De allí nada puede esperarse más que mayor explotación y opresión.
Los intereses políticos, económicos y sociales de la clase obrera y el pueblo oprimido sólo pueden llevarse adelante desde la absoluta independencia política respecto de la burguesía. No es nuestro debate la “lucha” entre el campo y la industria. Nuestra lucha es derrotar hoy el plan del gobierno desde la organización de nuestro propio poder de clase, en unidad con el pueblo oprimido y explotado, en un camino de construcción de las herramientas revolucionarias que luchen por derrotar a la burguesía.