Un país rico con un pueblo pobre


El discurso oficial vigente y su ejército de trols en las redes (con el presidente Milei como principal vocero), emparenta a los gobiernos populistas con el “socialismo hambreador”, cuando en realidad en nuestro país nunca hubo socialismo, siempre hubo gobiernos burgueses con diferentes disfraces.

En la Argentina de hoy (capitalista a todas luces) la pobreza (según el Indec, siempre hay que tomar con pinzas las estadísticas que emanan de las instituciones burguesas) alcanza al 52% de la población y la indigencia, al 17,9%. A fines de 2023, los pobres eran el 41,7% y los indigentes, el 11,9%.

El PBI de la Argentina (es decir la totalidad de bienes y servicios producidos) alcanza el orden de los 500.000 millones de dólares (depende de a qué dólar se calcule).

Todos sabemos que nuestro país posee enormes recursos (naturales, humanos y productivos) de los que muy pocos se benefician. Es común el comentario sobre las riquezas del país y no tan común es conocer qué y cuánto es lo que producimos con el trabajo cotidiano de millones, del que se apropian un puñado de monopolios.

Se produce maíz, soja, trigo, girasol, leche, frutas y hortalizas, uva, y todos los productos alimenticios derivados de esas materias primas; carne vacuna, porcina, aves y pescados; petróleo crudo, gas, naftas, biodiésel, gasolinas y fuel oil; minerales como oro, plata, cobre y molibdeno; productos químicos y agroquímicos; acero, aluminio, pasta de celulosa y papel; autos, camiones, camionetas, maquinaria agrícola, autopartes, vehículos de navegación aérea y marítima; pieles y cueros; textiles y confecciones; plástico, vidrios y envases de esos materiales; maquinarias y diversos aparatos de la “línea blanca” y electrónicos.

Casi no existe sector productivo que no esté explotado. Podemos afirmar que los recursos naturales de nuestro país ofrecen las materas primas esenciales y necesarias para la satisfacción plena de nuestra sociedad. Sin embargo, que estén explotados no significa que estén desarrollados en plenitud.

El modo de producción capitalista, cuya razón de ser es la ganancia y no la satisfacción de las necesidades del ser humano, determina lo que se produce o no, cuánto y de qué forma, solamente de acuerdo a los intereses mezquinos de la renta capitalista y en medio de la anarquía propia de un sistema depredador del ser humano y la Naturaleza.

De esa manera, los alimentos no “alcanzan” para todos nuestros habitantes mientras son vendidos al mundo; se producen cantidades exorbitantes de productos que no hacen falta y los que sí son indispensables no se producen en la misma proporción. O peor aún: hay que importar productos o insumos que se producen en la Argentina, como es el caso del gas y las naftas, por ejemplo. El patrón productivo del capitalismo desemboca en un consumismo insostenible y muchas veces hasta absurdo, lo que lleva al mal uso y al derroche de importantísimas fuerzas productivas.

Toda esa producción sólo es posible por la incorporación del trabajo humano para transformar esos recursos en productos elaborados o a elaborar. Esto es lo que la burguesía oculta sistemáticamente, haciéndonos creer que son sus “inversiones” las que crean las riquezas. Por el contrario, las riquezas están porque existen y es el trabajo del ser humano el que las convierte en productos agregándoles valor.

Si nuestro país produce la gran mayoría de las cosas que consumimos y, además, exporta al mundo, es porque millones, día tras día, convertimos los recursos naturales en mercaderías y bienes. Y en el caso particular contamos con una ventaja adicional: el desarrollo industrial que alcanzó la Argentina trajo aparejado el desarrollo de la calidad productiva de nuestros trabajadores y trabajadoras (reconocida por la propia burguesía) al mismo tiempo que el desarrollo científico técnico que es apreciado internacionalmente.

Basta recordar que nuestro país ha mostrado la capacidad de incursionar con éxito en la energía nuclear, en la fabricación de misiles, a la par de la innovación productiva y tecnológica (como en el campo de la biotecnología, por ejemplo).

Otra gran mentira es que si los capitalistas se van (o se los echa) “no se podrá explotar la riqueza”. Es exactamente al revés. Los capitalistas se apropian de la riqueza no porque ellos la generen, sino porque se valen del trabajo ajeno para conseguirlas. Si tenemos y producimos para que ellos ganen cada vez más, ¡cómo no vamos a poder producir y utilizar los recursos para que el beneficio sea administrado y disfrutado por las mayorías que son las que producen!

Este es justamente el gran problema al que debemos darle solución, como paso indispensable para disfrutar, material y espiritualmente, de las riquezas que nuestro querido país posee.

Si tantas crisis ha soportado la Argentina y de tantas se ha recuperado, ha sido a costa del empobrecimiento progresivo de la población laboriosa. Ese proceso no se detiene ni se detendrá mientras la burguesía monopolista siga en el poder.

Lo hemos dicho y lo volvemos a afirmar: semejante contraste de país rico y pueblo pobre no se resuelve con “redistribuciones de riqueza” en las que la burguesía dejaría de ganar para “compartir” con los sectores populares, “derramando” sus ganancias… Cuanto menos eso es una ilusión que nos quieren mostrar para que sigamos yendo detrás de la zanahoria de trabajar hoy para “gozar” de los beneficios algún mañana que nunca llegará.

El modo de producción capitalista determina cómo se distribuye lo producido. Por lo tanto, lo producido sólo podrá distribuirse equitativamente eliminando el modo de producción existente y reemplazándolo por el modo de producción socialista, con la toma del poder por la clase obrera y el pueblo oprimido como paso previo indispensable para lograr tal fin.

Porque la pobreza la ha generado y la seguirá generando el capitalismo.

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