El modo de producción capitalista atraviesa una crisis económica y política casi sin precedentes en los últimos 50 años


La crisis estructural de un sistema que, por su propio carácter retrógrado y explotador, agudiza hasta límites intolerables la apropiación del trabajo ajeno y de la riqueza social producida (con la consecuente traba al desarrollo de las fuerzas productivas que provoca padecimientos que la humanidad debe soportar), se conjuga con la crisis cíclica de súper producción que no encuentra fondo. Una crisis que se inició en 2008 con la llamada “crisis de las hipotecas” que estalló en EE.UU. y que, con vaivenes y relativos cambios, se aceleró a partir de 2018 hasta nuestros días.

La anarquía del capital, otra característica intrínseca del sistema, junto a la concentración y centralización del mismo, produce contradicciones cada vez más agudas e insalvables entre las facciones de la oligarquía financiera mundial. Contradicciones que se potencian y desarrollan en un marco de alza de la lucha de clases en el mundo, cuestión que impide que tales contradicciones puedan ser resueltas.

Resulta así una retroalimentación de la crisis económica y política que mencionamos al inicio; el pantano económico del sistema termina en un pantano político en el que los capitalistas se ven sumergidos. Ninguna facción puede disciplinar al resto de la clase dominante y, al mismo tiempo, la lucha de clases determina que esa falta de centralización se agudice sensiblemente.

En esta compleja realidad facciones del capital impulsan la salida clásica: la guerra imperialista llevada desde el plano económico al plano militar abierto. La guerra entre Rusia y Ucrania, el conflicto en Medio Oriente que ha recrudecido, las guerras llamadas “tribales” en el continente africano, expresan esa puja que excede ampliamente a los actores de cada país. Son guerras en las que se entremezclan intereses del capital monopolista de todas las regiones del mundo, con alianzas que van y vienen, se arman y se desarman. Con negocios en los que se entrelazan capitalistas que hasta hace un tiempo era imposible de imaginar.

Para poner un ejemplo podríamos graficar los intereses comerciales entre China e Israel, mientras este último entra en una guerra abierta contra Irán, aliado de China y de Rusia. Vale mencionar aquí el famoso puerto de Haifa, el mayor de los tres principales puertos marítimos internacionales de Israel (que tiene actividades militares, industriales y comerciales) donde la empresa de capitales chinos Shanghai International Port Group (SIPG) abrió el año pasado un nuevo puerto, al otro lado de la bahía.

Si se analizan estos fenómenos desde la antigua visión de los países y Estados capitalistas sería imposible entender tal complejidad de alianzas y acuerdos. El entrecruzamiento de capitales que se da a nivel planetario borra cada vez más las fronteras e intereses de las naciones para convertirse en fronteras e intereses de facciones capitalistas que utilizan a los Estados hoy una, mañana la otra, convirtiendo el tablero mundial en un rompecabezas que sólo puede entenderse asumiendo que la etapa imperialista del capitalismo se ha desarrollada a niveles nunca conocidos. Por lo tanto, la guerra imperialista como opción de salida a la crisis es una ventana que se abre cada vez más con la amenaza de una conflagración mundial más aguda y profunda que la actual.

Es cada vez más improbable que un capital, un país, o una facción monopolista (provenga de donde provenga) puede presentarse como sector “independiente” de todo el proceso imperialista. Los intentos de “nacionalizar” al imperialismo, o el de emprender “luchas de liberación nacional” por fuera de los intereses de las clases antagónicas, además de un engaño, son propuestas destinadas al fracaso más absoluto.

En esta realidad tan compleja y amenazante para la especie humana, hay un factor que es la lucha de clases a nivel mundial. Si algo frena una guerra global abierta es por la crisis política que la burguesía monopolista atraviesa frente a las aspiraciones y demandas de los pueblos. Esa lucha de clases que no ocupa los grandes titulares tiene un peso específico a la hora de condicionar las decisiones políticas de los gobiernos de cada país.

A diferencia de otras etapas, la clase dominante no logra imponer ni convencer a los pueblos de la guerra como salida. Por el contrario, los pueblos suman y suman conflictos de toda índole en todas las regiones del planeta, para resistir el ataque a las condiciones de vida que provoca la crisis del capital.

En este proceso son destacables las luchas que vienen desarrollando trabajadores de la producción y los servicios, en un proceso de alza sostenida que ya lleva más de una década. Por poner caprichosamente una fecha, la huelga de Honda en China producida a mediados del 2010, en la que se conquistó un aumento del 24%, desató una ola de conflictos en ese país que determinó el fin de la “mano de obra barata china”. Desde ese momento hasta la actualidad ha sido incesante la ola de huelgas y conflictos en Asia, Europa y EE.UU. En este último país se está atravesando el mayor auge de huelgas en 50 años.

Esta oleada mundial afecta la producción de toda índole, los servicios comerciales, de logística y de transporte, salud, educación. En esta variedad de expresiones proletarias la burguesía siente el golpe cuando, a la hora de producir, la mercancía no llega en tiempo y forma a su destino. A ello hay que agregar que el año 2023, y lo que va del 2024, hubo explosiones sociales con caídas de gobiernos o que han provocado una mayor inestabilidad en los diversos Estados, como así también importantísimas manifestaciones de solidaridad con el pueblo palestino ante el genocidio perpetrado por Israel contra el mismo y la solidaridad de clase manifestada ante la guerra entre Rusia y Ucrania.

El desgaste del capitalismo se evidencia con más crudeza ante esta situación de alza de la lucha de clases, la que pone palos en la rueda a la solución de la crisis económica de la burguesía y aumenta su crisis política. Asimismo, condiciona un despliegue bélico más agudo que le permita reordenar sus negocios a escala global.

Debemos afirmar que esto no implica que el capitalismo caerá por el propio peso de su crisis. Precisamente, el déficit de conciencia y organización en el plano revolucionario que se expresa a nivel mundial no permite que esa crisis se siga profundizando y se desemboque en situaciones y crisis revolucionarias, a pesar de que el resto de las condiciones objetivas son cada vez más palpables y beneficiosas para que la clase obrera mundial levante y avance con programas que apunten a resolver la crisis imperialista a través de la revolución social. Ello determina que las fuerzas de la revolución fortalezcamos la construcción de los partidos de la clase obrera, la organización revolucionaria de las masas, con el fin de erigir una alternativa política real al vetusto sistema capitalista.

Allí radica la principal tarea de internacionalismo proletario que las y los revolucionarios debemos profundizar para que la clase obrera pueda, efectivamente, ser la clase que se ponga a la vanguardia de la lucha contra el imperialismo de cualquier color que se pinte y lleve adelante sus intereses históricos, que son la liberación de toda la sociedad de la explotación y la opresión del capital.

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