A 57 años de la caída en combate de Ernesto “Che” Guevara


En América latina y en gran parte del mundo, se lo recuerda al Che como guerrillero heroico. Tal es la expresión que masivamente se utiliza para nombrar al gran revolucionario que cayó prisionero en combate, el 8 de octubre de 1967 y fue ejecutado al día siguiente.

Hoy queremos resaltar otra característica de Guevara que, bajo la designación popularmente repetida, queda pálidamente relegada, aunque en su tarea de construcción socialista dejó una impronta imborrable que constituye una guía necesaria para avanzar firmemente, no sólo en el desarrollo de la nueva sociedad una vez tomado el poder, sino también en las tareas que hoy la realidad impone al proletariado consciente de nuestro país y del mundo.

Se trata de sus convicciones profundas sobre los principios científicos, revolucionarios, que Marx y Engels descubrieran en sus análisis sobre el desarrollo de las leyes del capitalismo que abrirían la puerta a la sociedad socialista, pero que, con aquél, deberían perecer en un proceso en donde el ser humano interviene sobre las condiciones materiales impuestas y las que se deben desarrollar en la nueva formación económica social.

El punto nodal al que aludimos es el desarrollo de la industria y los incentivos ideológicos proletarios que ayudarían a vencer la ley del valor que se hereda de la sociedad capitalista como eje del funcionamiento de la misma.

El Che, luchaba contra la pasividad, contra la concepción determinista que nubla el principio material de todo proceso natural, social e ideológico, de la relación entre el hombre y la naturaleza: la industria.

Hasta el surgimiento de la sociedad capitalista, este proceso de relación ha sido totalmente inconsciente, como fase necesariamente colectiva, social y universal, pero en ella, ha nacido la crítica de las clases productoras en contra de las clases propietarias que frenan el desarrollo no sólo de la industria, infundiéndole a ésta un contenido sesgado, unilateral, basado en la obtención de ganancias, volviéndolo en contra de sus productores, la clase proletaria.

Basada en la propiedad privada de todos los medios de vida, la industria no tiene otra forma de comportarse en su periplo de desarrollo, pues la motivación de cada invento, descubrimiento, creación y multiplicación, sólo mira al interés particular de sus dueños y a la reducción de costos de producción (salario) para la obtención de ganancias más grandes destinadas a la reproducción permanente de esa rueda.

Con ello, las masas proletarias son atormentadas por los ritmos de trabajo, despojadas de su tiempo de esparcimiento y social, sometidas a la estructura de la maquinaria y de toda infraestructura creada y, finalmente, desplazadas de la actividad productiva, condenadas a una pobreza creciente y a una vejez carente de beneficios y reconocimiento social.

La ley del valor, que determina que las cosas y la mano de obra incluida, sólo son importantes si pueden intercambiarse obteniendo ganancias, es la que lleva a esos tormentos humanos que sólo la clase obrera, con su revolución socialista basada en la apropiación social de todos los medios de vida y de los productos de la producción y el intercambio colectivos, es capaz de transformar en proyecto de reivindicación no sólo propio sino también de las capas populares sedientas de una vida mejor.

El Che, comprendía perfectamente que una vez tomado el poder, la revolución pasaba a su fase de construcción de esa nueva industria y, con ella, de una nueva conciencia proletaria. Pues, si la industria es la relación entre el hombre y la naturaleza, el desarrollo práctico de la misma implica el desarrollo del ser humano y a la inversa en una espiral ascendente.

El socialismo no es la distribución equitativa de lo existente, sino la producción de riqueza industrial y nuevos proyectos para el desarrollo humano social y no desarrollo industrial para producir riquezas individuales.

Para ello, afirmaba el Che, en sus debates con los revolucionarios cubanos y, sobre todo, con la dirigencia del Partido Comunista, era necesario combatir ideológicamente los efectos, en los seres humanos, de la ley del valor que, por un tiempo, rigen en la nueva sociedad socialista hasta que la riqueza social logra satisfacer las necesidades colectivas.

Afirmaba, con toda razón, que el indispensable desarrollo industrial en Cuba, debía ser acompañado de una profunda educación comunista. Por ello es que se oponía al incentivo material como única metodología para fomentar la productividad y resaltar las características de los hombres y mujeres de avanzada en la tarea de la construcción socialista. Y como, en la estimulación de la conciencia no hay otra forma que la acción práctica, él se ponía al frente colectivamente de esa responsabilidad en las jornadas de trabajo voluntario, por él fomentadas.

No desechaba los incentivos materiales que todavía pesaban en el interés de esos hombres y mujeres que construían la nueva sociedad, pero les otorgaba un significado más bien simbólico y avanzaba con decisión en el trabajo colectivo voluntario.

Se oponía con fervor a la competencia entre unidades productivas y la obtención de reconocimientos de todo tipo (materiales y morales), a partir de los resultados productivos más favorables en relación con el resto. Por el contrario, apelaba a la emulación comunista basada en los incentivos que la entrega revolucionaria ejemplar suscita en los colectivos.

Planteaba como contrapartida, la correlación y equilibrio en todo el aparato productivo nacional, en el cual la industria menos productiva o más atrasada se viera impulsada a mejorar siguiendo el ejemplo de la más avanzada y desarrollada, compartiendo a la vez los beneficios de ésta. La centralización productiva que planteaba se daba de patadas con el cálculo económico que proponían otros dirigentes, obnubilados por los conceptos que venían de “importación” del capitalismo de Estado de la Unión Soviética, basado en el premio dinerario a los trabajadores de las industrias que producían más y mejor.

La educación comunista a partir de la práctica social y la difusión masiva de los conceptos marxistas en todo el proletariado y la sociedad cubana, la formación ideológica que explica los fenómenos materiales que empíricamente se desarrollaban en el trabajo social cotidiano de producción y relaciones sociales, eran las premisas que, como se dice, “a capa y espada” defendía firmemente en todos los ámbitos, parado desde el ministerio de industria. “La ley del valor que actúa como una fuerza ciega pero conocida, es doblegable, o utilizable por el hombre”, en el marco de la sociedad socialista.

Por todo lo expuesto, hoy recordamos al Che, ese guerrillero heroico que, en su corta vida segada por el fusil burgués, nos mostró el camino comunista que debemos recorrer no sólo una vez tomado el poder, sino también en nuestra tarea revolucionaria actual.

Así, como las leyes capitalistas crean las condiciones del sepulcro de esa sociedad, en ella surgen las herramientas materiales para combatirla, también nace la crítica a todas sus contradicciones e injusticias sociales y, consecuentemente, la ideología -el marxismo- que el proletariado debe abrazar para avanzar hoy desarrollando las políticas de acción inmediatas que permiten avanzar en el objetivo revolucionario. El conocimiento de las leyes que rigen el sistema y el desarrollo histórico es patrimonio del proletariado y de toda la humanidad, elemento indispensable e insustituible de propaganda que debe ser masificado lo más posible, en forma simultánea, para contribuir a la consciencia de clase, pero sólo es viable asimilarlo a partir de la práctica colectiva de la clase revolucionaria.

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