La clase dominante impone su ideología y sus prácticas: resulta esencial conocer la estrategia del enemigo para entender su modo de actuar y contrarrestar, en la medida de lo posible, su efecto sobre la clase obrera, las masas laboriosas en general, y el pueblo oprimido. Una herramienta de uso común es la tecnología digital, fundamentalmente las redes sociales: su utilización excesiva hace estragos en adolescentes y adultos jóvenes.
El acceso a rápida (y mala) información conspira contra el análisis y el estudio de la realidad objetiva con al menos cierto grado de profundidad. Así, por ejemplo, los acomplejados libertos del siglo XXI sacan un reel en Instagram o un videíto de Tik Tok acerca de los males del Socialismo, y todo el mundo empieza a repetir en coro toda una sarta de tonterías y falsedades, porque es más fácil (y rápido) repetir que investigar y leer. Socialismo=Comunismo=Régimen totalitario, pobreza garantizada. Fin de la discusión.
Y así es como se construye un discurso falso pero efectivo: miente, miente, y algo quedará. Pura palabra vacía. Seamos claros: es muy escaso el conocimiento acerca de lo que es el comunismo, una verdadera sociedad socialista, el marxismo-leninismo. Se utiliza la tecnología para alimentar ese desconocimiento.
Por supuesto, es una (ardua) tarea para los cuadros revolucionarios el hacer llegar a las masas la ciencia del materialismo dialéctico. Porque la instalada tendencia al encuentro de respuestas rápidas y efectivas es muy fuerte en los tiempos que corren.
Cualquiera cree que, buscando en Wikipedia, o en los videos de las redes sociales, ahí estarán. Y la respuesta que cierra, tranquiliza.
La herramienta tecnológica, así como la utiliza la burguesía, tiene otros nefastos usos: ponemos el acento en uno (hay muchos otros) verdaderamente preocupante, que es el de las aplicaciones de juego en línea. Verdadero drama para adolescentes (y no tanto) y sus familias.
Subyace la fantasía de hacerse rico, o al menos de vivir, sin trabajar. Ganar mucha plata al instante, desde la comodidad de la cama, el asiento del colegio o del colectivo, a través de esa mágica prolongación de la mano que es el teléfono celular.
Nada más alejado de la realidad: el trabajo es lo que nos constituye como humanos, es aquello que nos ha ido transformando en seres humanos. Al final, se pierde por supuesto mucho más de lo que se gana, y hay que salir a trabajar por dos pesos para pagar las deudas.
Y seguimos viviendo ahorcados, a merced del patrón que nos explota. Y así, podríamos seguir enumerando estos infames usos de la tecnología por parte de la clase dominante, pero queremos resaltar algo esencial: todos estos usos ponen el énfasis en el aislamiento (porque el uso excesivo de las redes nos aísla, la virtualidad nos separa, nos deshumaniza).
Y así, también nos oponemos, sin saberlo, a otra fundamental condición humana, ya señalada por Marx: somos seres sociales, gregarios. Todo lo que hemos construido, aprendido, creado, lo hemos hecho de manera colectiva, aunque nos quieran hacer creer lo contrario.
Entonces, esta utilización nociva de las redes, de lo virtual, fomentada por la clase en el poder, nos aleja de las instancias necesarias de organización, cosa de la que hoy tanto adolecemos.
Las clases virtuales, el trabajo completo en home office, nos aleja de nuestros compañeros. Si hay que hacer una asamblea para votar un plan de lucha, no estamos. Y tenemos que estar. Parte de la tarea del momento es entonces recuperar nuestra humanidad. Una tarea plenamente revolucionaria.