Avalada por las recientes leyes[1] y sus reglamentaciones aprobadas por el oficialismo y la oposición peronista (CGT incluida), la burguesía está implementando nuevas condiciones laborales que transforman las vidas de obreros, trabajadores en general y llegan a toda la sociedad en su conjunto.
Con base en una disminución brutal de los ingresos y una aceleración de los ritmos de trabajo. Las nuevas condiciones laborales que se van generalizando mediante la renovación de nuevas máquinas, robótica, tecnología aplicada y conceptos organizativos laborales sustentados en una mayor aceleración productiva, se va transformando toda la vida social.
La actual revolución científico técnica operada con la robótica, la inteligencia artificial el desarrollo expansivo sin límites de las comunicaciones, en medio, contradictoriamente, de una crisis estructural del capitalismo, se cierne como pesada carga sobre los productores (obreros y trabajadores), que, en vez de ser beneficiosas para una mejor vida, los atan con mayor dependencia a las mismas volviéndose sus esclavos. Hombres y mujeres al servicio de la fuerza productiva material y no al revés. Típico de la organización capitalista de la producción basada en la propiedad privada.
A los intensivos ritmos productivos que responden a una más urgente obtención de ganancias, les corresponde una creciente disminución en la “vida útil” del trabajador con la consecuente repercusión en toda su familia y contorno social.
Los niveles de desgaste del cuerpo y la mente hacen de la vida de todos los trabajadores un purgatorio de culpas por no haber nacido como dueños del capital social. Como si la pertenencia a la mayoritaria clase de los proletarios fuera un castigo divino, siendo el brazo ejecutor de la purga la clase poseedora con todo el aparato del Estado y su ejército de funcionarios, propaladores de la mentira, acompañados de los frenadores sindicales de la rebeldía.
Así la vida de quienes vendemos nuestra fuerza de trabajo para poder subsistir no tiene lugar para proyectos a largo y ni siquiera mediano plazo tales como los que tenían nuestros abuelos y, en algunos casos, rasguñados por nuestros padres.
El valor enorme que actualmente implican las inversiones del capital productivo en cada fábrica, mina o campo crece al tiempo que, inversamente se generaliza la desvalorización de la fuerza de trabajo.
A estos niveles de explotación se deben la falta de proyectos de vida, le incertidumbre, el decaimiento provocado por enormes niveles de estrés, las efímeras relaciones matrimoniales o de pareja, nuevas enfermedades tales como la ludopatía en adultos, adolescentes y niños, el crecimiento elefantiásico del fetichismo del dinero que invade las mentes de quienes desesperados por su situación o por la ilusión de ascenso social individual se lanzan a poner en la ruleta financiera sus magros ingresos a riesgo cierto de perderlos.
La burguesía no va a volver hacia atrás los niveles de explotación conseguidos si nadie la hace retroceder, tal como la experiencia histórica lo ha demostrado con el protagonismo proletario de enormes luchas. No va a haber mejoras en las condiciones laborales y de vida por la acción propia del mecanismo capitalista, pues una vez impuesto un nivel de ganancia con el que dicha clase logra una más acelerada reproducción del capital y mayor concentración del mismo, ningún capitalista va a estar dispuesto “motu proprio” a cederlo.
Para cambiar nuestras vidas (las de las mayorías laboriosas y populares), debemos transitar la vía revolucionaria a través de la cual alcancemos la socialización del producto de nuestro trabajo social. De tal manera, con la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, cada avance de la ciencia aplicada, los inventos y las nuevas formas organizativas de la producción redundarán en beneficio de los trabajadores y de toda la sociedad, porque ello constituirá un alivio en la carga laboral del conjunto, y el consecuente destino de mayor tiempo para desarrollo del espíritu y de proyectos de vida.
Para avanzar hacia ese objetivo es necesario hoy romper el plan de gobierno que facilita, no sólo con las leyes y decretos mencionados, la vuelta de tuerca en la mayor explotación y el acortamiento de vida laboral y proyectos de vida de quienes todo lo producimos, de aquellos que fueron excluidos y que en breve lo serán, de las juventudes y niñez sin porvenir y de los adultos mayores que dependen de sus escasas fuerzas y nuestros brazos y conciencias comprometidas con el otoño de su existencia.
La resistencia que se ejerce en forma dispersa, pero en varios casos, contundente, debemos unirla y organizarla en una fuerza que vaya creciendo desde abajo, en cada sector de las plantas fabriles, de las empresas, de los barrios y los centros educativos, uniendo voluntades y fortaleciendo vínculos orgánicos basados en el ejercicio de las decisiones colectivas y su inseparable democracia directa.
El proyecto de vida que surge de esa práctica revolucionaria en contra del capitalismo destructor de seres humanos y la naturaleza, aportando cada uno desde su lugar, tomando firmemente, sin soltarla, la mano de nuestros pares en la labor colectiva común y en contra de la burguesía y todo su aparato que sostiene este sistema que sólo beneficia a su reducida clase privilegiada, es el único camino cierto y viable que nos permitirá realizarnos como seres humanos íntegros.
[1] Ley 27742 o Ley de Bases, decretos 695 y 847/2024, y anteriores de flexibilización laboral.