Es cierto que ya nada de lo que escuchemos por los medios masivos de la burguesía puede sorprendernos, pero a veces suceden cosas que superan todos los límites.
Hay un empresario bastante mediático que se llama Cristiano Ratazzi. Este fulano es descendiente de los fundadores del monopolio automotriz de origen italiano (Fiat) y fue quien estuvo al frente de la filial argentina a partir de los años 90’. Actualmente dice estar retirado del negocio familiar y se dedica a la agroindustria y al negocio de las aeronaves y helicópteros.
A mediados de esta semana, dando una entrevista en el canal de cable La Nación +, sin que se le mueva ni uno de los pocos pelos que tiene y con tono de sarcasmo no dudó en decir: “En la calle, ya hay gente que empieza a decir: ’Comeré menos carne’. “Yo casi no como carne. No es necesario que todos comamos mucha más carne que el resto del mundo.”
Un tipo que está podrido en plata gracias a la explotación del trabajo ajeno, que nunca trabajó en su vida más allá de administrar los millones acumulados de su parentela, tiene la caradurez de venir a enseñarnos qué tenemos que comer y qué no.
La pregunta se daba en el contexto de que se conocieran datos sobre el consumo de carne en nuestro país: la Cámara de la Industria y Comercio de Carnes y Derivados de la República Argentina (CICCRA) dio a conocer que el consumo de carne tuvo su nivel más bajo en 28 años. Está claro que para Ratazzi comer carne es sólo para privilegiados como él.
CEO, fiel representante de la clase dominante viene festejante a troche y moche de las políticas de ajuste y saqueo del gobierno de Milei. Y como parte de todo eso, la infernal transferencia de recursos que vienen beneficiando a las grandes empresas y a tipos como él.
A Ratazzi que en el país haya más del 50% de pobreza, que millones en el piberío se vayan a dormir sin cenar, que los niveles salariales se hayan destruido por la inflación (y podríamos hacer una larga lista de calamidades), no sólo no le quita el sueño, sino que nos dice que “Todo está funcionando maravillosamente bien” y que “El efecto riqueza ya se siente a nivel grande, mediano, pequeño; hay créditos que empiezan a aparecer”. Vaya a saber uno a que denomina este siniestro personaje “efecto riqueza” porque la verdad es que si miramos a nuestro alrededor muy lejos estamos de percibirlo, más aún si se ponderan las enormes dificultades alimentarias que vienen padeciendo millones de personas en nuestro país.
Pero no se quedó contento con estos dichos. Quien también fuera un “encumbrado” directivo de la UIA (la Unión Industrial Argentina) nos educa diciéndonos que sí tenemos “un problema grave por la gente que siempre fue solamente planera y te dice ‘yo nunca quise trabajar, me quieren hacer trabajar”.
¿Será una autoreferencia? Un personaje que utilizó el Estado al servicio de sus empresas para hacerse de millones y millones en ganancias, que contó con innumerables beneficios para hacer negocios (fuera cual fuese el gobierno burgués de turno) no tiene autoridad para hablar de trabajo.
En otra parte de su exposición y siempre con un jovial ton de festejo, Ratazzi nos decía que “Era imposible manejar el país con los valores que tenían los servicios… pero ahora las compañías de electricidad están todas invirtiendo. Dentro de un año vamos a ver también las ventajas para todo el país y para todos”.
Más allá de que esta famosa teoría del derrame es parte del relato de la clase dominante y que está comprobado que no existe ni existirá, vale recordarle a este señor que de promesas no vive el ser humano; que las “inversiones” solo se hacen si motorizan un negocio mayor; que los servicios de energía están cada vez más degradados y sin abastecimiento; y que su gobierno ya anunció cortes programados para este verano. La realidad no tiene nada que ver con el optimismo festivo de Ratazzi.
Parásitos como este no hacen más que acrecentar ese odio de clase que –más allá que aún no se exprese de forma contundente- anida en el corazón de nuestra clase obrera.
Que sabrá ir organizándose de forma independiente a cualquier tutela burguesa (se pinte del color que sea) para hacer tronar el escarmiento a estas lacras provocadoras e impunes.
Y ahí los que no van a comer más carne van a ser ellos.