El destino de los capitales es opuesto a la mejoría de los pueblos


La riqueza de Elon Musk, el dueño de Tesla, Space X y la red social X (Twitter), ha alcanzado la suma impactante de US$442 mil millones, según la última estimación de la revista Forbes. La misma fue aumentada en US$180 mil millones en sólo los últimos dos meses.

Según la misma fuente informativa, otros mil millonarios como Jeff Bezos (Amazon, US$248 mil millones), seguido por Mark Zuckerberg (Meta, US$223 mil millones) y Larry Ellison (Oracle, US$195 mil millones), forman parte de las 10 personas más ricas del mundo, quienes han aumentado su riqueza en US$305 mil millones en sólo cinco semanas, lo que eleva su total combinado a la asombrosa cifra de US$2,1 billones.

Las fortunas personales acumuladas por los individuos más ricos del mundo no tienen precedentes en la historia. Su acumulación está ligada a una voracidad desenfrenada de especulación, basada en la destrucción de los programas sociales, la gratuidad de la educación, las jubilaciones y pensiones y la gratuidad de la medicina. En suma, a la subordinación de todos los aspectos de la vida de los pueblos carentes de capital al impulso del beneficio privado. El ejemplo más notorio es que la riqueza total que poseen estos 10 individuos es más de 40 veces el costo anual estimado por distintas instituciones para acabar con el hambre en el mundo.

La pregunta es, ¿estos señores generan riquezas o se apropian de las riquezas generadas por el trabajo de obreros y demás trabajadores?

Los ejemplos citados, son un contundente mentís al verso esgrimido por cuanto burgués se escuche hablar sobre que los capitales son los que nos traen riqueza a los pueblos. Por el contrario, se trata de todo lo contrario: la sociedad laboriosa costea a los ricos.

En esta fase capitalista, ya no se trata de la plusvalía que se produce en las propias empresas sino de apropiarse también de la plusvalía generada en otras empresas y de los masivos ingresos populares; de fuentes de recursos de todo tipo (territorios) y de mano de obra barata o esclavizada. Y esto, es imposible hacerlo sin la concurrencia de los Estados que benefician con leyes, con subsidios, con emisión de bonos que endeudan a los pueblos generando deudas gigantescas impagables.

Cada vez se hace más notorio que detrás del pomposo nombre de “democracias del mundo” se esconden las dictaduras autocráticas más espantosas, a través de las cuales, los monopolios gobiernan a todas las naciones.

Esto no es más que capitalismo en su más concentrada expresión: imperialismo.

Lenin definió al imperialismo como 1) capitalismo monopolista[1]; 2) capitalismo parasitario o en decadencia; 3) capitalismo moribundo.

Las tres características quedan claramente expuestas. 1) El monopolio arrasa con los capitales inferiores e impone condiciones leoninas a toda la población; 2) el parasitismo queda demostrado en el hecho de que el título de propiedad permite a sus dueños absorber enormes ganancias de todo el mundo en cortos periodos, tal como se expone al principio de esta nota, sin mover un dedo; 3) el capitalismo moribundo se evidencia no sólo en la exacerbación de las contradicciones entre los imperialistas que guerrean insaciablemente por mayor apropiación de capitales, mercados, y territorios, etc., poniendo en peligro a todo el planeta, sino también por la disposición creciente de los pueblos a resistir a sus consecuencias y buscar salidas a la satisfacción de sus necesidades y aspiraciones a una vida digna, tal como se viene dando en muchas partes del mundo.

Todo esto hace un cóctel explosivo que a cada minuto crece y contribuye a roer las bases de un sistema enormemente dañino y criminal al que debemos poner fin.


[1] Fusión del capital industrial y bancario.

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