Miente, miente que algo quedará…


El reciente discurso del presidente Milei en el Foro de Davos forma parte de la famosa “batalla cultural” que una facción de la burguesía a nivel global viene llevando adelante en distintos puntos del planeta y que tuvo un reciente “impulso” con la asunción de Donald Trump.

Más allá de un montón de barbaridades incomprobables que dijo el presidente argentino, hasta haciéndose eco de una serie de fake news, queremos detenernos específicamente en un aspecto: “el problema del Estado” y los “males” que acarrea cuando este “interviene”.

Milei no pierde oportunidad de hacer mención sobre lo “horroroso” que es el Estado interviniendo en la economía y la vida política de un país, y de todos los “males” que esto acarrea, y muchos bla bla más.

Sólo parándonos desde la ausencia del manejo de la Historia y el conocimiento científico acumulado por la humanidad puede desconocerse algo verdaderamente esencial: el Estado siempre es de clase, es decir, representa los intereses de clase de quien está en el poder.

Lo que se oculta bajo siete llaves es que el Estado es una herramienta de represión de una clase sobre otra y que el Estado capitalista, como lo es en nuestro caso, ha utilizado las dos formas de gobierno posible para intentar mantener a raya a la clase obrera y el pueblo: la represión directa y el engaño. Una con los golpes de Estado y otras con la democracia burguesa.

Es la oligarquía financiera la que hace años se ha apoderado del Estado y domina alternativamente con sucesivos gobiernos, y que se ha sabido sostenerse en el poder con las diferentes formas de gobierno.

Inclusive hoy, en el gobierno que vino a “destruir el Estado” puede verse cómo han perdurado en el poder y van tomando las decisiones más importantes (abriendo nuevos negocios, por supuesto) representantes directos de las empresas monopolistas energéticas, del acero, de las comunicaciones, de los bancos, de las farmacéuticas… y esto por décadas y décadas. Son las gerencias monopolistas las que ponen directamente en el Estado a sus directivos y/o compran políticos de manera repugnante.

En el capitalismo monopolista de Estado, gobierne la facción burguesa que sea nunca se pierde el carácter de dominación de una clase sobre otra; mostrando además que cualquier variante “progresista” que promueva la conciliación de clases y un “Estado más bueno” es más de lo mismo. Por eso, frente a la destrucción que están llevando adelante no se puede alimentar ninguna esperanza sobre mejorar lo que no se puede mejorar.

En resumen: ni el gobierno libertario destruirá el Estado ni el populismo “progre” hará del Estado una herramienta para resolver los problemas del pueblo.

Una vez más es imposible que no se venga a nuestras mentes la frase de quien fuera la mano derecha de Adolfo Hitler, Joseph Goebbels: “Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”, a cargo del Ministerio para la Ilustración Pública y la Propaganda durante el III Reich, con el objetivo de transmitir en aquellos años la ideología nazi en todos los ámbitos de la vida cotidiana.

Por eso, de la única manera que puede tenerse una visión verdaderamente revolucionaria, parados desde los intereses de nuestra clase, es aplicando la ideología proletaria, el marxismo leninismo.

Al Estado burgués se lo debe combatir primero y destruir después. Es allí donde -por un lado- cabe la lucha dentro del sistema capitalista para conquistar lo que se pueda conquistar, donde cada lucha de la clase obrera y el pueblo oprimido adquiere importancia en épocas de resistencia, porque los debilita o les quita la iniciativa.

Además, ese proceso tiene que estar acompañado de todos los condimentos de la lucha política revolucionaria que nunca debe perder de vista que el Estado capitalista es propiedad de la clase burguesa, donde prevalece el poder de una minoría por sobre las mayorías laboriosas y es esencialmente antidemocrático, por más que nos llamen a votar cada tanto.

Nos dicen que el único Estado posible es el Estado burgués.

Sin embargo, nosotros seguiremos luchando por alcanzar un verdadero Estado revolucionario donde los intereses de las mayorías en cabeza del proletariado estén por sobre cualquier otra cosa, donde comience un largo período histórico para adecuar la superestructura política al desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales, que desatarán una etapa de cambios incontenibles.

Ese Estado revolucionario desde su inicio sí tomará las medidas para avanzar estratégicamente en la extinción de las clases y del propio Estado, siendo este un problema cardinal de nuestra revolución.


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