En la militancia política cotidiana, particularmente en los centros de trabajo, se produce un fenómeno muy característico de los tiempos que corren: la trabajadora y el trabajador asumen que su paso por la empresa que se trate es temporal, de algunos años y ya. A diferencia de nuestros abuelos o padres, casi no existe la idea o el anhelo de entrar a un trabajo y allí jubilarse.
Sin pretender dar una respuesta individual a cada caso en particular, sí se puede abordar el fenómeno desde lo que es, una problemática social. Cada individuo tendrá sus razones específicas para pensar y actuar de esa manera, pero lo que socialmente ocurre es una manifestación más respecto de la incertidumbre acerca del futuro. O lo que es lo mismo, dialécticamente hablando, la certeza de que ya no es posible soñar un futuro como lo hacían nuestros mayores.
En una sociedad donde la inmediatez, lo espontáneo, la rapidez de las cosas y de los hechos ha puesto en jaque el propio concepto de verdad (llegándose a hablar de la “posverdad”), no resulta extraño entonces que se proyecte poco y por poco tiempo.
La base material ha cambiado; un modo de producción que ya no es capaz de proponer proyecto de acá a tres, cuatro o cinco décadas ni en lo social, ni en lo económico, ni en lo político, no es capaz de asegurar futuro alguno.
Esto se puede verificar palpablemente hasta en los períodos que la propia burguesía monopolista se pone como objetivo para sus negocios. Tales períodos son cada vez más cortos, inestables, rapaces, porque la propia clase dominante es consciente que el sistema capitalista atraviesa una crisis de magnitudes inéditas en la estructura y en la súper estructura de su sistema de dominación y por lo tanto sus planes deben adaptarse a esa dinámica de crisis permanente.
Si la clase en el poder a lo único que atina es a “amortiguar” los períodos de crisis ante la imposibilidad de resolverla, si la propia clase burguesa es la que echa mano a discursos de “refundación” que pretenden soñar con la vuelta a períodos de prosperidad perdidos por la propia dinámica del desarrollo capitalista, donde lo que se propone es volver al pasado para ser felices, entonces la idea de futuro pareciera quedar sepultada. Cuando el futuro es volver hacia atrás es porque no hay futuro posible que la burguesía pueda ofrecer.
Volviendo al principio, a cómo se manifiesta esta expresión de “no futuro” particularmente en la clase obrera, debemos señalar también que la propia lógica del sistema por realizar negocios rápidos, por amortiguar la crisis con mayor explotación y sojuzgamiento del ser humano, provoca el rechazo, sobre todo en los jóvenes, a esa realidad. No es sólo el rechazo al maltrato, a las malas condiciones de trabajo, a salarios que aun altos en algunos casos representan dejar la vida en el trabajo. Es mucho más que eso. Se trata de signos de rebeldía (entendiendo este concepto como el rechazo a lo que me imponen, a lo que me dicen que tengo que hacer para progresar), pero que en realidad es más de lo mismo. Es trabajar como lo hicieron toda la vida nuestros mayores, y en peores condiciones, sabiendo de antemano que no lograremos ni una parte de lo que ellos lograron con tanto sacrificio.
Decíamos rebeldía, pero como acto individual. No me gusta este trabajo, no busco jubilarme en él, me voy a otro. Y así. Esta situación, debemos decirlo, es producto de la labor ideológica que el sistema ha desplegado por décadas. Una labor que apuntó y apunta a “desclasar” los procesos sociales a la par de que los mismos han variado notablemente.
Mientras el sistema capitalista acude a la capacidad de la humanidad para que los avances de la ciencia y de la técnica sirvan al proceso productivo y, por lo tanto, al aumento de sus ganancias, lo que constituye una monumental socialización de la producción a escala planetaria, al mismo tiempo se exacerba la idea del individualismo como salida ante un fenómeno que es esencialmente colectivo.
De allí entonces que el desclasamiento sea la “fórmula” que ha utilizado y utiliza el sistema para retrasar un enfrentamiento que sabe inevitable. A esa situación aporta el concurso de las fuerzas burguesas y pequeño burguesas que aportan a desclasar la lucha, al mismo tiempo que la debilidad de las fuerzas revolucionarias ante la necesidad de dotar a la vanguardia de la clase obrera de las ideas de la lucha por el poder y la revolución socialista.
A la hora de la construcción de esa alternativa revolucionaria en la clase de vanguardia, esta realidad material juega en contra sin duda alguna. El paso temporal de trabajadoras y trabajadores por las empresas, sumado a las políticas de ajuste que la burguesía aplica a través de despidos, sea por cambio en sus planes o para descabezar a las incipientes vanguardias, hace que la idea de organización y de salida colectiva, propia de la clase, se haga sumamente compleja.
Sin embargo, para dar respuesta al interrogante que encabeza este trabajo no basta con respuestas organizativas. Las que hay que dar, sin duda alguna, para que tal organización se adapte a las demandas y realidades presentes. Pero para responder nuestra pregunta es necesario abordar si es posible construir futuro, ese que hoy se nos niega, desde dónde y para qué.
Desde el materialismo dialéctico el presente es donde se materializa el pasado y el futuro. Pasado y futuro son la contradicción que sólo puede ser entendida desde el presente porque es allí donde ambos se manifiestan en nuestra conciencia, en nuestro pensamiento. El pasado va hacia el futuro y el futuro es producto del pasado, y así podríamos decir que el presente, entonces, no existe. Sin embargo, el presente es necesario para que pasado y futuro existan.
Emprender la construcción de un proyecto que apunte a un futuro posible, realizable, sólo puede concebirse admitiendo que venimos de un pasado pero que es imposible volver a él, por más venturoso que haya sido. Se trata de comprender que nuestra acción presente ya es futuro, por lo tanto lo que hagamos o no hagamos para transformar ese presente tendrá como resultado un devenir u otro respecto de nuestra acción consciente.
Efectivamente, es la conciencia lo que diferencia al género humano del resto del reino animal.
A partir de ello es que podemos proponernos una interacción distinta con la naturaleza y, de esa forma, transformarla a través del trabajo. Del mismo modo ocurre con la realidad social. Nuestra conciencia (entendida en su acepción de la capacidad de comprensión de los fenómenos, no de la conciencia política) nos permite cotidianamente dar respuestas a las distintas necesidades como trabajar, estudiar, cuidar nuestra salud, disfrutar de las relaciones sociales y familiares, etc. En los marcos del sistema capitalista esa necesidad de responder a tales cuestiones se ve trabada por los obstáculos que presenta un modo de producción que se basa en la explotación del ser humano para poder subsistir como tal.
Allí entonces es donde se inician las causas que, cada vez en mayor medida, nos hacen concluir que el futuro es inabordable porque inabordable es el presente en el que el sistema nos sojuzga. Entonces, no tener perspectivas de trabajo estable, de realización de las mínimas necesidades humanas, hace que corramos detrás de los problemas y no que podamos planificar para resolverlos.
La perspectiva de futuro está íntimamente ligada a cómo nos propongamos cambiar el presente. Y aquí volvemos a la intención de la burguesía por desclasar las relaciones de producción, la de querer ocultar que su existencia como clase dominante depende de la explotación y el sojuzgamiento de las mayorías trabajadoras. Definir, soñar, recorrer el camino hacia el futuro sólo puede ser conseguido si entendemos y comprendemos que esa es la realidad que nos aplasta y nos anula como seres humanos.
La burguesía nos necesita todos los días para crear, a través de nuestro trabajo, valor, riqueza de la que se apropia, pero al mismo tiempo nos educa e inculca que los problemas de la sociedad son de su exclusiva competencia. Va de suyo que en ese esquema no hay futuro posible. Dependemos de cuánto y cómo le sirvamos a la clase en el poder.
Retomar primero que nada la conciencia de clase, la que nos define como la clase que todos los días hace mover al mundo a favor de una ínfima capa de la sociedad que se apropia del esfuerzo colectivo, es el paso fundamental para iniciar un camino en el que sea posible definir el futuro.
La conciencia de clase es el primer paso para poder abordar el futuro desde una perspectiva superadora. A partir de allí, de sabernos los hacedores de toda la riqueza social, es desde donde adoptamos una conducta que se choca de frente con la salida individualista que marca el sistema capitalista y, por ende, adoptamos una idea de futuro y de planificación del mismo, con una perspectiva que depende de la acción de nuestra clase y no de la clase enemiga. Comenzamos a ver el futuro en el presente que queremos modificar a través de la lucha contra el modo de producción capitalista y la clase que detenta el poder.
El futuro está íntimamente ligado a la superación de y desde este presente si adoptamos una conducta que hace de la solidaridad y el interés de clase lo primordial de la vida. De nuestra vida, la de nuestras familias y la del conjunto del pueblo trabajador, proponiéndonos construir una propuesta política que, precisamente, esté en condiciones de dar respuesta a las demandas vitales que tenemos los seres humanos, en todos los aspectos de la realidad material. Desde un ejercicio de lucha, organización, cooperación entre nuestra clase y el resto del pueblo explotado y oprimido.
La superación del presente hacia el futuro niega en forma intransigente cualquier posibilidad de hacerlo posible en los marcos del capitalismo. Saber a qué futuro nos dirigimos está íntimamente ligado a reemplazar este modo de producción de explotación, de competencia inhumana, de sometimiento, por un modo de organización social que barra con esa herencia. Hablar de futuro es hablar de comunismo.
Pero ese será el tema que le dará continuidad a este artículo.