El escenario está montado con todo el ejercicio de simulación que una buena farsa debe tener.
El gobierno (que luego de un año y un poco más de ejercicio ya tiene sus casos de corrupción, como corresponde) elabora un proyecto que, supuestamente, persigue el objetivo de impedir que la principal dirigente de la oposición pueda ser candidata.
Para ello cuenta con los votos que aportan “representantes” que no pasarían ni siquiera un examen de conciencia. Se aprueba la media sanción en Diputados, pero en el Senado, justamente, se necesitan los votos de los “representantes” de la dirigente, supuestamente, afectada.
Por esas casualidades que tiene la política burguesa, el mismo día de esa aprobación se da a conocer el despacho para tratar en el Senado la postulación a la Corte Suprema del cuestionadísimo juez Ariel Lijo, multimillonario probado que ha batido todos los récords mundiales de tener causas por corrupción (que involucran a partidos de todos los colores) sin elevarlas a juicio por diez años o más.
El referido dictamen tiene las firmas de tres senadores del partido del principal partido de la oposición que preside la dirigente afectada, supuestamente, por la ley de ficha limpia.
Si algo debe reconocerse es la transparencia de la farsa montada, al punto que todos los medios burgueses, sin excepción, sostienen que el gobierno no empujará la aprobación de esa ley a cambio de la aprobación del pliego de Lijo. Toma y daca de la “alta política” burguesa.
En eso está metida la dirigencia de la clase dominante mientras el pueblo trabajador está pagando la fiesta de los monopolios, que siguen obteniendo ganancias monumentales a costa del ajuste despiadado que aplicó y aplica el gobierno de Milei.
Si bien ya nada es para sorprenderse, lo que está ocurriendo reafirma la podredumbre y decadencia que atraviesa a toda esa dirigencia y a sus instituciones. Viven tirándose cascotazos para luego sentarse a negociar sus chanchullos, a cubrirse entre ellos, a pactar negocios y prebendas que les permitan seguir siendo empleados destacados de la burguesía monopolista.
Así funciona la institucionalidad de la democracia burguesa, de esa forma se dirimen las “diferencias” entre partidos y dirigentes que dicen ser distintos, que dicen velar por los intereses del pueblo, que van a elecciones que, más allá de los resultados, son amañadas porque mientras se pone el voto en una urna los acuerdos entre los de arriba se dirimen en sus encuentros y negociaciones reservadas. Pero que salen a la luz sin que nadie se ponga colorado ni las desmienta.
Esa institucionalidad que se viste de impoluta, sacrosanta, intocable, es la que funciona para la burguesía y sus políticos, sus sindicalistas, sus jueces, sus fuerzas represivas; es la institucionalidad que alimenta y garantiza la dominación de una ínfima minoría de burgueses sobre la vida de millones de mujeres y hombres que cada día debemos salir a trabajar para que la riqueza que generamos se la apropie tal minoría y, con una parte de la misma, asegurarse tener los favores de todo el arco político institucional.
La democracia burguesa termina provocando el “milagro” de juntar a quienes se presentan como el agua y el aceite.
Pero en realidad, se ratifica como el ejercicio de la dominación a través del engaño, aunque corran tiempos en los que tal conducta quede expuesta a la luz el día.