“Las alianzas pacíficas nacen de las guerras y a la vez preparan nuevas guerras, condicionándose mutuamente, engendrando una sucesión de formas de lucha pacífica y no pacífica sobre una sola y misma base de lazos imperialistas y relaciones recíprocas entre la economía y la política mundiales”. Vladimir Ilich Lenin. El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916).
Aún no está muy claro el derrotero de reuniones entre EEUU y Rusia, pero seguramente la frase de Lenin allá por el año 1916 se cumplirá a rajatabla.
Hay que salvar al sistema capitalista y hay guerras que hoy sirven y otras que ya no. Mejor preparar nuevas guerras que se correspondan con los acelerados procesos de concentración económica que piden a gritos nueva concentración política.
Ninguna de las instituciones surgidas después de la segunda guerra mundial (acuerdo Bretton Woods) cumplen con las necesidades actuales del capital financiero. Aparecen de hecho “acuerdos” políticos económicos de mayor peso y vigencia que las instituciones actuales, que además de todo están cuestionadas por inoperantes y fraudulentas.
Se habla apresuradamente de un mundo bipolar, tripolar o que tal o cual país caerá en desgracia. Incluso se animan a agitar al continente europeo como foco fundamental de crisis.
Lo prioritario, entre otras cosas, es que la cadena de suministros tiene que funcionar y ya no se trata de volver la historia para atrás, si se abren o se cierran las economías. Se trata de intentar centralizar políticas para salvar el capitalismo. Y para ello se necesita enfocar un nuevo carácter de guerras que defina claramente a un sector dominante.
Es en estos marcos de crisis política del sistema que se producen movimientos que aparecen como incomprensibles.
La diversidad de sectores concentrados que están disputando guerras comerciales se encuentran sensiblemente enmarañados. Ejemplo de ello es Elon Musk, funcionario del gobierno norteamericano que acaba de inaugurar una planta gigante de baterías Megapack -de almacenamiento de energía- en Shanghái, solo equiparable a la instalada en su propio país.
Las “viejas guerras” sirven para preparar las nuevas guerras. Esta vez lo esencial de las mismas pasa por centralizar la política de un sector de la burguesía monopólica instalada globalmente que aspira a la creación de nuevas instituciones que puedan responder a esos intereses.
No son épocas de pos-guerra del carácter del siglo pasado, ni la burguesía es la misma ni los pueblos del mundo son los mismos. Es en ese sentido que las nuevas guerras interburguesas encuentran su punto más débil en la lucha de clases.
Ellos preparan sus enfrentamientos, pero los pueblos del mundo vienen demostrando cotidianamente la necesidad de la paz, que aspiran a ella.
Las “nuevas” guerras interimperialistas -que las habrá sin duda- las encuentra en una época histórica en donde el sistema capitalista aprisiona las fuerzas productivas como pocas veces hemos visto en el capitalismo.
Crisis de superproducción, los pueblos no pueden acceder a la riqueza que generan, la pobreza y la miseria crecen al ritmo de la intolerancia de los de abajo.
En lo poco que llevamos del año 2025 se han producido manifestaciones de todo tipo.
En diversidad de países y continentes las luchas son por la dignidad humana.
Esas expresiones son huelgas, paros, aspiraciones políticas democráticas en pleno crecimiento, lucha de clases que de este lado de la barricada pretende ampliar el contenido “democrático” que ya supera el sentido “electoral” que impone la burguesía, pero que aún a pesar de su extensión no encuentran una síntesis política que posibilite en el corto plazo transformarse en una vía de salida revolucionaria.
Pretender encontrar un mal menor para los pueblos del mundo ante la diversidad de las propuestas burguesas, es facilitar la idea de preparar “nuevas” y más crueles guerras.
Hay regiones muy calientes que son pretendidas por facciones en pugna. La descentralización política de estos últimos años, la crisis, ha provocado nuevos desplazamientos en la mira de esa diversidad de componentes.
Un ejemplo es el caso de Turquía, con aspiraciones imperialistas en la región. Según el sector que predomina en aquel país, con verdaderas guerras intestinas, tiene aliados y enemigos según el negocio a reproducir. Vende el petróleo de Rusia a Europa y a la vez disputa con ese país Siria y Libia y el control del mar Negro.
Nada indica que las “fascinantes” reuniones que pueda haber entre Trump y Putin con el objetivo de “pacificar” (como la que recientemente protagonizaron las delegaciones diplomáticas de ambos países en Arabia Saudita), se transformen en nuevos contendientes.
Un momento de la historia en donde los pueblos deben dirigir todos sus esfuerzos por transformar esas guerras interimiperialistas en guerras contra esas burguesías altamente concentradas y no dejarse llevar por la idea imperialismos “buenos o malos”.