El día lunes 24 de marzo, significativa fecha para el pueblo argentino, el viceministro de economía José Luis Daza afirmaba que: «Estamos en un mundo sumamente complejo… En las finanzas y en economía, en las últimas décadas, se desarrollaron una serie de indicadores de tensiones de mercado. Muchos. Índices de tensión. Índice de fragilidad. Esos índices están en los niveles más altos que había desde la pandemia, incluso más altos”.
Pero el acento de su alocución fue puesto precisamente en las condiciones de la crisis del propio capitalismo afirmando que: “No sabemos hacia dónde va la economía mundial. Hay cambios geopolíticos, hay cambios en los flujos comerciales, hay cambios en los flujos financieros”. Reconocer la crisis -que se agudiza exponencialmente- y luego decir “no podemos seguir esperando que no pase nada” habla a las claras del laberíntico grado de incertidumbre que domina en las alturas y en el propio régimen gobernante.
Por otra parte, en el mismo 24 de marzo, mientras multitudes se movilizaban en diversos lugares de nuestro país y se replicaban por todos lados los cánticos contra este gobierno (reafirmando al mismo tiempo que fueron 30.000!!!),- se dio a conocer un video del gobierno que -en la voz de Agustín Laje- pretendió invocar una “nueva verdad histórica” -hecha a la medida de estos personajes del gobierno- tan comprometidos con los ajustes, la superexplotación, el despojo y el sometimiento, la más deplorable inhumanidad y -por si fuera poco- sumergidos también en las visibles estafas financieras internacionales.
Si a ello le sumamos que lejos de poder ocultarlo las últimas semanas expusieron un escenario de movilización en apoyo a los jubilados, que el miércoles pasado se coronó con otra importante concentración popular, queda claro que “la batalla cultural” implica entre otras cosas no sólo las mentiras, las distorsiones y el mutacionismo de la acción de la propia clase dominante a lo largo de la de la historia y también de la última dictadura sino, además, la negación de la acción colectiva de los pueblos y su papel transformador.
Lo que subyace esencialmente en todo ello es una guerra declarada contra la clase productora de todo lo existente y contra su acción democrática de base. Es decir, contra su papel revolucionario y el papel transformador en la historia que juegan los pueblos. De allí que la batalla cultural -clara manifestación de su grado de reacción frente a su crisis y a la lucha de clases- implica esencialmente el disciplinamiento, la represión y el desprecio por toda iniciativa obrera y popular.
Mal que les pese, la propia resistencia que se expresa en las fábricas, con paros, huelgas, movilizaciones, etc. frente a los despidos, al clima de extorsión, al aumentos de las jornadas laborales, a las rebajas y chaturas salariales, al cercenamiento de las libertades políticas, al igual que las movilizaciones y los escenarios frente a situaciones como de Bahía Blanca, o de Salta, o los incendios forestales donde el pueblo se juega el pellejo, son el marco inocultable que las premisas ideológicas y políticas burguesas chocan de frente contra una resistencia que se abre camino a fuerza de acción y lucha a veces imperceptible, y que va en ascenso.
Y que a cada día que pasa esta resistencia enturbia más eso del disciplinamiento.
En el mismo clima esquizofrénico aparecen navegando en medio de los intereses de las diversas facciones del capital para tomar una u otra decisión, en favor de los intereses trasnacionales, en un desbocado escenario de lucha intermonopolista a nivel global. Allí tratan de desenvolverse frente al peso político que tiene el avance de la resistencia.
Sus desmedidos ataques no son más que la incertidumbre y la desesperación frente a su incapacidad por centralizar una iniciativa que unifique su acción de gobierno.
La fortaleza burguesa se ve así de acosada y -al mismo tiempo- cada vez más temerosa de que sus propias acciones desencadenen consecuencias incapaces de contener. Aun así, en un intento de gobernabilidad para seguir sosteniendo la explotación obrera, intentan con la zanahoria electoral generar alguna expectativa, que mal que les pese se enfrenta con el permanente descenso de las condiciones de vida y trabajo que incluso determinan más que cualquier otra cosa el hartazgo que subyace en el avance de la resistencia.
Descenso que sólo podremos frenar profundizando y masificando con más organización de base el enfrentamiento a sus planes de gobierno.
Debemos decir además que el enfrentamiento a todos sus planes los debilita y debemos profundizarlo, pero su vetusta fortaleza no se caerá sola.
De allí que va pegado a un proyecto de transformación revolucionaria cuyo horizonte no podrá ser otro que la vida digna.
Proyecto que se amalgama con el protagonismo más decidido de la clase obrera y el pueblo conjugado en el poder local y con las fuerzas formidables que anidan en su seno. Es decir: un proyecto de sociedad sin explotación, ni explotadores que está en condiciones de emerger producto de los avances de la resistencia a la que tanto le temen la runfla de los Milei, los Caputo, los Daza, los Laje y los capitostes del capital monopólico que los bancan.
Proyecto donde no tengan cabida ninguna de estas nefastas condiciones a las que no ha conducido el fracasado capitalismo que hoy pretende sostenerse con la fuerza de su propia putrefacción.