Como siempre y reiteradamente afirmamos y como parte esencial de nuestro programa político, hoy uno de los grandes desafíos revolucionarios es el surgimiento e imposición de la democracia directa en el seno de las organizaciones obreras, oponiéndose para enterrar para siempre las prácticas de la democracia representativa, como una réplica de la democracia burguesa en el seno de las fábricas.
Hablamos de una democracia burguesa que va más allá de su ejercicio, sino que lleva como soporte toda una reglamentación estatutaria, con marcos jurídicos legales y de los Convenios que “atan” la independencia de la clase obrera de organizarse en defensa de sus intereses de la manera que lo considere conveniente. Y cuyo origen reside en la famosa argumentación de Perón respecto a la asociación del capital y el trabajo, cuando en realidad si hay algo que los caracteriza, es que son antagónicos e irreconciliables.
A pesar de ello en diferentes pasajes de la historia de nuestra clase obrera, no siempre fue así. Muestras sobradas tenemos para sostener lo que afirmamos, pero vamos a citar tres ejemplos en diferentes períodos.
El 17 de octubre, si bien se lo conoce así tuvo la antesala en el conflicto de los frigoríficos de Berisso y Ensenada, una huelga que se inició con un pliego desde el sector de calderas del frigorífico Anglos, que sin ningún tipo de “legalidad”, pero sí de legitimidad por su masividad, crearon su propio sindicato. Tenían como práctica las asambleas, donde incluso participaba la familia obrera porque afirmaban “que el salario era la economía de toda la casa”.
Otra gran huelga fue la del Chocón, conocida como el Choconazo en 1970, en plena dictadura de Ongania, cuando (ya herido de muerte producto del Cordobazo), esta experiencia terminó de derrumbar su gobierno. En esa huelga, una asamblea de 5.000 obreros decidió elegir sus propios dirigentes que jamás reconoció el sindicato de la UOCRA. Así y todo, con despidos y cárceles, la huelga fue no solo extraordinaria, sino que está dentro de los grandes hitos que marco el proletariado en nuestro país.
Y, en tercer lugar, el Villazo, que contenía en sí el desarrollo del poder local, donde las metalúrgicas y acerías más importantes del país recuperaron el sindicato, no sin antes haber llevado adelante una huelga con toma de fábrica de más de 50 días. Con la particularidad que toda la población adhirió a la huelga y fue parte sustancial del sostenimiento de la misma. Estas tres luchas que citamos (hay muchas más y tan ricas como éstas) tuvieron el sello distintivo de la independencia de clase y la democracia obrera. Nada se hacía si no estaba avalado y discutido por las asambleas. Pero no solo eso, sino que fueron la demostración más cabal del carácter de la burguesía (el capital) y la independencia de la clase obrera (el trabajo), su carácter antagónico y el engaño de sus leyes y reglamentaciones.
En estas tres luchas los sindicatos ya constituidos fueron enemigos de trabajadoras y trabajadores. Había que saltar el cerco y la experiencia se hizo.
Estos hechos históricos y por lo tanto irrepetibles, contienen determinados aspectos que se hace necesario reafirmar y darles un valor extraordinario. Porque hoy, salvando los contextos históricos, tienen plena vigencia.
Las causantes de las dificultades que se nos presentan como clase para avanzar en la lucha por nuestros derechos políticos están igual que en aquellas etapas tan diferentes como fenómeno de masas, pero no así en su esencia.
Hoy nos encontramos en una etapa de acumulación donde lo viejo y lo nuevo necesariamente conviven. Las nuevas vanguardias y el movimiento de masas tendrán que ir haciendo la experiencia, donde esas vanguardias deben respetar que el movimiento de masas transite las experiencias, “experimenten” hoy con parte de lo viejo y así, afirmando y negando lo echo, poder avanzar.
Y cuando decimos avanzar es hacia lo nuevo, hacia lo revolucionario, donde esto sí debe pujar para que sea preponderante y se imponga. Donde el involucramiento organizativo tenga enraizamiento en todos los rincones de la fábrica independientemente de lo que diga el convenio o el estatuto del sindicato. Ahí la cosa cambia, ya no es una cuestión de aparatos, es una cuestión de democracia obrera, de democracia directa, donde no delegamos nada, estamos apoyados en una gran organización de base.
El momento histórico actual hace que, en las metodologías, la democracia directa eleve la organización de la clase obrera al plano político. La democracia directa -una vez comenzado a andar tal ejercicio- se constituye en la génesis que, desarrollada en acontecimientos de confrontación y tiempo, y va a fusionar la lucha económica y el proyecto político revolucionario en un solo puño.
Es necesario que la clase obrera vaya haciendo la experiencia de lo simple a lo complejo, conviviendo entre lo viejo y lo nuevo. Pero debemos pujar tenazmente hasta que se imponga lo nuevo (que no es tan nuevo) pero que las actuales generaciones proletarias tendrán que atravesar, no importa si es con triunfos o derrotas, con avances o retrocesos, pero es la esencia de lo que necesitamos.