Los partidos llamados opositores se debaten en internas que nada le importan al pueblo; todo el entramado político institucional de la burguesía (y la izquierda que le hace coro) metido en procesos electorales que tampoco les importan a las mayorías; los sindicatos y la CGT se “plantan” contra el decreto que anula el derecho a la huelga presentando un amparo en la justicia.
Mientras todo esto sucede como si de ello dependiera el devenir del proceso de resistencia, el pueblo de la provincia de Catamarca, su comunidad educativa, impusieron, mediante una imponente movilización de masas, una derrota política al gobierno de esa provincia. Gobierno peronista aliado al gobierno nacional que intentó avanzar con el programa de ajuste que la burguesía monopolista viene ejecutando, esta vez en el ámbito educativo.
Decíamos, mediante una manifestación masiva, autoconvocada, que expresamente repudió a las conducciones sindicales que no se cansan de pregonar que no se pueden frenar los ataques de la burguesía, se obligó al gobernador a derogar el decreto que imponía mayor precarización y ajuste en la educación. Esta derrota política impuesta por las masas movilizadas, que tomaron en sus manos la responsabilidad de la defensa de sus derechos y conquistas, constituye un mojón que fortalece el proceso de resistencia que está llevando adelante el pueblo trabajador y que agrieta la extendida crisis política de la burguesía y su gobierno.
El casi absoluto silencio de los medios del sistema de todos los signos, va más allá de un ninguneo por tratarse de una experiencia que transcurrió en una provincia pequeña y alejada de los denominados centros urbanos. El ocultamiento persigue encubrir que, lo conquistado por el pueblo catamarqueño, no hace más que ratificar que no existe otra conducta política más adecuada y eficaz que el enfrentamiento abierto contra las medidas de la burguesía. Y que ese enfrentamiento no depende de la decisión de ningún aparato político o sindical, sino de la voluntad de lucha y organización independiente de las bases obreras y populares.
Catamarca viene a alimentar, con un triunfo contundente, el proceso de ruptura con la institucionalidad del régimen. Viene a señalar que ni los parlamentos, ni la justicia, ni los sindicatos, son la herramienta para enfrentar los ataques del poder. La magnitud de ese ataque requiere como respuesta una defensa y un contraataque de la misma envergadura, y eso sólo es posible con la masividad y la organización desde abajo que implementa metodologías de democracia directa que impiden la traición y la entrega de las luchas.
La creciente resistencia se ha alimentado esta semana también con la lucha de los hospitales Garrahan y Bonaparte, de las familias que sufren los recortes en la protección de la discapacidad, de la comunidad científica, que confluirán el próximo miércoles 4 de junio con la ejemplar lucha de los jubilados. También sigue latente el conflicto en Tierra del Fuego (ver nota del día jueves), el de las bases rebeldes de los choferes de colectivos y cientos de otros ejemplos que se dan cotidianamente en toda la extensión del país, pequeños y aislados todavía, pero que son el fuego que la clase dominante no logra apagar.
Como venimos afirmando, la resistencia se sostiene y avanza en una tendencia en ascenso. Ese es el verdadero proceso que hoy es el vehículo para seguir acumulando fuerzas en el campo obrero y popular, lejos, muy lejos, de las trampas electoralistas del régimen y de cualquier camino institucional en el que nos quiera embretar la burguesía.
Promover y estimular este proceso es la conducta que llevará a hacer posible la derrota del plan del gobierno y del programa de toda la burguesía. Ratificar ese camino es la obligación de las fuerzas de la revolución que aspiramos a fortalecer la resistencia y a hacer avanzar el proceso desde la independencia política, con las metodologías de democracia directa y la participación efectiva y determinante de las bases trabajadoras, para que las fuerzas que se vienen acumulando cuenten con una perspectiva de superación material de las barreras que intenta imponer el poder dominante para impedir la rebelión del pueblo trabajador.