Nos encontramos en una fase crítica de la lucha de clases entre proletariado y burguesía. Crece la voluntad de sectores trabajadores que resisten la flexibilización laboral impuesta de facto por las empresas, con la complicidad de gran parte del sindicalismo. Al mismo tiempo, se intenta institucionalizar dicha flexibilización mediante el Congreso y el aparato judicial.
Tras más de cuarenta años de invisibilización de la clase obrera, retroceso ideológico y exilio institucional promovido por burocracias entreguistas —convertidas hoy en guardianes de los intereses monopólicos en las unidades productivas—, comienza a resurgir una fuerza renovadora. Esta se expresa en cada lucha, cada asamblea, en la unidad desde abajo, en la autoconvocatoria y la democracia directa. En algunos casos, incluso, se superan los límites impuestos por la tríada burguesía–gobierno–sindicato.
Este proceso sostenido de resistencia profundiza las contradicciones interburguesas. Las disputas por sus negocios se agudizan en medio de una crisis mundial de superproducción que exige ajustes masivos y destrucción de fuerzas productivas. El objetivo oculto: sostener tasas de ganancia, en permanente declive y eliminar bienes sin destino de consumo que bloquean los ciclos de producción, venta, distribución y acumulación de capital.
Economistas, políticos, sindicalistas y diversos actores burgueses —ya sean monopolistas, satélites o periféricos— reconocen, consciente o inconscientemente, que el eje de esta coyuntura es la disputa abierta por la apropiación de la plusvalía social. Para ello utilizan instrumentos financieros facilitados por los propios Estados en beneficio de los más poderosos. En esta verdadera “fiesta del saqueo”, la voracidad del capital financiero supera la capacidad de generación de plusvalía en el proceso productivo.
Todo el aparato ideológico burgués gira en torno al fetichismo del dinero: valor del dólar, tasas de interés de las letras estatales, operaciones de carry trade, contratos de dólar futuro, etc. Parece que el capital se reproduce exclusivamente desde las finanzas. Esto habilita a los apologistas de la industrialización a presentarse como opositores al “modelo financiero”. Pero esta contradicción es falsa: ambos sectores disputan espacios dentro del Estado para beneficiarse del manejo de recursos sociales.
No existen modelos alternativos en el marco de la burguesía. Bajo el capitalismo monopolista de Estado, el capital financiero está fusionado con el capital industrial. No hay oposición real entre ellos, sino una pugna entre capitales mayores que, a través de herramientas financieras, absorben la plusvalía de los menores y concentran aún más riqueza. Esos capitales siempre regresan a la producción, donde se genera la plusvalía. Buscarán hacerlo allí donde el entorno sea más favorable, no necesariamente en nuestro país.
En este sentido, la defensa de la industria contra la especulación financiera no es más que una cortina de humo que encubre disputas por liderazgo económico, porciones de mercado y acceso a recursos estatales, regionales y globales.
El papel de la clase obrera y el Partido revolucionario
Frente a este escenario, es crucial comprender no sólo el rol de la clase obrera en la resistencia, sino también el de su vanguardia y del Partido Revolucionario.
La disposición a la lucha, la asamblea promovida desde las bases, la unidad y la organización son condiciones mínimas que definen a la vanguardia de clase. Debemos valorarlas, pero también entender que no son suficientes.
La lucha de clases exige una dirección política clara: clase contra clase. Esta dirección debe construirse desde la conciencia, nutrida por una ideología revolucionaria que la vanguardia obrera debe profundizar y expandir, tarea indelegable del Partido Revolucionario.
Cada militante y cuadro revolucionario debe asumir el compromiso de explicar y poner en práctica el carácter político de cada lucha, por más elemental que parezca. Es imperativo oponerse a los discursos que pretenden enmarcar la confrontación como una disputa entre gobiernos libertarios, neoliberales, estatistas o populistas. Todos los gobiernos, más allá de sus etiquetas, comparten una raíz burguesa y aplican políticas contra el proletariado: flexibilización laboral, deterioro salarial, ajustes en jubilaciones, y recortes en educación, salud, vivienda y asistencia social.
Tribunos revolucionarios para el protagonismo de masas
Actuar como tribunos revolucionarios, denunciando el carácter clasista de la confrontación, es clave para liberar las energías contenidas de las masas. Esta convicción debe guiar la actual etapa de la lucha de clases, superando cualquier tentación reformista que conduzca al estancamiento.
Sólo mediante el enfrentamiento consciente y organizado se podrá conquistar el protagonismo popular y acumular fuerzas reales. De lo contrario, los actuales referentes de base, organizaciones emergentes y luchadores honestos corren el riesgo de disolverse en la bruma del reformismo y perderse entre propuestas que aparentan ser diferentes, pero que terminan siendo más de lo mismo.
Sectores de las masas están atentos. Esperan que sus referentes pateen el tablero y les señalen, con su ejemplo, el camino del enfrentamiento contundente que anuncie una verdadera salida de esta vida degradada.