Las explosiones y manifestaciones de masas que se produjeron esta semana en Nepal, Indonesia y Francia, que se suman a otras anteriores como las de Kenia, Malí, México y Mongolia. La línea que une a todas ellas es el rechazo y hartazgo de las masas populares a las políticas de ajuste que atacan las condiciones de vida a niveles extremos.
Más allá de las motivaciones específicas de cada una, todas son expresiones de la reacción de los pueblos ante los efectos de la crisis capitalista mundial, que campea en cada país al ritmo de las medidas que la oligarquía financiera descerraja para atenuar dicha crisis. Como el perro que se muerde la cola, la burguesía a nivel mundial pretende arrojar a las masas al abismo como “solución “ a su crisis, mientras las masas ensayan reacciones que ponen de pie lo que se quiere poner de cabeza. Si tal solución pasa por atacar las condiciones de vida, los pueblos responden que no están dispuestos a las mismas, acentuando una crisis política a nivel mundial que contagia y, en muchos casos, comienza a verse como ejemplo a seguir por parte de las masas desposeídas.
Esa misma reacción de la clase dominante que mencionamos es la reacción que ha ensayado el gobierno de Milei luego del golpe que sufrió en las elecciones del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires. Los vetos a las leyes del financiamiento universitario, de la emergencia pediátrica y del reparto de los recursos a las provincias, es una fuga hacia delante de los sectores monopolistas que, en este momento, marcan el rumbo del ajuste permanente como receta para navegar la crisis del sistema.
La ratificación de la llamada “motosierra” encuentra al gobierno de Milei en una debilidad política extrema. Incluso, enfrentándose con sus medidas a otros sectores monopolistas que, utilizando un dicho popular, le dicen al gobierno: “sigan con el ajuste, pero no con la mía”.
Los rumores que se dejan trascender respecto de esas diferencias en el seno del bloque dominante, incluso con movimientos que estarían proyectando posibles cambios en la jefatura del Estado luego de las elecciones de octubre, como lo señala Joaquín Morales Solá en su columna del 10 de septiembre en el diario La Nación.
Todas estas contradicciones por arriba tienen su base material en los negocios y ganancias que, unos y otros, ganan o pierden con el actual esquema económico. Pero debe advertirse que, al mismo tiempo, la burguesía monopolista cierra filas en lo que respecta a su programa político principal: la baja salarial, el aumento de la productividad y el intento de disciplinar al proletariado. En ese objetivo tratarán de avanzar todo lo posible para lograr nuevas condiciones de explotación hacia el futuro, más allá del gobierno que suceda al actual. Ejemplo claro de ello es la conducta de Paolo Rocca, titular del Grupo Techint, quien, mientras hace conocer sus contradicciones con el gobierno de Milei (del que es parte, con casi una decena de funcionarios puestos por él mismo), despidió durante esta semana (con la complicidad de la UOM, o sea: el sindicato marcó a los obreros) a más de 300 compañeros de las contratistas que realizaron la huelga en la empresa Ternium.
La clase obrera y el pueblo trabajador debemos tener claro que no hay comunidad de intereses con la burguesía. Las patronales utilizan la crisis, los despidos, suspensiones, el atraso en el pago de los salarios y hasta los cierres de empresas como extorsión para seguir disciplinando al proletariado en su conjunto. Otro ejemplo concreto de ello es el cierre dispuesto por la patronal de ILVA Porcelanato, ubicada en el Parque Industrial de Pilar, que despidió a 300 trabajadores y trabajadoras mientras incorpora nueva tecnología y, al mismo tiempo que produce los despidos sin indemnización está incorporando personal para una planta nueva.
La burguesía, más allá de las contradicciones con otros sectores de su misma clase, actúa como lo marca su carácter explotador y opresor. Sigue y seguirá descargando su crisis sobre las espaldas del proletariado, al mismo tiempo que derrama sus lágrimas de cocodrilo y se presenta como víctima de las políticas del gobierno.
Por ello, ante este panorama, no podemos dejarnos desviar del camino de la lucha y el enfrentamiento que importantes sectores de la clase obrera y el pueblo venimos desarrollando. Mucho más aun, después del golpe político que significaron los últimos resultados electorales. Precisamente, el golpe propinado en ese terreno también es parte de la influencia que la lucha de clases (particularmente, de la clase obrera) derrama sobre el conjunto de los sectores sociales.
Debemos avanzar sobre la debilidad política del gobierno, sobre el rechazo cada vez más generalizado a sus políticas (que las últimas medidas acentuarán). La derrota de su plan depende del enfrentamiento abierto al mismo por parte de los sectores explotado y oprimidos, no de las peleas y contubernios que la burguesía planea en sus palacios.
El proceso de acumulación de fuerzas mediante la lucha y la organización independiente no puede detenerse ante ninguna promesa de cambio que provenga de los de arriba. Como lo demuestran las acciones de masas que mencionamos al principio (y las de nuestra propia historia), las clases explotadas y oprimidas debemos profundizar nuestro propio camino de enfrentamiento desde abajo, atando nuestra suerte y porvenir a los intereses de nuestra clase y nuestro pueblo.
La derrota del plan del gobierno implica una derrota al programa de toda la burguesía y allí está la llave para que los acontecimientos venideros nos encuentre mejor organizados y en condiciones de orientar la lucha de clases en función de nuestros intereses, y no los de la clase enemiga.