Desde la derrota de la última dictadura militar y la instalación de la democracia burguesa en nuestro país, todo el aparato ideológico del poder ha apuntado a sostener la mentira de la desaparición de las clases sociales.
Hemos insistido —y lo seguimos haciendo— en que esa falsedad se impuso durante décadas como un “dogma” social, acompañado por la falacia de que las contradicciones entre los distintos intereses que se expresan en la sociedad pueden resolverse mediante el diálogo.
A pesar de los esfuerzos de la burguesía y sus acólitos por hacernos creer que entre capital y salario puede existir una convivencia consensuada y pacífica, la realidad ha demostrado lo contrario: no hay diálogo posible cuando existe una brutal disparidad de fuerzas.
Son muchos los hechos que, uno tras otro, han desmentido categóricamente esa ilusión, dejando huellas indelebles de las contradicciones antagónicas entre la necesidad de vida y desarrollo de los trabajadores y el pueblo laborioso, y la voracidad de ganancias y reproducción ampliada del capital burgués.
No es propósito de esta nota enumerar esos hechos —por todos conocidos— sino desarrollar el fenómeno que no solo pone en cuestión la falacia del diálogo, sino que comienza a abrir paso a una idea nacida de la experiencia concreta que transitamos como clase y pueblo oprimido: que la fuerza social organizada es la que verdaderamente determina el curso de los acontecimientos.
Ha corrido mucha agua bajo los puentes para que se comprenda, no como hechos aislados ni como reacciones espontáneas, que las instituciones que nos proponen dialogar no solo no escuchan, sino que persisten en profundizar y generalizar las condiciones que impiden la realización de nuestras demandas.
Gobierno nacional, gobiernos provinciales, municipalidades, aparatos judiciales, sindicatos convertidos en instrumentos empresariales: todos hacen oídos sordos ante las demandas de los trabajadores y sectores populares. Y cuando los reclamos se agotan y estos enfrentan las políticas que perjudican sus intereses, deben lidiar también con las fuerzas represivas del sistema, al servicio de la burguesía.
La experiencia demuestra y confirma que las posiciones antagónicas entre los intereses de la ganancia y la gobernabilidad burguesa solo pueden ser doblegadas por una fuerza igual o superior a la que ellos ejercen. No hay otro camino posible.
Esa fuerza reside en el ejercicio del debate, en la movilización para conquistar, expresada en medidas de acción directa en cada unidad productiva o empresa: trabajo a reglamento, cortes de ingreso, huelgas, manifestaciones callejeras, etc. Con unidad, rompiendo los límites impuestos por el estrecho marco de las ramas productivas, contagiando esa unidad a todos los trabajadores de la zona, a sus familias y a otros sectores sociales. Organizando las medidas de todo tipo mediante democracia directa y dando continuidad a las formas organizativas nacidas al calor de la lucha, porque una conquista lograda no es definitiva si no la defendemos y ampliamos: la burguesía siempre contragolpea.
La lucha entre estos intereses antagónicos es lucha de clases. Y ese es el camino que debemos seguir y organizar para conquistar la vida digna a la que aspiramos. Como todo proyecto de clase, debe tener sus expresiones políticas orgánicas, que hay que ir desarrollando en la lucha misma.
La burguesía y los funcionarios de sus instituciones han demostrado que no están dispuestos a negociar ni siquiera a respetar las leyes vigentes —muchas conquistadas en la lucha, otras impuestas por ellos mismos.
No respetan las conciliaciones obligatorias, la inmunidad de los delegados, la prohibición de despidos sin causa. Echan trabajadores sin indemnización, penalizan la protesta social, lesionan la salud y matan de hambre a jubilados y personas con discapacidad. Niegan techo y vivienda a familias sin hogar, retacean el acceso a la salud del pueblo y desmantelan la educación gratuita, a pesar de que todo ello está comprendido en la Constitución Nacional que nos exigen cumplir con la famosa frase: “Dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”.
Las elecciones son un circo burgués en el cual el que gana trabaja para esa clase y en contra del pueblo trabajador.
La vigencia, ya maltrecha, de un diálogo de sordos se está agotando. La experiencia nos demuestra y confirma que el camino es el enfrentamiento decidido a estas políticas, y que todo depende de la fuerza que logremos reunir para avanzar.
Nuestro norte está claramente marcado: se trata de fuerza contra fuerza. Desde lo pequeño a lo grande, como ya lo venimos haciendo, pero con la conciencia de que no hay otra salida más que imponerles las aspiraciones de las mayorías laboriosas, que vamos por nuestras necesidades y nuestros sueños de una vida mejor.