
Hemos lanzado nuestra consigna: “Derrotemos la reforma laboral”. Estamos empeñados en impulsarla nacionalmente para que la clase obrera y los trabajadores en general la lleven adelante en todas las fábricas, empresas, barrios proletarios y en cada lugar donde nos encontremos.
No se trata sólo de impedir que la ley, impulsada por el poder ejecutivo con la complicidad de la llamada oposición y la CGT, sea aprobada en el Congreso. Se trata también de frenar su aplicación de hecho por parte de la voraz burguesía y lograr su derrota definitiva en el futuro.
La reforma laboral significa la profundización de las peores condiciones de trabajo y de vida, con el único objetivo de sostener —y, si es posible, aumentar— la ganancia de la burguesía. Es además un intento de disciplinar a la fuerza laboral para imponer una mayor explotación y arrancar la aceptación, por parte del proletariado, de una nueva vuelta de tuerca que el capitalismo aplica como fórmula para resolver su crisis de superproducción a costa de la miseria de los trabajadores (activos y pasivos) y de los sectores oprimidos.
La burguesía no tiene otra cosa que ofrecer: el propio mecanismo del sistema capitalista la obliga. Para competir y sostener sus márgenes de ganancia, deben retorcer el cuello de quienes producimos, no sólo reduciendo salarios, sino también arrebatando las prestaciones sociales conquistadas con luchas, cárceles, muertes y sacrificios de todo tipo.
El abaratamiento mundial de los productos industriales, agroindustriales y extractivos, provocado por el avance de la ciencia, la tecnología, la robótica, la inteligencia artificial y la mejor organización del trabajo, junto con la modernización de los transportes, implica también el abaratamiento de las máquinas, las líneas de producción y las instalaciones. Todo ell
o reduce la intervención humana y aumenta la proporción de capital constante en cada mercancía producida.
Lo contradictorio es que cada capitalista, para competir con el resto de su clase y lograr que su producto se imponga, no puede prescindir de estos avances y debe adquirirlos al costo que tengan. Por eso, el único “gasto” que puede abaratar para sostener sus ganancias y preservar el valor de su propiedad es la mano de obra: reducción de salarios, eliminación de prestaciones y exigencia de mayor cantidad de tareas en menor tiempo, con mayor intensidad de trabajo y menos obreros y empleados. En una palabra: súper explotación.
Toda la clase capitalista repite esta conducta, no sólo en sus empresas, sino también a través del gobierno de turno y con la complicidad de gremios mercenarios y sostenedores ideológicos del sistema. Su objetivo es reducir los llamados “gastos sociales”: educación pública gratuita, salud, jubilaciones y pensiones. Y para ello atacan políticamente y señalan como enemigos a todos quienes se opongan a sus intereses.
Y sí, somos enemigos, porque nuestros intereses son opuestos e irreconciliables: los de la clase proletaria contra los de la clase burguesa.
No hay misterio en este funcionamiento. La burguesía se encarga de ocultar que la base de todo es la propiedad privada de las industrias, bancos, explotaciones agropecuarias, mineras y empresas de todo tipo. Cada proyecto de ley, cada ordenamiento social, cada iniciativa política que emana de sus cabezas tiene un único motivo: sostener sus porcentajes de ganancia y el sistema capitalista que los genera.
Adornan sus propuestas con mentiras que aparentan favorecer a los trabajadores y a los sectores oprimidos, como lo hacen ahora con la reforma laboral rebautizada “modernización laboral”. Presentan al Estado —ejecutivo, judicial, legislativo y fuerzas de seguridad— como árbitro imparcial entre las clases, aunque cada paso demuestra que la balanza se inclina siempre a su favor.
Eliminar esa propiedad privada capitalista que sólo beneficia a la burguesía y transformarla en propiedad colectiva de los proletarios en beneficio de toda la sociedad, es la única solución de las contradicciones mencionadas.
Mientras tanto, en el camino de lograr ese objetivo, tenemos por delante una serie de luchas y conquistas que nos permitirán ir acumulando fuerzas, foguearnos y unirnos en un solo puño como clase y atraer además al resto de los sectores oprimidos que sufren también esta situación.
Por todo lo expuesto, los obreros y trabajadores en general debemos resistir con decisión y unidad la aplicación actual y futura de estas reformas, así como su aprobación legal en el Congreso.