El mundo está convulsionado. La oligarquía financiera internacional, metida hasta el cuello en una crisis capitalista de severas proporciones, apunta a quemar fuerzas productivas a través de los medios conocidos y ya utilizados a lo largo de la historia: entre ellos, la guerra, que aniquila cientos de miles de vidas, destruye infraestructura, daña el medio ambiente y sumerge aún más en la miseria a pueblos enteros.
Por supuesto, el belicismo tiene sus ventajas para los dueños del poder, enfrascados en sus luchas intestinas por el control de los mercados; la guerra supone a posteriori reconstruir los territorios arrasados (negocios inmobiliarios, licitaciones para grandes monopolios para reinstalar infraestructura crítica, etc.); por supuesto, reactiva el negocio del armamento, uno de los más rentables del mundo; y redistribuye posiciones en el tablero internacional de los negocios. Así, la nueva “doctrina Monroe” (América para los americanos) de Donald Trump apunta a posicionar los negocios de determinados grupos económicos en América Latina.
En la fase del imperialismo (fase superior del capitalismo) impera el capitalismo monopolista de Estado. Eso significa que los grandes grupos económicos, los monopolios, los holdings, controlan los Estados nacionales, los ocupan (hoy, una facción de la oligarquía financiera, mañana quizá otra, ya que compiten para quedarse con la mayor parte del negocio o los negocios en cuestión) y los ponen a su servicio para ganar mercados, conseguir mano de obra barata, súper explotar a los obreros, ganar dinero a través de la bolsa, etc.
Esto lo consiguen utilizando al Estado como recurso, o ejecutivo (leyes favorables, exenciones impositivas, licitaciones truchas, información privilegiada) o militar (conquista de territorios ricos en recursos naturales, para futuras inversiones).
Esto significa que las guerras, tema que hoy abordamos sin ánimo ni posibilidades de agotar, son sencillamente una herramienta más para alcanzar esos fines. Estados Unidos no amenaza a Venezuela y a Colombia con una invasión (ya hizo demostraciones dignas de Hollywood atacando lanchas a motor fuera de borda, llevando al mar Caribe al portaaviones nuclear Gerald Ford, el más grande del planeta, hablando su Presidente de una invasión por tierra, y así…) por una cuestión ligada al hecho de que el “narcoterrorismo” es una amenaza para la seguridad de su país, sino porque está representando los intereses de la banca JP Morgan, que mira el negocio del petróleo (igual que ocurre acá en Argentina con Vaca Muerta, solamente que los negocios de los bancos, las empresas y los grupos de inversión están “garantizados” por la vía democrática).
En marzo de este año, BalckRock anunció un acuerdo comercial (que incluye la participación de Global Infrastructure Partners y Terminal Investment) para adquirir una firma de origen chino llamada CK Hutchison, con sede en Hong Kong, dueña de decenas de puertos en diferentes países, incluidas las terminales portuarias de Balboa y Cristóbal, adyacentes al Canal de Panamá, en una operación valorada en US$19.000 millones. No es China-Estado (encima “comunista” para los repetidores seriales de tonterías) sino China-representante y bandera de firmas multimillonarias, que eventualmente deberán disputar negocios con otras firmas, representadas por el gobierno de USA. Es decir, BlackRock tiene intereses comerciales tanto en empresas y firmas “chinas” como “americanas”, entonces debemos analizar con cuidado cuando hablamos alegremente de guerra comercial. Existe, por supuesto, pero entre las facciones de la oligarquía financiera que utilizan a los Estados para dirimir sus disputas.
En el medio, el sufrimiento de los pueblos del mundo. Asesinados, exterminados, desplazados, hambreados, desmembrados, reventados, obreras y obreros enviados a la guerra, civiles, niñas y niños. Todo, por la base material de los negocios. Iniciamos esta apretada nota diciendo: el mundo está convulsionado. La guerra entre Rusia y Ucrania (o entre Rusia y la OTAN), las guerras civiles y golpes de Estado en África (Niger, Burkina Faso, Malí, Guinea) la amenaza de USA a Venezuela y Colombia, el genocidio palestino a manos de Israel, y la lista podría continuar. Ahora bien: las cosas no son tan sencillas para la clase dominante.
La clase obrera y los pueblos del mundo ofrecen resistencia y avanzan en la comprensión de que el enemigo no es el vecino país o el hermano de clase, sino que el verdadero enemigo es el de clase.
La guerra, ya declarada y abierta, con picos, avances y retrocesos, con períodos más o menos convulsionados, pero siempre vigente, es una guerra de clases. Y no hay conciliación posible.